Capítulo X

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— ¿Ahora ya no respondes, Valkiria? 

— Vienes a ver mis ojos, no a oírme hablar.  

Me enderecé, recuperando la compostura y entonces le oí reír. No comprendí el porqué, pero solo abrí el mapa más claro existencial del Fierro y empecé a buscar puntos perfectos, y si era realista, ningún punto lo era considerando que el hierro era un material predominante en su territorio, tal vez podríamos causar presión con hielo, o quemar sus fronteras hasta cubrir aquel material, pero habrían muertes y su reino no tenía culpa alguna de las mierdas de su rey. 

— Si miras el mapa no puedo ver tus ojos. 

Solté aire, y despegué mis manos del mapa para mirarle. 

— ¿No tienes que tirar rayos de un lado a otro en algún lugar? 

Levantó las cejas, y formuló aquella sonrisita agradable. 

— Creí que no planeabas privarme de tu belleza — se apoyó en sus puños, sus codos en sus rodillas — ¿Eres una mentirosa, majestad? 

Apreté los labios para no sonreír, mi corazón palpitó extrañamente rápido y me detuve a detallarle otra vez, estaba convirtiéndose en una nueva manía para mi, mirarle, así como miraba al cielo, a la luna y al bosque. 

Su sonrisita se mantuvo y por un momento admiré la forma en que la taza de porcelana lucía ridícula en su mano enorme, se bebió el contenido de un sorbo, se cruzó de brazos y solo se acomodó en el sillón, esperando algo tal vez, así que volví a mi mapa, marcado este con colores que representarían a cada orden, como si fuese una competencia anual de verano más. 

 — No sé para que pierdes tiempo en ese mapa, por lo que he oído de mortales aparecerás en la puerta principal y tomarás lo que quieres como lo quieres. 

Eso era cierto, mi plan se basaba en entrar por su frontera principal, anunciar que iba a por su rey y coronarme como su nueva reina. No tenía mucho por hacer, podría dormir o entrenar, pero no quería, me sentía cansada  y llena de energía al mismo tiempo. Sentía la energía del Fenrir, y mi cansancio por ser su portadora. 

— Eso no lo sabes solo por oír cosas de mortales, ¿Qué clase de Dios confía en mortales? — chasqueé a lengua, fingiendo desaprobación, le oí reír otra vez y le vi levantarse con su martillo en una de sus manos antes de caminar hacia mi. 

Se quedó a un solo paso de distancia y apoyó la mano libre en el escritorio que apreciaba era roble antes de inclinarse al frente, a centímetros de mí, su rostro, fascinantemente hermoso era perfecto, tanto que quise comprender todo, pero la respuesta era la misma a todo lo que respectaba a él. 

Era un maldito Dios. 

— Si se casó con la Valkiria que calló a Odín sin recibir castigo alguno creo yo es confiable, he visto que confías en el tu también — susurró, aquel susurro acarició mi piel y provocó una corriente que se deslizó por todo mi cuerpo, estremeciéndome, era magnético, podía sentir su energía en mí— tus orejitas son lindas cuando se doblan. 

Se apartó y fruncí el ceño cuando lo hizo. Le vi caminar a las puertas dobles enormes y balancear el martillo como si no pesara nada. Sonreí y no dudé en llamarlo. 

—  Thor — se detuvo y dejó de darme la vista a su ancha espalda para permitirme verle a los ojos — eres lindo cuando cierras la boca. 

Frunció el ceño y abrió la boca para decir algo, pero no pronunció lo que sea que al parecer quería decirme — Te veré en la cena, midgardiana. 

¿Quién lo invitó a cenar?

Cuando me quedé sola sin poder responder a aquello tomé asiento en el mismo sillón donde estuvo antes y capturé su aroma por un momento haciéndome reír.  Dios impulsivo. 

La puerta se abrió, mi paz se fragmentó y me crucé de piernas viendo a Tamar aparecer como si nada con una bandeja con comida, me miró para decir algo y luego cerró la boca recorriéndome de pies a cabeza, recorriendo mi entorno y luego fijando sus ojos café en mí. 

— No estabas sola. 

— Por si lo olvidas, somos dos ahora en mí — sonreí y palmeé el lugar junto a mi — ahora cuéntame, ¿Quieres acompañarnos a masacrar fierranos en  tres días? 

—No estoy bromeando, pesada — frunció el ceño y miró la taza de té a mi lado — ¡¿Estuviste aquí con Thor?! — asentí estirando la mano, esperando a que me dé esa comida que olía genial — ¡Y estás sonriendo como una idiota! 

Su gritito final desfiguró mi emoción, mis manos estiradas volvieron a mi con los puños cerrados e intenté pillar de qué hablaba, ¿Sonriendo como una idiota? 

— ¿No que siempre sonrió como una idiota egocéntrica? 

— Si, pero ahora luces como una idiota egocéntrica y...¿Te gusta Thor? 

No. 

Sacudí la cabeza en negación, sus palabras me parecieron absurdas de inmediato. 

— Claro que si, además, te pregunto si te gusta, no si quieres hacerle rey de Valëdka. 

Caminó hasta mí, tomando el lugar a mi lado, mi corazón palpitó extrañamente rápido. 

No. 

No me gustaba, y mucho menos me gustaría hacerle rey de Valëdka. 

Ignoré mis propias palabras en mi cabeza y me forcé en centrarme en Tamar, calmando el palpitar de mi corazón y buscando algo para decirle. Tomé un trozo de carne condimentada y lo comí doblando mis piernas para mirarle con tención. 

— ¿Tarek se quedó? 

Me miró, sabía que estaba cambiando de conversación y aún así mi amiga solo asintió sonriendo. 

— Dijo que hasta que no neutralicen al Fierro debo mantenerme junto a él — se apoyó en la mesa soñadora — se quedará aquí los siguientes tres días. 

— ¿Que en los votos de castidad no dice que no pueden estar en la misma habitación hasta que sean esposos? 

Tamar se rió, sacudiendo la cabeza. 

— ¿Acaso no oíste nada de la ceremonia? Te paraste esa hora y media viendo a treinta hombres y mujeres jurar lealtad a la corona. 

— La verdad es que tan pronto el tío Usher abre la boca se que no va a callarse hasta que alguien le haga cerrar la boca — me encogí de hombros — tomaba la palabra y mi oído se desconectaba de mi cerebro — y tan solo para molestarla, añadí — hago eso cuando hablas mucho también. 

El destino de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora