XIV - Después de la tormenta

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Amanecía, pero no tenía muchas ganas de levantarse. Había descansado como hacía muchas semanas no lo lograba. Y es que últimamente se la pasaba todo el tiempo con la cabeza revuelta y pensando en las mil cosas que tenía que hacer.

Debía reconocer que la noche anterior había sido realmente relajante y lo suficientemente extenuante como para que al final de la jornada cayera rendida.

Por su cabeza pasaron algunas imágenes de lo que había ocurrido, de cómo había perdido por completo el control. Abrió los ojos y se encontró de frente a la razón de tanto desenfreno.

Mina no pudo evitar morderse el labio. Una versión más joven de ella misma hubiera considerado un auténtico pecado dejar pasar semejante oportunidad como esa (o mejor dicho, semejante galán como ese). Sin embargo, ya no era esa chica ingenua que pensaba que podría encontrar un buen amor entre sábanas.

Ya había aprendido a la mala que las cosas no eran así de rosas o simples. Kunzite había sido una completa locura, muy placentera pero no dejaba de ser una locura y debía recuperar sensatez.

Lo observó por un momento. Él seguía completamente dormido y roncaba ligeramente. Mina no pudo evitar sonreír un poco. Pobrecillo, estaba tan cansado; realmente había dado mucho de sí la noche anterior y ella admitía que nunca había conocido a un hombre que se mostrara tan dispuesto de seguirle el ritmo y de esforzarse hasta sentirla realmente satisfecha.

La rubia apretó los ojos y casi muerde el pedacito de sábana que él le estaba dejando. Estaba reprimiendo una risita de emoción. Sensatez o no, tenía muy claro que Kunzite era el mejor amante que había conocido y que, en solo una noche, le hizo alcanzar más de una vez cumbres que jamás había conocido con nadie. 

Pero no sólo le había parecido un hombre muy apasionado. En varios momentos, lo notó galante, condescendiente, dispuesto a satisfacerla a ella antes que a él mismo, e incluso hasta tierno, cuando en más de una ocasión la besó con ternura y le agradeció por todo lo que estaba pasando, siempre refiriéndose a ella como "pequeña Mina". De hecho, cuando ambos alcanzaron el máximo placer por última vez aquella noche, le pidió se quedara con él y la abrazó para que juntos descansaran. 

La chica se sentía muy confundida y no quería dejarse llevar tan rápido. Quién sabe, quizá Kunzite era como el resto de los tipos que había conocido y sólo sabía jugar mejor sus cartas o tal vez era una manera de saber más sobre el accidente de Serena.

Por eso Mina se repitió a sí misma: Cabeza fría, cabeza fría.

Así que decidió levantarse y, al menos, apartarse un poco de semejante vista que tenía junto a ella en la cama. Y es que Kunzite estaba muy dormido pero incluso así no dejaba de parecerle tan atractivo; debajo de sus acostumbrados elegantes trajes, tenía un delgado pero atlético cuerpo que complementaba muy bien a ese porte de caballero. Mina lo había notado apuesto desde el primer momento en el que lo vio pero ahora había muchas otras cosas que le gustaban de él, cosas que aquella mañana la sábana no cubría tan bien y de las que debía apartarse si es que no quería perder la cabeza de nuevo. 

Se levantó lentamente para no causar alboroto. Notó que Kunz tenía en su mano su listón con el que se hacía su clásico moño rojo. No supo en qué momento lo perdió y mucho menos porqué el muchacho se aferraba a él pero ya vería después cómo se lo quitaría o se resignaría a volver a casa despeinada. Lo importante ahora era buscar su ropa.

Con la vista escaneó rápidamente la habitación. Qué torpe. Cómo se le había olvidado que no la encontraría ahí. Así que vio parte de la pijama que había estado pulcramente acomodada en el lecho y que en algún momento de la velada, había quedado desperdigada por la alfombra.

El destino se equivocóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora