XI - Confesiones

113 1 4
                                    

Era como una de esas pequeñas aventuras de los años de escuela, cuando por un día las clases no importaban mucho y se escapaba para pasear por ahí sin rumbo fijo, pero que siempre terminaba en un sitio que dejaba una anécdota, de esas que con los años se siguen recordando.

Seiya reconocía que algunas veces lo hizo cuando aún era estudiante. Uno de los privilegios de haber crecido en una pequeña isla era que esas aventuras casi siempre terminaban en la playa, su lugar favorito. Y aunque esta vez definitivamente el mar no era una opción y que en realidad no estaban faltando a clases, las memorias de ese día las guardaría para siempre.

Aunque aún necesitaban preparar el disco y se avecinaban muchos compromisos con su lanzamiento, él y Bombón se permitieron darse ese día para relajarse y divertirse un poco.

Serena le había dicho emocionada que quería ir al parque de diversiones y a él mismo le emocionó la idea. En el camino comentaron que hacía años que ninguno iba a un sitio como ese y decían todo lo que harían llegando ahí: los juegos mecánicos, la comida, los dulces, los pequeños juegos de habilidad. Y todo lo hicieron en cuanto arribaron ahí.

Los dos gritaron muchísimo en las pronunciadas bajadas de la montaña rusa, pero no tanto como en la casita del terror. Se rieron tanto uno del otro tratando de decidir quién se había asustado más en ambas atracciones.

Compitieron en muchos juegos y él estuvo muy cerca de hacerse con uno de esos premios casi imposibles de ganar, un enorme conejo de peluche que le quería regalar a ella.

Por otro lado, Seiya se sorprendió mucho cuando la chica ya no limitó sus ganas alimenticias y comió tanto como pudo, incluso al mismo ritmo que él; también que comiera todos los dulces que se le antojaron sin ninguna pena de lo que pensaran los demás.

Habría sido un gran día perfecto, si no fuera por lo mucho que lo estaba torturando estar con Bombón y no poder tenerla tan cerca como él deseaba. Se tenía que conformar con el contacto de sus manos cada vez que tiraba de él para mostrarle algo o un brevísimo abrazo cuando los dos se asustaron en la casa de terror.

No había más. No podría haber más porque ella estaba comprometida. Era una mujer prohibida, inalcanzable.

Otra vez. Parece que es la historia de mi vida.

Se lamentó por enésima vez de que las cosas resultaran así de nuevo. Y no pudo evitar pensar en Kakyuu, en cómo se sentía igual de frustrado al tenerla tan cerca y ser completamente consciente de que no era para él.

Seiya se enamoró de ella desde muy joven, de su maravillosa voz al cantar y del particular olor de sus cabellos rojizos; y a pesar de dedicarle sus mejores canciones y declararle directamente sus sentimientos, ella fue muy clara en decirle que no podía corresponderle.

Eso sí, siempre lo acompañó, lo guió y nunca dejó de creer en él. Sabía que ella no lo hacía por lastimarlo más, sino porque su naturaleza siempre fue cuidarlo. Amaba esa gentileza de su corazón.

¿Por qué nunca me amaste como yo a ti?

Seiya nunca se lo preguntó directamente y tampoco fue un tema que comentara con sus hermanos, quizá por la naturaleza de los vínculos que los unían a Kakyuu.

– ¿Qué tienes? – preguntó Bombón – De pronto te quedaste muy callado.

Era cierto. Habían subido a la rueda de la fortuna y ambos se perdieron admirando el paisaje; hasta que él empezó a divagar en su mente.

– Nada.

– No lo parece. Tú también puedes confiar en mí.

Él sonrió. Tal parecía que tenía una debilidad por las mujeres de buen corazón, pero no tenía la intención de agobiar a Serena con sus sentimientos no correspondidos.

El destino se equivocóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora