Something in my mind

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      La tarde caía fría, iluminada y con un aroma dulce. A lo lejos se desmoronaban las nubes en el cielo ennegrecido. Corría la ventisca con olor a lluvia y en la calle del frente camina un indigente con su perro raquítico. La vecina discutiendo con su marido pasivo, su hijo llorando porque se cayó de los brazos de su padre y la abuela de setenta años llevándolo para lavarle las heridas. Los niños jugando en ese parque de hojas desmayadas y el viento frío surca el verde prisma del césped, llevándose consigo la maleza humedecida. La telaraña astillada en el cristal de un coche con la parte trasera destrozada. La tumba con flores de pétalos nuevos y el anciano que las visita desde hace unos veinte años.
      El filo de las luces apuñalando la oscuridad con su brillo. El arrullo acallando al silencio con su suave murmullo, se levanta el canto de los pinos a modo lastimero y la sinfonía de los grillos perdiéndose en el junco tras los cercos. El vallado del cual se escapa una rama de un manzano y una joven de cabellos castaños estirando sus ávidos dedos para tomar aquel brilloso fruto rojo. La chica le pasa la mano y se refleja su rostro en aquel espejo rojo y deforme, le da un mordisco grande y el jugo atraviesa los trágicos surcos de sus dientes, guiándose por el tobogán de su lengua y penetrando su esencia dulzona en el paladar sensible. Un rosado emergió de sus entumecidas mejillas y ansiosa le dio otro mordisco a la manzana.
      Siguió su transcurso cuesta abajo en bicicleta por las melancólicas calles donde se destripan las gotas de lluvia en el concreto grisáceo. Una mano en el manubrio metálico y la otra llevando la manzana otra vez a su boca; trepidaba un poco ante el frío que parecía querer colarse en sus huesos oscuros. Con el sol ocultándose a sus espaldas y las farolas le apuntaban con su cautivadora luz áurea. Tiró la semilla y los restos que quedaban de la manzana en aquel monte donde las hormigas dominaban; cruzando los charcos formados y sintiendo la penetrante brisa helada congelandole la punta de la nariz, palideciendo su cara así sean más notorias las pecas en sus mejillas rosadas.
      La noche nació sin luna, era más oscura y a lo lejos se divisaban sombras revolviendose en las tinieblas del olvido, por un momento cruzó la imagen de su madre y un vértigo la inundó haciendo que parara; miró con expresión livida hacia atrás y era una simple parada de bus horriblemente iluminada, respiró profundo y siguió la ruta hacia casa.
      Agradecía llegar y ver su hogar con las luces izadas. Se bajó y cruzó el jardín por el camino de piedra, llevando su bicicleta con las manos en el manubrio y dejándola posada sobre una pared de madera avejentada. Abrió la puerta y se topó con tan onda soledad.
      ──Ya volví.
      Avisó y recibió silencio de respuesta. Quitó sus botas, las dejó en la entrada donde habían otros pares de zapatillas blancas y pasó de largo la sala para dirigirse a la heladera donde sacó una caja de jugo de naranja; la sirvió en un vaso de vidrio que estaba guardado en un mueble. Guardó la caja y se encaminó al sofá donde se sentó y bebió tranquilamente la dulce pulpa. Una vez terminó el jugo, lavó el vaso en la pileta de la cocina. Antes de subir las escaleras, miró las fotos de Jesse «Su mejor amigo y con el que comparte piso hace más de dos años», era pequeño, esos rizos negros se desparramaban por toda su cara y su madre al lado sonriendo plenamente, no podía evitar sentirse tan ajena a esto y se sentía como un perro con un cono, encerrada, la soledad de pronto se había convertido en otra extensión de su cuerpo y los recuerdos, las voces que le susurraban al oído, todo era prueba viviente de que las sombras de su pasado quieren alimentarse de luz presente.
      Se encerró en el baño, mojó sus manos y se las pasó por el rostro, peinando sus cejas; miró su reflejo y no podía evitar pensar que era un mounstro que vagaba en mares de constantes olas de infortunio... de ese pensamiento brotan miles y miles más, una batalla encarnizada se desata en su alma, pero hay una idea superior a todo pensamiento anterior que gana siempre la batalla atroz y renace como un ave fénix de entre la lava, es el recuerdo de Joel extendiendole una sonrisa tan hermosa, talvez la más linda que vio en la vida.
      ──Nisiquiera lo pienses ──dice frente al espejo──, estás bien, estás bien.
      Un cúmulo de violentas lágrimas caen por sus mejillas y son arrasadas por la tela de las mangas de su abrigo de lana. Se lavó otra vez la cara y salió del baño.
      Camina hacia su habitación y encontró a su compañero en su cama con los auriculares en sus orejas y ni bien Ellie entró, él la interceptó con la mirada.
      ──¿Otra vez de paseo? ──preguntó con toda la serenidad del mundo.
      ──Necesitaba caminar un poco.
      Jesse se percató de la hora y esta indicaba que iban a ser las ocho de la noche.
      ──Saliste temprano, estaba preocupado; ni siquiera vi cuando te fuiste, lo hiciste antes de que me levantara para ir al trabajo ──dijo quitándose los auriculares.
      ──No quería despertarte.
      ──No estás durmiendo bien, tampoco estás comiendo y estás fuera de casa durante todo el día.
      Ellie mira al suelo avergonzada.
      ──Estoy mal del estómago.
      ──¿Q-que? ──Ríe incrédulo──. ¿Me quieres ver la cara de estupido?
      ──¡Bien! Estuve en casa de Dina.
      Jesse negó con la cabeza y dijo:
      ──imposible.
      ──¿De que hablas?
      ──Hoy vino a preguntar donde andabas, que hace días no le contestas los mensajes y que tampoco sabe nada de ti. Si vas a mentirme, al menos hazlo bien ──se paró de la cama y se puso delante de Ellie quien seguía con la cabeza gacha.
     ──Perdón ──dijo, cerró los ojos pensando que se vendría otro reproche por parte del asiático y sintió como algo cálido le rodeó los hombros. Jesse lejos de dar algún sermón, la abrazó con todo el amor que podía, era un abrazo cálido y su gélido cuerpo se dejó invadir después de pasar todo el dia en la intemperie.
     ──Me tienes preocupado ──dijo apoyando la cabeza de la castaña en su pecho──, nose que te sucede y tu tampoco eres de compartir.
     ──Nose que me pasa, Jes... ──las lágrimas volvieron a erupcionar de sus párpados y mojaron el buzo de su contrario que no podía importarle menos y la abrazó más fuerte.
     ──Shhhhhhhh, tranquila, extraño a la enana que se la pasaba molestandome, no a la enana llorona que desaparece y preocupa a los demás.
     Ellie sonrió y enredó los brazos en la espalda de su más preciado amigo. En esta habitación donde no hay blancos ni negros, donde los matices se muestran como un sueño extraño del cual la castaña teme que se acabe algún día.
     ──Ven ──dijo Jesse──, quiero enseñarte algo ──Ellie se secó las lagrimas y siguió a su compañero en su travesía fuera de la casa.
     Los astros pálidos eran las pecas celestiales que iluminaban esta noche vieja y los gatos le dedicaban canciones en coro para luego refugiarse en las sombras. La calle más negra que el cielo. Treparon hábilmente una pared y llegaron al techo de la casa.
      ──¿Esto querías mostrarme?
      ──Por dios, mira la luna, la noche está fresca... ¿Acaso no te parece romántico?
 

     Ellie le propinó un puñetazo en el hombro.
       ──¡Auch!
       ──Te lo ganaste.
       ──¿Por ser guapo? ──se sobaba el hombro.
       ──Más bien por feo.
       ──Tampoco te creas el partido del año ──ambos rieron y Jesse le devolvió el puñetazo.
       ──Tssss... cabrón.
       ──No te quejes, a mi también me dolió.
       Ambos se sentaron en el borde del tejado y se quedaron viendo las nubes ofuscando la luz de las estrellas. Las moras del árbol caían desfallecidas al gélido concreto. Ellie cerró sus ojos y sintió el viento soplarle la nuca, eso le encantaba.
       ──¿Se siente bien? ──preguntó Jesse.
       ──Se siente perfecto.
       ──Mmm, nose, para mi a esta noche le hace falta algo.
       ──¿Algo como qué? ──abrió sus ojos y los dirigió a su amigo.
       ──¡Algo como esto! ──de su chaqueta color mostaza sacó un paquete de cigarros.
       ──¡Que! Guarda eso, pendejote ¿que pensará tu mamá si nos ve? ──Aveces la mamá de Jesse venia a visitarlos a horas inhóspitas.
       ──Yo creo que no le va a importar ──dijo seguro──, sino se entera claro, porque si se entera... guarda un paquete en mi cajón cuando me entierren.
      Ellie dejó escapar un suspiro acompañado de una sonrisa, nunca cambiarás, pensó y estiró la mano para que le entregara un cigarrillo y luego Jesse tiró el paquete hacia la onda oscuridad que abundaba en el jardín del vecino.
      ──¿Porqué hiciste eso?
      ──Nosotros no necesitamos más.
      Ellie recuerda la primera vez que fumaron, de pronto un sólido recuerdo llega a su mente donde, en el tejado del colegio secundario compartieron un primer cigarro──. Esa vez solo teníamos uno solo.
      ──Sip, es solo uno y listo ──acercó un mechero hacia la boca del cigarrillo y lo prendió, pronto un chisporroteante naranja emergió de aquella llama que se autoquema. Ellie dio una bocanada de humo y se ahogó tal cual la primera vez, Jesse se partió de risa.
      ──¿De que te ríes maldito?
      ──De tu cara de maniática ──se secó los ojos y le sacó el cigarrillo de entre los dedos──, dame esta cosa.
      Jesse por otro lado tuvo más aguante y eso sorprendió a Ellie, aunque en realidad se estaba aguantando la ahogada hasta que salió a flote la tos y eso para Ellie fue una victoria.
       ──En tu cara idiota.
       ──Vete a la mierda ──le pasó el cigarrillo aún exhalando a duras penas el humo.
       ──Pareces una chimenea en pésimas condiciones.
       ──Tienes un sentido del humor muy particular, Elizabeth.
       ──Me lo dice el payaso del año ──Le dio otra calada y se ahogó de nuevo. Más que fumar parecía una competición por quien se ahogaba más.
      Jesse fue el que le dio la última calada antes de lanzarlo al vacío negro que se extendía en aquel jardín quemado del vecino, vecino que el verano pasado había comprado una escopeta y se copió de Kurt Cobain, según Ellie ya que encontraron su cadáver y al lado un parlante chiquito con Nirvana de fondo. Otra vez el nocivo sentido del humor que tanto la caracterizaba.
       ──¿Te sientes mejor? ──preguntó Jesse.
       ──Nah.
       ──¿Que es "Nah"?
       ──Nah. ──repitió.
       El asiático miró al cielo nublado y a lo lejos unos rayos descendían con su lumbre por la bóveda apagada──. Nah ──replicó a su amiga── ¿Vamos a jugar al Mortal Kombat?
       ──¿Pediremos hamburguesas?
       ──Tan hambrienta como siempre...
       ──¡Ey! Tengo hambre, estuve todo el día sin comer, preocúpate otra vez.
       ──No te pases de lista, aunque no me vendría mal, tengo hambre.
       ──¿Ves? Yo pienso por ambos.
       ──Bueno ¿es la hora de las mentiras?
       ──Calla y vamos por comida que muero de hambreeeeee ──teatrera como sólo ella sabe.
       ──Bien, pero después háblale a tu novia, siempre tan atenta y tu ahí toda pendeja preocupandola ──le metió un zape en la cabeza.
        ──¡Ay mierda!... tienes razón, no la merezco.
        ──Da igual si la mereces o no, ella te quiere a pesar de todas tus locuras, vale la pena. ──antes Jesse salía con Dina, terminaron y cuando se enteró que salía con Ellie fue muy duro para él, aunque decía que todo estaba bien y que lo aceptaba, la verdad era que tenía el corazón fragmentado como un cristal partido en un millón de trozos.
        ──Siiii... ──suspiró──. La llamaré.
        ──Bien.
        Ellie miró al cielo con el recuerdo de Joel surcandole el alma y las nubes se largaron a llorar.

Moral Panic |I The Last Of UsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora