Capítulo V

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Cualquiera que me haya visto de pequeña sabía que yo era un pequeño caos, con el cabello dorado rebelde, casi siempre llena de sangre por mis caídas y peleas constantes y un montón de plantas y tierra que tenía siempre en mis manos, ropa o cabello.

Aquella forma salvaje de ser era lo que le había confirmado a todo el mundo que no llegaría ni a los veinte años, que alguien acabaría hartándose de mis palabras filosas y acabaría con mi vida, y que nadie podía juzgar a mi asesino.

Era salvaje, violenta y burlona.

Era la mejor capitana que alguna vez formó parte de la guardia de los Sköll que protegía Valëdka.

Era la mestiza hija de una valkiria que dejó Asgard y un General mortal con el don de invocar a sus antepasados.

Era Hope, siempre sería Hope, hasta que el curso de mi destino se detenga y se cumpla aquello que tanto todos esperaban en el reino y fuera de él.

Había un silencio espeso, la sangre de mi tío manchaba el piso de porcelana todos se movilizaban a mi alrededor llevándose los cadáveres lejos, pero no tanto, había decapitado a casi todos, y había tomado una decisión que provocó que todos me miren como si fuese una bestia.

Tal vez lo era. Así debía ser. Era hora de ser salvajes, era su sangre o la nuestra.

El aroma metálico se colaba por mi nariz, la calma en la tierra me era gratificante a pesar de que en algún lugar del castillo mi tío estaba luchando por su vida y el reino entero estaba moviendo el mensaje.

El Fenrir cambió de portador, dejó a mi tío Usher a su suerte y se adhirió a mí con tal fuerza que aún está aferrado a mi cuerpo, y aún peor, quemaba de forma extraña, más en la palma de mi mano en donde aún sostengo mi espada. Mi padre no pronunció nada sobre lo que ocurrió, pero lucía impaciente viendo el domo, junto a él Tarek tenía el ceño fruncido casi molesto por no tener a su amor entre sus brazos luego del pánico. Moví mis dedos a pesar de sentirse extraños por la armadura, el rosedal se deshizo y pude ver a mi madre y a mi mejor amiga a salvo, ambas con el ceño fruncido, porque ambas sabían defenderse.

Se suponía mi tío Usher también y ahora ocupaba su lugar en el reino... sacudí la cabeza, mi tío no iba a morir, era fuerte. Era un idiota crédulo, pero era fuerte.

Tamar corrió y saltó a los brazos del capitán de la segunda orden aferrándose con fuerza a él, mi padre corrió a su encuentro con mi madre y empezaron a tragarse como de costumbre.

Yo me mantuve mirando la pared, el bichito que lo recorría y fingiendo no estar incómoda. Ya no había nadie más en el jardín, solo rastros de sangre y el aroma a muerte que quedaba en cada batalla.

Que asco. Era más asqueroso que incluso la armadura tenía sangre y mi rostro también.

Cerré los ojos por un momento, me dolía, la armadura me estaba haciendo daño y no lo comprendía. Asegurándome de que todo estaba correcto a mi alrededor miré a mis padres por un momento, ellos estaban bien y la tierra me trasmitía la calma que necesitaba.

-Hope - las manos de mi madre acunaron mi rostro, mirándome con tanta preocupación que tan pronto ella dejó de hablar, le prometí que estaba bien y le supliqué no se preocupe.

Antes de recibir la negativa que sabía iba a decirme el cielo brilló y en un trueno azotando el suelo a unos metros el mismo Dios curioso apareció en mi campo de visión y con aquel martillo enorme y pesado fijó la mirada en mi madre señalándola.

- ¿Por qué no estás muerta, Victory?

La palabra muerta resonó en mi cabeza una sola vez, aquello bastó para que empuñe mi espada manchada de sangre y estire del brazo de mi madre colocándola detrás de mí.

- ¿Quieres morir, Dios del trueno? - bramé con fuerza, como si yo, una simple humana pudiese con un dios.

Thor miró mi espada, sus ojos luego se posaron en los míos, confundidos. Recorriendo mi rostro, como si fuese una desconocida para él, aunque no le culpaba, me había visto una vez, en la oscuridad.

- Heimdall la vio morir - espetó mirando a mi madre - dijo que el don de los Nátur te consumió, plantas, rosas.

Mi madre rió y apoyando la mano en mi brazo para que baje la espada caminó hasta mi padre otra vez que lucía confundido con ambas manos a sus costados, con las palmas arriba listo para invocar un ejercito, Tarek aún con Tamar en sus brazos miraba asombrado al dios. Típico mortal.

-Heimdall es cotilla mal hecho, siempre lo ve todo, pero nunca pasa el mensaje correcto - sus palabras hicieron sonreír al dios.

Mi madre solía contarnos a Tamar y a mí, anécdotas de su época como guerrera, junto a los dioses y en contra de ellos en algunas ocasiones, pero entre el oír de ellos y ver a uno de ellos darle la razón y quejándose de Heimdall era muy distinto, tanto, que Tamar estaba detrás de Tarek, casi invisible a los ojos de todos.

Tamar, la misma que me obsequiaba la misma energía que el dios.

Miré mi espada y la coloqué en mi espalda sintiendo como la armadura se removía, sosteniendo la espada de forma en que pudiese tomarlo cuando fuese necesario. La quemazón en mi piel fue casi imperceptible, pero allí estaba incomodándome.

-Deberías buscar a la corte - mi padre dijo a sabiendas que lo primero al asumir es una reunión con ellos.

No enviar a un consejero herido a su reino para que propague mi mensaje.

La verdad es que nadie podría culparme, aquel sistema en donde cada reino se mantiene levemente hostil ya fue demasiado, debía cambiar y yo debía hacerlo, amigándome con ellos o eliminándolos. Por la sangre de mi tío y por el reino.

-Si, padre.

Inhalé profundo, mirando a Thor por un momento, sus ojos azules en el día eran fascinantes y parecían brillar con la pequeña sonrisa ladina que me ofreció, apreté los labios al notar que casi puse aquella tonta sonrisa que mis padres ponían y busqué a Tamar con la mirada.

Cada rey que asumía tenía un consejero, yo solo tenía a mis padres y a mi mejor amiga, por ello le sonreí maligna y le señalé la puerta con la cabeza.

- Camina.

Pareció no entender, pero con el paso de los segundos negó con la cabeza y me pidió que no le moleste, no me preocupe en pedírselo realmente, ella acabaría cediendo, porque en realidad, odiaba estar desocupada y sabía que era capaz de hacer que nadie la ocupe en nada.

El destino de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora