Cuadré mis hombros tan pronto aparecieron, me sentía nerviosa por aquella corriente que se deslizaba por mi columna a cada segundo que pasaba, tenía las manos picándome con ganas de tener mi espada en mi mano en caso de ser necesario, pero no podía.
Mi espada era grande, de más de un metro cincuenta y cinco, en un color dorado que parecía oro, grueso y ancho de unos marcados cincuenta centímetros y tallado en ella tenía su nombre y en nórdico antiguo, una pequeña frase que aunque nadie leía por lo antiguo y muerto de la lengua, yo sabía su significado y no había temido en hacer uso de ello.
Elio caminó hacia mí, tenía una mano en el bolsillo y la otra sostenía una copa, pero lo que relucía en él era aquella sonrisa de superioridad, de que aunque siempre había ganado yo, aunque siempre fui mejor en todo, esta vez la razón la tenía él, en algo mucho más importante que historia, lenguas o batallas de cuerpo a cuerpo.
— ¿Estás lista para admitir que la gran capitana de la primera orden no tiene la razón?
Sonreí apoyando mi espalda en la pared de ladrillos grises, algunas ramas de la enredadera aumentaron su tamaño y subieron por mis hombros y una se enredó a mi pierna, permitiéndome sentir hasta en mi último cabello que la naturaleza temía, por mi reino y por si misma.
— ¿Han firmado un tratado ya? Las palabras se las lleva el viento, Elio, pero un tratado nos permitirá matar hasta al último Fierrano en caso de traición.
Elio tragó duro, rechazando siempre el hecho de que alguna vez, moriríamos todos y era imposible de detener. La muerte era algo a lo que le temía más que nadie, suponía que por eso quería este tratado.
— Hope...
— Mantente cerca de mi — ordené, haciendo que ruede los ojos como siempre — cuida tu bebida y si algo sale mal, toma a tus hermanos y corran hacia mis padres, los encerraré en un domo con mi madre y Tamar.
Negó otra vez — Confía una sola vez en mí, Hope.
— Confía tú en mí, cuando te digo que la misma naturaleza teme el futuro que se está trazando.
No me dijo nada más y solo se fue, volviendo a la mesa rectangular en donde sus padres, sus hermanos y el rey estaban sentados. En una mesa distinta mis padres charlaban, mientras Tamar tenía un pequeño cuaderno y dibujaba animadamente recostada por el hombro de mi padre. Sonreí un poco, conocí a Tamar porque su madre era una doncella y crecimos juntas, separándonos a cuando su madre se enfermó y murió en el hospital, desde ese momento, mis padres la acogieron y se crió como si fuese una miembro más de la familia real. Aunque la reina lo odiaba, tampoco se atrevía a cuestiona a mi madre.
— La verdad es que incluso en mi reino corre el rumor de la belleza de la Capitana Hope — miré a mi izquierda, ladeando la cabeza un poco al ver al rey, mi tan alzado ego solo se sintió complacido, aún más luego que de el Dios del trueno haya dicho algo similar — pero aquellas palabras no son suficientes para describirla, princesa.
Buaj.
— ¿Ese rumor se escucha más o menos de que el rumor de aquellos veinte soldados Fierranos que asesiné en la frontera? — me remojé los labios antes de sonreír por su silencio — eso creí.
— Veo que no le agrado.
Sentí como me miraban, mi tío lucía estresado, mirándome y mirando al rey.
— Enhorabuena, no es ciego — le miré, no pasaba los treinta y estaba segura que su intención era casarse con una mujer de Valëdka para aceptar el tratado que estén planeando, pero perdía tiempo intentándolo conmigo, de adolescente me había decidido a no tener una relación, si iba a morir joven, no planeaba deja a un pobre viudo sin siquiera llegar al matrimonio.
Me llamó la atención que cuando sonrió no habían muchas lineas de expresión en su rostro, y que su piel era algo más tostada de lo que yo sabía, lucía distinto, pero de forma tan escasa que me enfoqué en sus ojos y su energía, aquella corriente se deslizó por mi columna y me palpitó la cabeza con fuerza.
No era él, su energía no era la de un rey.
Me enderecé mirando a mi guardia esparcida, disimulando aquel latido errático de mi corazón y que la brisa silbaba aquel inevitable caos que se desataría en segundos, podría matar al rey, pero sus guardias estaban cerca de mis tíos y un par a unos pasos de mis padres.
— Si me disculpa, debo ser alabada en otro lado.
Oí su risa y me dirigí hacia mis padres, arrastrando conmigo por la tierra ramas del rosal por la tierra suavemente, imperceptible.
— Déjame adivinar, fuiste encantada por el rey y quiere pedirnos tu mano en matrimonio — chasqueó la lengua mi padre, haciendo a mi madre y a Tamar reír, yo solo sonreí, apoyando mis palmas en la mesa con un meneo de cabeza.
— ¿Has comido bien?
La mirada de mi padre cambió, era un pequeño código que teníamos, porque mi don era la naturaleza y me alimentaba de ella, mi padre en cambio, utilizaba hasta la última gota de energía para invocar a cada general que alguna vez protegió Valëdka, y todos ellos aparecián listos para luchar, arrastrando al enemigo a una muerte segura. Y su energía, se recargaba fácilmente con grandes cantidades de comida que mi madre preparaba para él.
— Lo suficiente para fundir el hierro...
Su voz se apagó y me giré sobre mis talones viendo como el supuesto rey apresuraba sus pasos, su mano derecha volviéndose grisácea y puntiaguda, mi tío de espaldas hablando con un guardia del Fierro giró y un leve inicio de llamas se formó en sus manos. Con mi mano izquierda alcé las ramas y encerré a mi madre y a Tamar en un domo que no podrían deshacerse a no ser que muera.
Empecé a correr, la distancia me parecía tanta mientras apresuraba mis pasos, mi corazón palpitando en mis oídos con fuerza, y lo vi, en un solo golpe aquel metal del falso rey atravesó el pecho de mi tío, cuando estaba a solo dos pasos de ellos. Balanceé mi espada, no llegó siquiera a sentir mi presencia cuando con un solo tajo le atravesé el cuello salpicándome de su sangre. El grito de mi padre resonó en mis oídos al tiempo en que un azote cubrió mi cuerpo y algo duro se ajustó a mi anatomía lanzándome al piso, retorciéndome de dolor.
Gimiendo de dolor me levanté, temblando por un calor abrazador que me hacía daño y obligándome a disipar aquello caminé, el peso extra abrazándome y aún así me moví entre la multitud con tajos y tajos que alimentaban a mi espada, el camino de muertos y sangre que dejaba a mi paso parecía pasar de forma tan rápida que no necesitaba verificar que de verdad estén muertos y tomando al concejero del Fierro en mi mano y cruzando el cuello de su general me detuve, el dorado de mi espada brillaba por el rojo y sin mucho esfuerzo arrodillé al consejero frente a mi.
Asqueroso Fierrano.
— Vete a tu reino, asquerosa y sucia escoria — oí jadeos de sorpresa a mi alrededor, entre el terror y la tensión — vete y grita a los cuatro vientos que yo, Hope VanagandrNátur, voy a matar a tu rey y voy a conquistar al Fierro. Ve, grita mi nombre y regocíjate en mi gloria.
— ¡Los dioses salven a su majestad Hope, reina suprema de Valëdka!
Aquello me hizo mirar mis manos, cubiertas por el metal divino que había perdido el color plata y se veía dorado como mi preciada arma.
El Fenrir abandonó a mi tío, y me convirtió en su portadora, sin siquiera esperar a que el corazón del rey deje de latir.
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El destino de los Dioses
Ficción GeneralHope nunca toleró la sola idea de rendirse, tampoco la idea de perder a los suyos. Cuando se convierte en portadora de uno de los monstruos más grandes del mundo empieza una lucha violenta en lo que creyó su vida y lo que será, la sangre está tallad...