La historia de Dios y del Hombre está llegando a su fin. Cuando el apocalipsis cubre toda la tierra, las maravillas tanto divinas como mortales son manchadas por las marcas del inframundo. El mundo se sume en guerra, caos, penurias e incertidumbre.
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Iris del Arcoíris da dos pasos hacia delante. Las mórbidas venas que cubren la totalidad de su cuerpo palpitan como si fueran corazones. La Diosa Griega expulsa bufidos hondos y chirria los dientes. A pesar de que ahora no puede ver, ni oír, ni olfatear, ni sentir y ni saborear nada, ahora su alma está protegida de cualquier hechizo que quisiera infringirle daño a nivel mental o espiritual.
Hermes desactiva su Escudo Hermetico y ve a la bella vestida con las pieles de la bestia. Ambos se quedan callados, manteniendo la distancia y desafiándose con la mirada; ambos con increíbles deseos de matarse. El tronar de los relámpagos rezonga en toda Jerusalén, azotando el firmamento y parpadeando los nubarrones que se retuercen en la bóveda celeste. El sudor corre por las manos de Hermes, y la sangre mancha todo su cuerpo. A pesar de las heridas, el mensajero del olimpo se mantiene de pie, listo para cualquier cosa.
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Y la primera en atacar... es Iris.
Desplazándose en movimientos zigzagueantes a una velocidad vertiginosa con tal de confundir a Hermes, la diosa deja tras de sí rastros de escombros y expulsa cortinas de polvo que cubren todo el campus universitario. Sumado con el poder de los vientos huracanados y los relámpagos, los edificios alrededor de ellos caen uno a uno, matando en el acto a multitud de israelitas y palestinos.
Hermes mantiene abierto los ojos, soportando la molestia de los vientos y el polvo. Siente tras su espalda la presencia de Iris, sus garras a punto de atravesar su espalda. El Dios Olimpico ensancha totalmente sus ojos, alza sus brazos y despide de su cuerpo un aura divina que evapora el polvo con una onda expansiva. La onda de choque golpea a Iris, empujándola lejos de Hermes.
