La historia de Dios y del Hombre está llegando a su fin. Cuando el apocalipsis cubre toda la tierra, las maravillas tanto divinas como mortales son manchadas por las marcas del inframundo. El mundo se sume en guerra, caos, penurias e incertidumbre.
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El ambiente en todo Asgard se vuelve acalorado a pesar de la frialdad del invierno. Y todos los humanos se apuran en viajar al Valhalla cuando escuchan las sirenas y los megáfonos exclamar, a grandes voces, que se por fin llevará a cabo el parlamento de los dioses con el cual votarán el destino de la humanidad.
Los alrededores del edificio del Parlamento del Valhalla se aglutinan con extensísimos mares de tiendas de campañas que resguardan a cientos de miles de personas, humanos de todas las etnias conocidas y creadas por los dioses que esperan, con el corazón en la mano y el espíritu enajenado, la votación que decidirá su futuro.
¿Serán otros mil años de existencia? ¿O será más bien la extinción definitiva? Eso murmuran hombres, mujeres niños y ancianos bajo sus tiendas, o mientras hacen la cola para comprar comida y así tener como abastecerse mientras el parlamento se lleva a cabo. Por lo que se sabe, estos parlamentos, que se celebran cada mil años, son los más largos de entre todos los "procedimientos jurídicos" de los dioses.
La gente que está reunida en las calles de la ciudad se pregunta entre murmullos: "¿qué pasará con nosotros? ¿Nosotros seremos exterminados también?" Los sacerdotes griegos, egipcios, romanos, celtas, persas, asiáticos, mesoamericanos y aborígenes hacen incontables rituales y sacrificios en honor a sus dioses, rezando por misericordia y porque la sabiduría de los dioses les dé una oportunidad de mil años más de existencia. Una mujer de melena violácea y ojos vendados se queda observando con desprecio a esos sacerdotes tan sumisos, para después tomar de la mano a su pareja (un hombre de mirada algo perdida y de su misma estatura) y largarse de allí.
