4 | Lejre

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4 | LEJRE

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Unos rayos de luz se asomaron por la claraboya, dando un punto de luz al ojo derecho de Teodora. La pelirroja se despertó y frunció el entrecejo, entrecerrando los ojos por la claridad, aún molesta. Se frotó los ojos con ambas manos y se quedó completamente tumbada sobre la cama, observando aquel paisaje que se extendía frente a ella.

Todas aquellas horas había estado tan ocupada intentando encontrar el camino de regreso que no se dio cuenta del asombroso paisaje que se extendía frente a sus ojos: la noche anterior estaba tan cansada que se quedó profundamente dormida. Allí, a través de aquella ventana, se observaba todo un bosque vestido de un verde frondoso y vivo; se veían pájaros volando y se oían sus cantos matinales. Y al fondo, aún más al fondo, toda una hilera de picos y montañas iluminadas por el sol en lo alto del cielo. Teodora, por primera vez en mucho tiempo, sintió paz en su interior. Era como si aquel paisaje que la invitaba a contemplarlo la hipnotizase.

Hasta que despertó de aquel sueño en vida: debía volver a casa y descubrir qué estaba pasando.

Se reincorporó de la cama y vio las estrellas cuando apoyó los pies en el suelo para levantarse, dejando salir a su mismo tiempo un quejido por la boca.

—Mierda. —Se quejó.

Anoche, Shaun y ella se quedaron un rato observando las estrellas en silencio. Fue magnífico ver y sentir aquella paz bajo la luz de la luna. Después de todo, pasar un rato con el chico le había sentado bien y su compañía, más allá de lo que imaginaba, fue agradable. Cuando volvieron, Shaun la ayudó a subir las escaleras, ya que Teodora cojeaba, hasta que ambos entraron en sus respectivas habitaciones. Ahora el dolor se había intensificado y tenía el tobillo hinchado. Teo pensó que seguramente se lo habría roto, pero se armó de fuerza y se dirigió hacia la puerta. Giró el pomo y bajó, de uno en uno, los escalones.

Dos pisos tuvo que bajar a duras penas hasta que, antes de llegar a bajo del todo, Nedhel la vio y quiso ayudarla.

—¡Teodora! ¡¿Qué te ha pasado?! —exclamó el anciano elfo subiendo los escalones con esfuerzo.

—No hace falta que me ayudes Nedhel, puedo bajar sola.

—¿Qué dices muchacha? Pero si a penas puedes dar un paso —dijo la voz ronca del anciano.

Mientras Nedhel la ayudaba a bajar los últimos escalones con el esfuerzo propio un anciano, Espe apareció por la puerta de la cocina que quedaba próxima a las escaleras.

—¡Por el amor de la Madre Tierra! —exclamó, acercándose a ella—. ¿Qué te ha pasado, criatura?

—Bueno, digamos que he pisado con mal pie. —Al apoyar el pie al suelo, Teo hizo una mueca de dolor.

—Ya veo, ya. —Espe y Nedhel la acompañaron hasta el sofá donde estuvieron todos sentados el día anterior.

—De verdad, os agradezco mucho vuestra ayuda, pero puedo caminar sola. —Insistió.

CRÓNICAS DE LA MADRE TIERRA : Los mundos de Teodora © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora