Capítulo 5

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Me paré frente a la pintura, escudriñando el cuenco de frutas e ignorando el gruñido de mi estómago.

-¿Dónde está la pera? -dije al aire.

Mis ojos se posaron en la fruta que buscaba, sonreí, acercando mi mano para hacerle cosquillas. La pera se retorció, dando una gran risa, y se transformó en una perilla de puerta verde.

-¡Sí! -moví las manos en una pequeña celebración, me calmé un momento después, recordando que alguien podría pasar y verme.

Giré la perilla y jale la puerta, revelando una asombrosa y hermosa visión.

Una habitación gigantesca de techos altos con cinco mesas idénticas a las del Gran Comedor que también están en la misma posición. Hay grandes cantidades de ollas y sartenes apiladas alrededor de las paredes de piedra, algunas en encimeras o estufas, y una gran chimenea de ladrillo en el otro extremo.

De repente, me quedé pasmada, no por las ollas o las mesas, si no por los cientos de pares de ojos saltones que voltearon a verme.

-Hola. -dije con timidez, levantando mi mano y sacudiéndola a modo de saludo.

Faltaban unas horas para la cena, por lo que había un tremendo bullicio de los sartenes, el fuego y los cuchillos, pero se detuvo cuando mi voz se alzó sobre los otros ruidos.

El silencio fue incómodo, aunque haya durado unos segundos. Lo que se escuchó después fueron sus pequeñas voces hablando entre sí y, unas pocas, devolviendo el saludo.

-¿A que ha venido? -preguntó una voz muy cerca de mí.

Mi cabeza se dirigió a la voz, proveniente de una criatura con orejas largas y ojos azules.

-Yo... espero no molestarlos, pero... -en mi rostro se formó una mueca en un intento de sonreír- ¿Tienen café?

En unos momentos, tenía una taza de café en las manos, lo que provocó que me dieran algún postre para acompañarlo y terminaron ofreciendo un banquete de comidas que no sabía como negar.

Mientras cocinaban, los veía y comía, así que traté de hablar con ellos. Así descubrí la forma en que la comida llegaba a las mesas.

Mientras un elfo llamado Kou mezclaba una mezcla de bizcocho, otra llamada Peia me explicaba que dejaban la comida en las cinco mesas, las cuales estaban conectadas a las del comedor, esta desaparecía y terminaba arriba.

Estuve unas dos horas en ese lugar, cuando no pude más y salí. Sentía que acababa de subir de peso.

-La mejor forma de usar mis pocos descansos -le di unas palmadas a mi estómago-. ¡La próxima vez traeré a Luna!

-¿Quién es Luna?

Un grito ahogado se liberó de mi garganta, a mi costado se encontraba parado un chico castaño que podía reconocer fácilmente.

-¡Amabilidad ajena Hufflepuff! -grité con emoción- Siempre olvido que puedes estar cerca de aquí.

Me ofreció una sonrisa algo tensa.

-¿Por qué estaría cerca de aquí? -se esforzó para que su voz denotará que era un completo misterio para él.

Entendí que debía seguir el tono, la ubicación de las salas comunes sólo era conocida por los miembros de la casa.

-Porque aquí siempre te encuentro. -me encogí de hombros, metiendo las manos en mi bolsillo y rozando algo que había guardado.

-Cierto -acomodó la mochila que llevaba al hombro-, aunque la última vez haya sido en el curso pasado... -frunció las cejas, como si hubiera recordado algo- te dieron unos puntos en el banquete final, ¿quieres contarme la historia detrás de eso?

Reencarné en La Cámara de Los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora