CAPITULO 2: NUEVO HOGAR

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Él empuja a aquel ser que lo engendro con tanta fuerza que cae al suelo por el ímpetu ejercido, y agradece que eso sirviera para que la atención que antes estaba en su madre se dirigiera hacia él. Ahora aquellos golpes caían en el débil cuerpo de un niño delgado de diez años. Los nudillos impactándose una y otra vez en sus costillas, a lo lejos podía escuchar los lloriqueos de su madre pidiendo que se detenga; una melodía que solía atormentarlo constantemente en la noche, en su cabeza aquel hombre tenía un rostro que no quería reconocer, solo era un monstruo al que la bebida consiguió envenenar y transformar.

Sus ojos se abren de golpe, las amplias ventanas están abiertas y las cortinas no dejan de moverse al compás del viento, la habitación que le dieron duplica el tamaño de su antiguo cuarto, con un armario enorme en el que apenas existen un par de zapatos del instituto, unos deportivos y unas cuantas camisetas y jeans viejos. Su propio escritorio, alfombras y sofás. Se reincorporo y descalzo se dirigió al baño, eso era lo que más lo sorprendía, el baño parecía ser otra pequeña habitación, con enormes espejos y lámparas gigantes, con una tina cernida en el suelo junto a la ducha de paredes de vidrio transparentes por completo.

No hay llave que girar como en su antigua ducha, presiona algunas teclas y el agua fría cae en su cuerpo. Todo lo que está viviendo es nuevo, visto en películas que pasaban en los canales televisivos, aun así, extraña su hogar, e imagina de una forma estúpida que al volver a aquella casa su madre la adicta lo iba a estar esperando. Inclinado observando las baldosas de mármol y sus pies descalzos nuevamente el deseo de que todo termine pronto se ciernen sobre él.

Al salir de la habitación con una toalla cubriendo su cintura baja le sorprende ver a su hermano sentado en el sofá.

— ¿Qué piensas? —el mayor lo interroga.

— Consigamos el dinero y vámonos.

— Es el plan inicial. Espero no cambies de opinión después de ver todo esto.

— No digas tonterías —mientras seca su cabello el menor se dirige al armario y agarra su camiseta—. ¿Ellos llevan nuestra sangre? —la pregunta fluye como si no quisiera darle tanta importancia, pero la tiene, los cuadros de aquella mujer de cabello rojo, junto a Fugaku y en medio de ellos esos niños, la de cabello rosa, el rubio y otra niña rubia. Quizás ese abrazo no era posesividad de hombre si no fraternal.

— Quizás. ¿Por qué?

— Curiosidad —responde ya vestido— ¿Tienes dinero? Debo ir al instituto.

— Le dije a Fugaku que te trasladé a un nuevo instituto; por las deudas, si estabas allá iban a encontrarnos. Asistirás desde mañana. Yo iré a la oficina a ver que puedo conseguir de Fugaku, y tú quédate, no queremos levantar sospechas.

***

Al explorar la mansión a pesar de no ser alguien curioso descubrió varias cosas, las más de diez habitaciones del segundo piso, el gimnasio, el desván y desde esa pequeña ventana redonda podía observar el bosque que rodeaba la mansión desde la parte posterior, y era hermoso. Algo que seguramente le gustaría a su madre, las caminatas por senderos con olor a flores.

Con las manos en el bolsillo iba de regreso a su habitación cuando por el pasamanos observo en la entrada principal de la mansión ingresar a esa mujer de cabello rosa en compañía del rubio. Quiso marcharse incomodo por quizás las preguntas que le harían, pero la chica paso junto a él ignorándolo, solo el rubio se quedó a su lado observando la entrada principal como él.

— ¿Eres el hijo de Fugaku? ¿No?

— Lamentablemente —mascullo con una sinceridad de la que se arrepintió de inmediato— ¿Y tú? ¿Eres su hijo?

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