Las puertas y ventanas se estaban cerrando. Las luces se apagaban y la amplia calle cubierta de nieve quedó desierta bajo la luna llena. Las tres muchachas, atadas al poste, pedían entre gritos y lágrimas que no las dejarán allí, pero ni sus familias les prestaron oído a sus patéticas llamadas. Al fin el frío y el cansancio las silencio. En toda la aldea no había un sólo sonido que interrumpiera la helada quietud. Casi a media noche, más allá de la lúgubre hilera de abetos que cubrían con sus sombras la senda de acceso al lugar, ladridos de perros se comenzaron a oír entre el tropel de los caballos al galope. Pronto las luces de las antorchas anunciaron la proximidad de la temible procesión. Las muchachas gimotearon de miedo mientras al interior de sus casas, los aldeanos oraban porque todo terminara pronto.Un trineo tirado por media docena de negros caballos apareció por la curva que rodeaba la colina sobre la que crecieron los encorvados abetos. Sobre aquel vehículo iba una figura envuelta en una capa negra que se abría cual alas de cuervo, mientras
despiadadamente dejaba caer el látigo sobre los corceles que tiraban a toda velocidad y con todas sus fuerzas. Tras él iba una docena de jinetes con antorchas,
lanzas y espadas. La luna le daba al acero una frialdad de muerte y a los jinetes los dotaba de una aura de espectros demoníacos,
que se habían fugado del infierno para atormentar a los vivos. El trineo se detuvo a pocos metros de las mujeres y los dos caballos a la cabeza se levantaron sobre sus patas traseras relinchando furiosos de dolor. Su lomos resentian el látigo de su amo, que descendió del trineo enrollando su flagelo en su antebrazo, para ponerlo a su espalda cuando estuvo frente a esas hermosas muchachas de cabellos claros y pieles blancas como la leche. La que estaba en medio fue la única que miró a ese sujeto a los ojos. A esas pupilas como oro que la veían con desdén. La enguantada mano de ese individuo fue directamente a su cuello, se cerró allí y la alzó sin ningún cuidado para acercarla a su rostro. El aliento de aquella alargada boca se condensó en una nube efímera entre los dos, mientras esos labios escasos dejaban ver un perlado y agudo colmillo que brillo al estar de cara a la luna. Los ojos de ese sujeto pasaron de la mujer y miraron detrás. Allí habían cestas con toda clase de alimentos, costales también y objetos valiosos como candelabros de plata, charolas del mismo material y semejantes. Las riquezas de toda la aldea fue depositada allí para complacer al señor de la región, que como si inspeccionara un animal metió los dedos en la boca de la muchacha, después de quitarse el guante. Tenía unas garras oscuras que lastimaron a la mujer que carecía de una buena dentadura. Como si arrojara basura, ese individuo de rasgos felinos tiró al suelo a la pobre infeliz, de cuyo cuello salió un chorro de sangre que salpicó a las otras que gritaron de horror. Ni siquiera vieron la rápida zarpada que degolló a su compañera que casi decapitada cayó sobre la nieve.Sin inmutarse aquel sujeto examinó los costales, reviso los objetos para luego mirar las casas cerradas en cuyas puertas colgaban coronas de navidad y muérdago. Nadie se asomaba a las ventanas, nadie hacía ruido. Ni un panteón podía estar tan callado como lo estaba esa villa.
Los hombres que lo acompañaban bajaron de los caballos para ir por las mercancías.-Señor Bills-lo llamó uno de aquellos sujetos y su amo lo miró por encima de su hombro-¿No le apetecen estás mujeres? ¿Qué hacemos con ellas?
-Pueden hacer lo que quieran, pero quiero ver este lugar convertido en cenizas-le respondió-Su tributo es un insulto a mi persona- agregó y se giró enérgicamente,agitando su capa, para volver al trineo.
Bills se fue mientras sus hombres quemaban las casas después de desvalijarlas. Gritos de niños aterrados rompieron la noche y los alaridos de las mujeres ultrajadas morían entre el fuego. Hombres mutilados quedaron tendidos en la nieve, mientras el señor de la región corría en su trineo sonriendo satisfecho.
Un año después.
Vegeta y Mary miraban a Goku con bastante envidia. El sujeto parecía impermeable a todas sus desgracias. El frío no lo desanimaba e iba tarareando una canción navideña después de sugerir tres veces que comieran nieve con azúcar para pasar el hambre. Los otros dos con lo que les quedaba de, paciencia, lo iban oyendo montados en sus cansados caballos. Llevaban tres días de marcha, tenían frío y no habían comido en dos días. Las ropas las tenían cubiertas de una capa blanca y los rostros parecían tener una máscara vidriosa gracias a sus alimentos que se condensaban en una nube de cristales que se les adhería a la piel. Parecían tres espectros del invierno que se arrastraban por los blancos suelos donde no surgía un sólo movimiento. Ni un conejo que pudieran cazar, ni siquiera una rata o ave. Nada.
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Tirano.
Fiksi PenggemarEn todas partes Navidad es motivo de alegría y amor, pero en esta tierra esa noche es sinónimo de angustia y dolor gracias a su gobernante.