⌕ alígero ; dotado de alas.⌗ ash
Surcar los cielos por voluntad propia era lo único que la codicia humana no había logrado cumplir.
Aquel sueño tan inocente e imposible había trascendido generaciones, la peculiar habilidad siendo realizable solo en obras ficticias y libros llenos de promesas falsas. Tanto el cielo como el océano eran terrenos desconocidos y misteriosos, tan enormes como hermosos; difíciles de abarcar por su complejidad y tamaño.
Si bien se podía estar cerca de las nubes y tener el sol al lado, sentir la frescura de la brisa en los brazos era inviable; acariciar los campos de algodón, admirar el manto estrellado y perderse en la lejanía del cielo era algo impropio del individuo. Poco se podía lograr cuando se dependía de simples objetos y transportes.
Volar era de las respuestas más comunes cuando se preguntaba qué poder se deseaba obtener, era repetitivo y hasta aburrido de escuchar, pero ocultaba cierta belleza que lo hacía un anhelo especial. ¿Qué se sentiría liberarse de las cadenas, alzar los brazos y dejarse llevar por la delicadeza del viento? Que el cuerpo se vuelva ligero como el de un ave y se aventure a acariciar las nubes, que lo único preocupante sea despertar y no las agonías terrenales de las que se estaba destinado a experimentar.
Miles de veces había deseado que sus pies flotaran, que abandonaran el mundo que lo hacía sangrar para liberarse de todo lo malo, de todo lo corrosivo que ensuciaba a su alma. Cuando la vida le enseñó que los astros le habían escrito un destino desalentador e infausto, deseó haber nacido con la libertad de las aves. Ellas gozaban perderse en lo alto, podían escapar rápidamente ante amenazas y eran difíciles de capturar.
Él quería ser igual, anhelaba tanto huir y permanecer escondido antes que ser atado y privado de inocencia.
Pero el ser humano permanecía con los pies en la tierra, sin poseer algún poder o habilidad especial como los narrados en libros o películas. La verdad dolía y él se negaba tanto a aceptar que no tenía escapatoria, que no había forma de cambiar el destino injusto que le fue condenado. Sus primeros años fueron una tortura llena de confusión y angustia. ¿Era porque era débil e indefenso, porque no sabía la crueldad de las personas y era fácil de engañar?, ¿era por eso que había sido el blanco ideal de tantos actos inhumanos?
Su infancia era algo que no se atrevía a recordar, si bien había aprendido de ello, la herida seguía tan fresca y peligrosamente cerca de su corazón; un mínimo movimiento y se abriría, una simple palabra y sangraría.
Cuando su infierno en la tierra se prolongó y se vio cubierto de ojos maliciosos y manos sórdidas, supo que no podría ponerle fin a su desdicha. Sus manos y pies estaban atados, su mente controlada, su cuerpo había aprendido a reaccionar violentamente para sobrevivir y sus labios habían dejado de pronunciar palabras suaves y puras.Había perdido la oportunidad de ser libre, gozar consuelo y seguir sus sueños eran ahora actos indignos de una persona tan marchita y sucia como él. ¿Habría tenido alas en un principio, o ya estaba destinado a vivir sin ellas?
No había caso en buscarle respuesta a preguntas tan abstractas, simplemente cumplía con una condena inmerecida y no podía huir aunque su alma gritara perdón y compasión. Lo entendió, pero se negó a aceptarlo el resto de su adolescencia.Aunque el no darle alas era un trato injustificado, se había decidido por mantenerse de pie lo más que pudiera. Demostraría lo fuerte que su voluntad y dolor eran, no dejaría que las personas que buscaran su daño se fueran satisfechas. Lucharía con las manos rotas y los pies descalzos, sin armas y solo con su rencor como escudo. Lo habían dejado vacío e impuro, pero si no podía escapar solo, se las arreglaría para arrastrarlos a todos ellos a la misma miseria.
Había pasado tanto tiempo así, su mente no albergaba pensamientos positivos y su corazón era de piedra ante todo el mundo. Perdido de salvación y cordura, vagó años con la soledad como compañía; era el ejemplo viviente de una persona incapaz e inmerecedora de los placeres de la vida. Está bien, se decía, después de todo era el único que podía darse los ánimos suficientes para seguir respirando.
Pero inesperadamente su camino tomó un rumbo distinto, su corazón despertó y sus esperanzas fueron amablemente recogidas desde el fondo de su alma.
Surcar los cielos por voluntad propia era imposible. No existía forma de que una persona danzara con el viento, de que su cuerpo pareciera tan acostumbrado a flotar que se viera natural al volar. No había forma, pero podía conmoverse de ser el primer testigo de un verdadero milagro, de la realización de aquel sueño que tantos niños tenían al dormir. Aún si sus ojos habían visto atrocidades y escenarios deplorables, ese día admiró la sincera pureza humana.
Sus pies lo alzaron a la cima, su cuerpo se movió con elegancia y delicadeza, como si estar en el cielo fuera su segundo hogar. Atravesó y venció obstáculos, acabó con su maldición y sin saberlo, lo había librado de las cadenas que estaban por desgarrarle la piel. Le ofreció la vista más hermosamente genuina en su vida, le regaló sueños a su pisoteado corazón y le tendió la mano para por fin esfumarse. Le regresó la vida, hizo tanto y sin pedirle nada a cambio, solo dándole sonrisas nerviosas como respuesta.
¿Había algo que merecía ser salvado dentro de él? No podía explicarse por qué aquel joven había estado dispuesto a ayudarlo, a penas le había dirigido la palabra. No era lógico ayudar a desconocidos, mucho menos arriesgarse tanto por una persona sucia. Debió irse cuando tuvo la oportunidad, o darle la espalda como todo el mundo lo hizo. Debió asustarse y escapar de la crueldad que el mundo disfrazaba con normalidad, pero en su lugar revivió uno de sus deseos más infantiles y le mostró que con esfuerzo se podía lograr.
¿Que las personas no podían volar? Mentira, Eiji desafió esa realidad al salvarlo, desmintió falsas creencias y se hizo uno con el cielo.
Poco después le aclaró que le envidiaba, ¿cómo no hacerlo? Él podría desplazarse y salvarse de lo incorrecto cuando quisiera, tenía voto y voz propias que le libraban de estar bajo el mando de alguien. No obstante, se sentía tan pleno y feliz de que su historia no se repitiera, agradecido de encontrarse equivocado por decir que las alas no existían. Lo hacían, no eran visibles pero ese joven las tenía, había volado a su encuentro para sacarlo de su mar de agonía, alzó su cabeza para evitar que se ahogara en mentiras.
Rompió sus ataduras y lo llevó consigo, le enseñó lo que es un corazón pulcro y una inocencia desmedida. Le ayudó a pronunciar palabras suaves, a reírse y sonreír sin temor o culpa. Hizo de su cuerpo uno que no reaccionara con violencia, borró experiencias opacas y dejó unas llenas de colores en su lugar. Curó sus heridas y repartió caricias afectuosas y honestas cuando lo necesitó, lo acunó en las noches que todo volvía a ser un infierno, con paciencia fue marcando un nuevo ritmo en su vida que antes creía inmerecido e imposible. Lo hizo humano, lo hizo ver que todavía podía ser alguien normal y libre de condenas.
¿Era una disculpa de los astros por darle una vida tan injusta?, ¿el anuncio de que partiría y por eso antes tendría la oportunidad de conocer el lado pacífico de la vida? Sea lo que fuera, por primera vez se concebía tan alegre y sereno. A su lado podía ser el niño que ocultó, podía dormir profundamente, podía hablar de lo que fuera y él estaría ahí escuchándolo aunque le costase el idioma. Podía fracasar y tener todo en contra, pero él había prometido sostenerlo cuando eso ocurriera.
Estaría eternamente agradecido por haberlo librado de la malicia, por separarlo de su entorno lóbrego y dejarlo descansar en el manto de nubes aunque sea por un corto tiempo. Le dio un respiro a su alma, lo hizo descansar y disfrutar.
¿Que las alas no eran propias del ser humano? Tal vez, pero sí eran una característica innegable del azabache. ¿Que los ángeles no existían? Antes hubiera afirmado sin dudar, pero ahora se cuestionaba la presencia cándida del mayor.
Era tan afortunado de coincidir con tal ser angelical, dotado de alas y luz capaz de abrazar cada rincón oculto de su alma.