La historia de Dios y del Hombre está llegando a su fin. Cuando el apocalipsis cubre toda la tierra, las maravillas tanto divinas como mortales son manchadas por las marcas del inframundo. El mundo se sume en guerra, caos, penurias e incertidumbre.
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Las salas del Geirrodalgardar jamás habían estado tan silenciosas y oscuras como ahora.
Mientras se lleva a cabo la ejecución de Govyrg, una sensación de desolación devastadora impregna ahora todos los pasillos del inmenso castillo. Sus gentes, que hasta ahora habían vivido el jolgorio de por fin salir de aquí, ahora están ocultos entre las sombras de los pilares mientras que los Jotuns que hacen de guardias los vigilan y cuidan. Para el pueblo llano, las acciones que había cometido su benévolo rey ahora no parecen ser claras y justas; él, en su ingenuidad, dejó entrar a los Odinson. Y ahora temen ellos que en cualquier momento serían aniquilados por el martillo de Thor, la espada de Vidar, el hierro de Tyr o la música venenosa de Bragi... Justo cómo sufrieron sus hermanos de Völuspá.
En el exterior se oye las inclementes brisas que anuncian la icónica tormenta nevada, el símbolo de la muerte para la raza Jotun. La felicidad de la música, los cantos y los bailes se ha desvanecido, y la sensación de peligro y pavor vuelve a abrazar con gélida amabilidad los hombros de los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños que descansan en los largos pasillos del castillo, aglutinados entre sí y obstruyendo el camino a los centinelas. Los niños se abrazan a sus madres y les preguntan a ellas: "¿cuándo saldremos de Jötunheim". Ellas responden que pronto... pero no lo prometen. Saben que prometer ahora es en vano.
Uno de los Jotuns se pone de pie y le avisa de antemano a su esposa e hijos adolescentes que irá al baño. Entre calambres de espalda producto del lumbago se pone de pie, y se sale de su círculo familiar para caminar a través del sendero por el cual caminan los vigilantes Jotuns. Anadea solo, mirando de un lado a otro y observando con gran consternación el silencioso sufrimiento espiritual de cada Jotun, de cada hermano suyo; oye sus toses y sus sollozos, y siente sus instintos de supervivencia mermarse por el pesimismo. Él también siente esa degradación, lo que lo hace toser varias veces mientras camina hacia el fondo del pasillo, donde lo esperan dos puertas; una para los hombres y la otra para las mujeres.
