Un vasito y medio de vino había sido suficiente para ella según lo que observaba Reno Cauldfield en esos momentos.
Antonella aprovechó cierto desorden que se había generado en el patio y pidió permiso para retirarse, con la excusa de que necesitaba descansar. Notó como su hermana Rosario utilizaba aquel incidente para excusarse también y marcharse, bajo el pretexto de que tenía muchas cosas importantes que hacer.
Antonella logró acostarse, no así dormir. Por el calor que hacía y por muchas otras cosas más. No logró tolerar nada más de aquel nefasto presente y comenzó a llorar con todas sus fuerzas. Había esperado toda la semana aquel almuerzo, puesto que Clara, su única amiga de la actualidad, era el tipo de persona que podría llegar a prestarle un poco de ayuda, siempre y cuando se hubiese dado la ocasión. Había un universo oscuro que se le había formado en su cabeza que la invitaba categóricamente a resignarse de lo que era la salvación. Pero a Clara la notó más inaccesible que nunca, más por su propia actitud de no atreverse a molestar que por hallarla distante en sí. Realizó una oración a Dios que no alcanzo a culminar debido a una especie de desconcentración. No supo cuánto rato pasó hasta que oyó los gritos de siempre.
— ¡Antonella levántate! — Gritó su madre, golpeándole la ventana— Hay que lavar la loza y ordenar el chiquero que quedó en el patio.
Se levantó a duras penas. Le daba la impresión de que su madre sabía que ella guardaba un secreto y eso la hacía obedecerle en todo. Creía que la resignación y el abandono eran el único acceso a la conservación de la paz de aquella casa, del orden y del inalterable estilo de vida.
— ¿Que te pasa hermanita? — Le preguntó Francesco, mientras dejaba las botellas vacías en el rincón de siempre— ¿Por qué dejas que la vieja te trate así?
No respondió.
Francesco recordaba esas tres o cuatro horas antes transcurridas como una cosa que venía a refrescar la casa y sus habitantes llenos de oscuridad. El mismo, por ejemplo, que había renunciado a la religión hace bastante tiempo. No soportaba la percepción de que había bastantes vidas echándose a perder alrededor suyo y eso lo mantenía alerta. Sentía que de cierta forma había logrado salvarse y tenía el deber de intentar salvar a otros. Y lejos de confiar en acciones más concretas, creía que era el momento de persistir con una actitud y tal vez un mensaje claro, relacionado con la idea de que el presente era lo único importante y no se debía malgastar en la fabricación de futuros traumas. Por eso el regalo a Rita, a pesar de que estaba en contra del propósito de las navidades, igual que todo su entorno. Y se esforzaba más que todos en que Reno Cauldfield llevase, si bien no una vida normal, al menos algo que se aproximase a ello de una u otra forma. Y por eso era su apoderado en el nuevo colegio. Por eso le estaba pagando una escuela de fútbol particular. Por eso se había ido a un juicio por temas de tuiciones legales.
— Sácame de una duda, así de copuchento no más— Le había dicho Jeremías— ¿Que pasa entre Esteban y tú? Apenas llegaste con el vino puso una cara un poco rara y salió corriendo. Ustedes dos no se separan ni para ir al baño.
— Una tontera sin importancia. Te la voy a contar no más, para que me creas.
— Pero cuéntame que pasó, pues.
Francesco encendió un cigarro antes de hablar.
— Reno fue a la reunión ayer, después de que llegó del aeropuerto. Volvió solo porque la vieja se debe haber quedado conversando y Rita se había ido a juntar con el padre un rato. La cuestión es que yo le propuse que fuésemos a comprar unos pastelitos para tomar once y cuando llegamos a la amasandería, una chica, así un poquitito mayor que él, prácticamente se lo comió con la mirada. Era bonita la cabra y se me ocurrió ponerme a cantar; olé, ole, olé, olé, Reno, Reno. La niña esta y su amiga estaban muertas de la risa. ¿Quieres saber que hizo nuestro sobrino? Salió corriendo. Desde ahí que me evita y no me habla. Y anoche le pregunté por qué hizo eso y me dijo que no tenía ganas de conversar. Yo le dije que lo que había hecho estaba mal…
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Publicidad Engañosa (Capítulos finales)
RomanceMak Savicevic estaba a punto de colgar sin despedirse y en eso oyó nuevamente la voz de Javo Sczibor: - ¡Winner! - ¿Sí? - Necesito que me ayudes a hacer lo suficiente como para al menos entregar un buen trabajo. El problema que tienes te lo puedo so...