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El tercer día lo pasó entrenando en su casa concentrándose para seguir avanzando con sus hakis antes de volver a irse a dormir.

Por la mañana se encaminó a la casa del árbol, donde se detuvo y miró hacia arriba. Ya no estaba ese olor sofocante que lo hacía querer caer de rodillas, pero aún había acumulación de feromonas por el reciente celo del alfa.

--¡Ace! --gritó para darse a notar.

En el interior de la casa el pecoso descansaba después de tres largos días de apenas poder dormir por el calor y el dolor del celo, pero el grito solo hizo que se despertara y los recuerdos volvieran como un gran dolor de cabeza.

Se levantó con esfuerzo y asomó a la ventana, viendo al niño en la parte baja del árbol.

--Luffy, estoy cansado --dijo a duras penas.

Esto preocupó al Monkey.

--¿Necesitas algo? --preguntó.

--No, solo vuelve otro día --solo dijo antes de volver a internarse en su casa, taparse con su manta hasta la cabeza e intentar dormir.

Inseguro Luffy hizo caso y se marchó del lugar, caminando por el bosque sin rumbo fijo para intentar despejarse, luego volviendo a su hogar para seguir entrenando en un intento por mantener la cabeza ocupada.

(...)

Una semana después del celo de Ace Luffy escuchó golpes en la puerta de su casa, distinguiendo el nuevo olor que su amigo desprendía.

Se acercó a la puerta y la abrió, viendo a Ace con la mirada baja.

--Hola, Ace, ¿cómo estás? --preguntó preocupado.

--Mejor --solo dijo. --¿Puedo pasar? --cuestionó inseguro de invadir el territorio del menor.

Luffy lo dejó entrar, luego cerrando la puerta y yendo a sentarse en su cama, viendo al pecoso hacerlo en su cojín correspondiente, aunque un poco inseguro.

--Ace --llamó Luffy un poco extrañado de que el mayor no lo viera al rostro. --Papá trajo tu fruta --dijo en un intento por romper el hielo.

--¿Qué! ¿En serio! --como si fuera automático vio al contrario, sus mejillas tornándose un poco rojas por esto. --¿Dónde está? --se centró queriendo evitar cualquier otro tema.

--Aquí, la guardé ya que estabas en celo --admitió, poniéndose en pie y yendo a uno de los costados de la casa, donde levantó unas tablas de madera y sacó un cofre un poco pequeño, el cual dejó de lado antes de recolocar todo en su sitio, luego tomando el cofre y volviéndose a sentar en su sitio, ofreciéndoselo a su acompañante, quien lo tomó.

--No es muy grande --notó.

--Las frutas no suelen ser muy grandes --contestó, metiendo la mano en su bolsillo y sacando una llave, la cual también cedió al mayor.

Ace la tomó y luego la introdujo en la cerradura, girándola un par de veces hasta que escuchó el chasquido que indicaba que estaba abierto.

Nervioso comenzó a elevar la tapa. Una vez el cofre completamente abierto vio en el interior una curiosa fruta con forma de hueso de color arena con espirales a lo largo del mismo, con un tallo marrón oscuro con algunas irregularidades.

Lo tomó con una mano y dejó el cofre de lado, viéndolo con detalle.

--¿Es esto? --preguntó con duda.

--Sí, sabe mal, intenta no vomitarlo --avisó.

Ace asintió y tomó aire, luego soltándolo. Abrió la boca y mordió la mitad de una, tragando sin apenas masticar. Las arcadas aparecieron al momento en que el bocado bajó por su garganta, pero se obligó a no vomitar y se comió lo que faltaba.

No soy un omega perfecto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora