sakurafubuki

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sakurafubuki ; se refiere a la lluvia de pétalos de la flor de cerezo

⌗ asheiji

Incontables veces había visto a una sombra deambular a su lado, insistente y cautelosa, moviéndose a sus espaldas, amenazando con robarle el último suspiro a su corazón

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Incontables veces había visto a una sombra deambular a su lado, insistente y cautelosa, moviéndose a sus espaldas, amenazando con robarle el último suspiro a su corazón. Desde niño puede verla, la vida no ha sido justa con él y le ha ofrecido el paisaje más lúgubre existente, no le ha dado la oportunidad de sobresalir con su talento, de usar su inteligencia para cosas cotidianas y no como método de supervivencia.

Fue entonces que se consideró listo, la muerte tocaba su hombro con frecuencia y era inútil hacer la vista gorda ahora, era quizá el pago que debía dar después de arrebatar tantas vidas; no es una persona pura, ha cometido pecados, tiene sangre escurriendo de sus manos. Es el destino escrito para él y no puede cambiarlo, se ha resignado a que su hilo dorado sea cortado en cualquier momento, en que su alma se pierda entre otras miles en un abismo infinito.

Ash no pretende ignorar su pasado. Es duro, no ha sido fácil sobrellevarlo y admite que tiene el anhelo de renacer como mejor persona, en un cuerpo que se sienta suyo, con un corazón tranquilo y cálido. No obstante, ¿cómo puede venir y olvidar lo que hizo en un instante? Es imperdonable, delante de sus ojos ha visto atrocidades, de sus labios salieron órdenes inauditas; el pesimismo ha crecido tan rápido en él que ahora cuesta cortar la raíz, teme que si lo hace con fuerza se lleve su último aliento. Le cuesta aceptarse, cada que mira su reflejo encuentra imperfecciones y memorias amargas que le impiden avanzar, no se siente digno de pedir compasión y perdón siendo ya tan tarde.

Es un asesino, se lo han impregnado hasta hacerse una segunda piel en contra de su voluntad.

Por ello no temía de la sombra, no la buscaba pero la aceptaba, era extraño lo que sentía respecto a la muerte y se preguntaba si después había un descanso como las creencias dictaban; aún si fuera cierto, su alma tomaría un rumbo distinto, está seguro. Muchas veces la vio tentativa, el averno que vivía en tierra era tan insoportable que morir parecía la única salida, la última solución a su agonía.

Con el frío de diciembre había prometido no volver a verlo, no buscarlo de nuevo porque sabía el riesgo que corrían al estar juntos; muy empalagoso decirlo de esa manera quizá, pero aunque desearan perderse en la calidad del otro, era imposible viviendo en un mundo tan corrupto y roto. Evidente era que sus piernas luchaban con correr a su paradero, con abrazarlo y ocultarlo en su pecho para garantizar su seguridad; quería experimentar tan inexplicable sentimiento que recorría su cuerpo en un instante y lo regresaba a la vida, olvidarse del mundo bajo el manto de su mirada.

Ansiaba tantas cosas, pero más fuerte era el pensamiento intrusivo de ser un estorbo para el azabache, la idea de que lo ponía en peligro a diario taladraba en su corazón hasta que terminó por sacrificarse; lo dejaría irse, regresar a su hogar para que viviera repleto de comodidad, pondría su corazón bajo candado de nuevo y todo regresaría a la normalidad.

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