Viajes físicos y espirituales (4)

9 1 0
                                    

Reno Cauldfield no sabía si estaba soñando o si efectivamente estaba muerto, puesto que todo lo que veía era una especie de retrospectiva en tercera persona, dónde podía claramente observar todo lo que acontecía.

Estaba en Italia, su país natal. Su padre Irlandés lo había abandonado temporalmente producto de que tenía que alcanzar sus sueños y su madre lo había dejado bajo la tutela de su numerosa familia.

Su tía Antonella hacía enormes esfuerzos para retirar las masas rellenas del destartalado fondo negro con un pesado colador, y cuando vio la leña apagarse, notó como un denso escalofrío le recorría su molestosa espalada y el solo hecho de pensar en ir a buscar más palos para echarle al fuego la hizo angustiarse de manera enorme. Se sentía culpable también, porque la gente estaba a punto de llegar y el almuerzo no se hallaba ni cerca de estar listo.

— ¿Y qué te pasa ahora? —Le preguntó Lucía.

Lucía recorrió con la vista algunas de esas masas a punto de desarmarse, fijándose que a otras también les faltaba cocción y se disgustó bastante al presenciar la débil llama a punto de extinguirse. Antonella respondió humildemente.

— Me siento muy débil, mamita.

— Te dije que no te tomaras esos antidepresivos, ¡Te hacen peor! ¿Cuántas veces te he dicho que la única solución es orarle a Dios? ¿Hace cuanto que no vas al salón del reino? Respóndeme.

No lo sé, mamita.


— ¡Y tienes la tendalada con la comida! ¡Anda a buscar más masas rellenas! Yo veo el fuego por mientras y dile a tu hija que te ayude.

Antonella entró por la cocina y vio a Rita muy cómodamente sentada en el sofá conversando con Francesco, quien le mostraba viejos casetes extraídos de una antigua caja de zapatillas Adidas. No quiso molestar ni a su hija ni a su hermano y sin dirigirles la palabra siquiera pasó directo al baño, a mojarse la cara, mirarse al espejo y darse ánimos. Luego volvió al patio, no sin antes cargar una nueva bandeja con humitas. Rita la siguió con la vista.

— ¿Se fue ya tu mamá? —Le preguntó Francesco.

Sí tío, ya se fue.


Francesco sacó un pequeño sobre del bolsillo de su ajustada camisa a cuadros y se lo entregó a su sobrina.

Toma Rita, esto es para ti. Feliz navidad.

— T

í

o, muchas gracias ¿Qué es esto?


— Un par de entradas para que vayas al cine a ver Crepúsculo. Van un par de pasajes a Roma también para que vayas con quien quieras. No se te vaya a ocurrir decirle a tu madre y mucho menos a tu abuela. ¿Me escuchaste?

— Obvio que no, tío. No le quiero dar más dolores de cabeza a mi mamá y mi abuela jamás va a comprender que yo no dejaré de amar a Dios por ir a ver una insignificante película de vampiros. Muchas gracias, tío.

— Y esto es para que después comas algo— Le dijo, extendiéndole un billete de cinco mil liras.

— No, no, tío. Eso si que no lo puedo aceptar. Yo igual tengo mis ahorritos.

— Recibe mujer, con confianza. Si no tengo hijos, ¿A quién quieres que regalonee? 

Mientras Rita le daba un sincero abrazo a su tío, juntos oyeron el metálico ruido que hacía la reja cuando se abría el portón. Francesco se incorporó para ver quien era. Llegaba su hermano Jeremías con Clara, su mujer, y con Clarita e Isabel, las pequeñas mellizas que en cuanto lo vieron se abalanzaron sobre el.

Publicidad Engañosa (Capítulos finales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora