23 | El banquete

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Después del paseo por el Jardín Real junto a Erulissë en el que Teodora pudo conocer mejor a la Reina, la guardiana se dirigió a sus aposentos

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Después del paseo por el Jardín Real junto a Erulissë en el que Teodora pudo conocer mejor a la Reina, la guardiana se dirigió a sus aposentos. No había vuelto a ver a ninguno de sus amigos, pero decidió quedarse en su habitación y descansar.

Y acomodada sobre la cama, con los ojos cerrados y echando de menos la tecnología de consumo de su mundo, un par de golpes se oyeron en la puerta.

—¿Guardiana? —La voz suave y dulce de una mujer sonó tras ella.

Aún con el vestido puesto, Teodora se reincorporó, se dirigió con los pies descalzos hacia la puerta y la abrió. Al abrirla apareció el rostro de una joven muchacha de cabello castaño que la esperaba con un paquete envuelto entre los brazos. Por su vestimenta, parecía alguna dama de la Reina.

—Disculpe, pero la Reina me ha enviado a darle esto. —Ofreciéndole el paquete, Teodora lo tomó: era una caja blanca, no pesaba demasiado.

—Gracias. —Le sonrió en forma de agradecimiento. La joven asintió y se retiró.

Tras cerrar la puerta, Teo miró el paquete con intriga. Al abrir la caja y desenvolver aquel papel de seda de color beige, otro bonito vestido la sorprendió. Teodora lo tomó por los hombros y lo levantó para verlo mejor: de hombros caídos y mangas abullonadas, un color azul claro brillante recorría toda la tela desde el pecho hasta el bajo de la falda acampanada. «¿Qué tiene esta mujer con los vestidos?», se preguntó. No le veía sentido alguno a aquel regalo teniendo en cuenta que marcharían a la madrugada siguiente. Pero al apartar la mirada del vestido, una nota reposaba sobre la caja. La guardiana agarró el papel y leyó el mensaje: «Invitación al banquete real de la Reina». Le dio la vuelta y vio una frase escrita a mano: «Para honrar tu visita, tú y tus amigos estáis invitados al banquete de esta noche. Allí os espero al atardecer. Erulissë». Teodora frunció el ceño y volvió a mirar el vestido extendido frente a ella. No es que tuviera ganas de asistir a un evento social de tal magnitud, pero teniendo en cuenta que la mismísima Reina de los elfos la había invitado no tendría más remedio que asistir. Y una amplia sonrisa se le dibujó en el rostro al darse cuenta de lo que había hecho: aun habiendo pasado meses, no se percataba de que leía el Sindarín como si fuese su lengua materna.

La cena sería temprano y Teodora no tenía ni la mismísima idea de si sus amigos habrían recibido la invitación. No los había vuelto a ver desde la tarde, así que un sentimiento de incertidumbre la había estado invadiendo desde que había recibido la invitación al banquete. Para averiguarlo, debería asistir y salir de su zona de confort.

Al mirar por el ventanal, observó los primeros rayos de sol fundirse en el cielo: la noche llegaba. Tenía el vestido, pero ¿qué zapatos se ponía una chica para asistir a un banquete con la Reina? Era una de aquellas preguntas que jamás pensó que tuviera que formularse. Por suerte, había descubierto que Erulissë era extremadamente atenta al detalle y le había dejado unos zapatos blancos de tacón en un rincón de la habitación, al lado de la cómoda de madera de roble. Y sobre aquellos tacones escondidos bajo la falda larga, se sintió insegura. No estaba acostumbrada a aquello, pero, una vez más, tendría que acostumbrarse. Adaptarse o morir, y nunca mejor dicho. Se miró una vez más en el espejo antes de salir de la estancia: el colgante de amatista adornando la piel blanca de su cuello, las clavículas marcadas y visibles gracias al vestido de hombros caídos, su cabello pelirrojo, suelto y libre, destacando por encima del azul claro de la prenda. Se sentía como una princesa en un cuento de hadas.

CRÓNICAS DE LA MADRE TIERRA : Los mundos de Teodora © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora