Capítulo 3

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Me despedí de Astoria con la mano y le di un fuerte abrazo a Luna antes de dejarla ir con su grupo de primer año.

Theo se quedó cerca de mí y terminamos siendo arrastrados por la marea de estudiantes. Fuimos llevados por un camino embarrado y desigual, donde esperaban por nosotros unos cien carruajes tirados por unos caballos negros, de cuerpo esqueletico con grandes alas negras parecidas a los murcielagos y unos inquietantes ojos blancos y brillantes carentes de emoción.

Thestrals.

He escuchado que las personas que los ven los consideran siniestros y espeluznantes, admito que emanan un extraño sentimiento. Podría decirse que me provocan escalofríos en los brazos y una opresión en mi pecho. Como ansiedad y melancolía. Terror y dolor.

Probablemente se deba a saber la razón por la que puedo verlos, puesto que los demás estudiantes solo entran a los carruajes creyendo que son tirados por magia. Son como un recuerdo de lo que viste, lo que entendiste.

Ves una muerte, y tienes que aprender a lidiar con ese trauma, pero te recompensan con poder ver a este curioso caballo. La vida es muy extraña.

Dejé de ver a los animales y terminé notando que alguien más podía verlos. Theo tenía una mueca disgustada en el rostro y había dejado de caminar, seguí su mirada, acabando en lo que estaba tirando al carruaje.

-Son Thestrals -le dije mientras ambos seguiamos viendo el frente-. No todos los pueden ver... solo aquellos que han visto la muerte. -dije con tono sombrío.

Su rostro se giró, sus ojos se veían tristes y apagados. Solo una de las esquinas de mis labios se elevó al encogerme de hombros.

-Supongo que es algo de lo que ninguno de los dos quiere hablar por el momento... -envolví mi brazo en el suyo y lo jalé conmigo- además, no es un buen lugar.

Entramos a uno de los carruajes, que olía a humedad, y se puso en marcha, caminando para cruzar unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, me acomodé para quedar con el rostro en la ventanilla. Durante el camino que llevaba al castillo no hablamos, ambos sumidos en pensamientos, por lo que no era un silencio del todo incómodo.

Cuando nos detuvimos, bajamos del carruaje, seguimos a los estudiantes que subieron la escalinata de piedra y atravesaron las puertas de roble. A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Entramos al lugar y tomamos un lugar en la gran mesa de Slytherin.

Escuchaba a los otros hablar de lo que hicieron en sus vacaciones, pero yo los ignoraba a todos, no podía dejar de ver a los lados, buscando y esperando con ansiedad que los de primer año entrarán y todo comenzará.

No pasó mucho tiempo para que las puertas se abrieran mostrando a la profesora McGonagall y, unos momentos después, la hilera de niños de primer año. Entre todos los sombreros puntiagudos pude distinguir la melena alborotada de Luna.

La profesora puso el sombrero seleccionador en un taburete frente a los niños y empezó a llamarlos, empezando por un niño pequeño y castaño, Colin Creevey, el admirador de Harry; los demás siguieron pasando, ninguno me parecía muy importante así que desvíe mi mirada a la mesa de profesores, Gilderoy Lockhart resaltaba usando una túnica aguamarina, los demás profesores no se veían muy cómodos y había uno que faltaba. El profesor Snape.

Él debía estar encontrando a Harry y Ron, después de haber hecho el desastre en el auto volador, lo que creí que era secreto, pero una considerable cantidad de personas ya lo sabía.

-¡Greengrass, Astoria!

La niña caminó al taburete con elegancia, moviendo su brillante cabello castaño. Se sentó y le colocaron el sombrero, no había pasado ni medio minuto cuando el sombrero gritó:

Reencarné en La Cámara de Los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora