CAPÍTULO 7

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UNA SORPRESA

En esos momentos me parecía una chica perfecta, no sólo por el trabajo que acababa de hacer con su boca, sino porque era lista pero inocente a la vez, decidida, simpática y divertida y, por lo que había visto el día anterior en el parque, tenía buena conversación. Decidí que quería hacer que se sintiera bien de verdad conmigo y mi cabeza se activó. 

Le dije que se quedara en la cama y me fui a la cocina a preparar el desayuno para los dos mientras mi mente maquinaba planes para hacer que se divirtiera ese día. Poco tuve que pensar porque tengo un gran parque de atracciones a media hora en automóvil, y de sobras sabía que ella nunca había ido a un parque así. 

Entonces me di cuenta de que no tenía ni idea de qué hora era. Miré el reloj y marcaba las 9 de la mañana. 

–Esta chica es madrugadora. —Pensé. 

Era estupendo que fuera tan pronto porque nos daba tiempo de llegar al parque antes de que abrieran. Estaba eufórico y tenía decidido demostrarle a mi prima que no todos los hombres son como los de su pueblo.

Volví a la habitación con una bandeja llena de comida, había preparado tostadas de pan con tomate y queso untado, jamón, café para mi, leche para ella y zumo de piña, el desayuno de los campeones para un día en el parque de atracciones.

—Toma cariño, desayuna bien que hoy nos espera un buen día.

De repente esa frase se repitió en mi cabeza, acababa de llamar “cariño” a mi pequeña prima. Me quedé pasmado esperando su reacción. Lentamente la miré y ella tenía una gran sonrisa en su cara. Miraba la bandeja que llevaba en mis manos con cara de golosa.

—Ay qué desayuno tan rico, muchas gracias primito.

Entonces pensé que no se había dado cuenta de cómo la había llamado y me tranquilicé, así que dejé la bandeja a su lado y abrí la persiana de la habitación. Hacía un sol espléndido y me quedé un momento viendo el paisaje. Me considero un privilegiado por poder vivir en la ciudad y disfrutar de un paisaje así.

—¿Qué miras primo?

—El buen día que hace, un día perfecto.

—¿Para qué?

—Tengo una sorpresa para ti.

Entonces me senté en la cama a su lado, le ofrecí una tostada y cogí otra para mí.

—¿Qué sorpresa?

—Ya lo verás.

Y me reí.

—Eres un cabrón.

Entonces, con cara de enfado fingido, le dio un mordisco a su tostada. Cuando terminamos de desayunar, le dije que se fuera a duchar y que se pusiera ropa cómoda. Yo mientras, recogí lo del desayuno y me preparé para ducharme yo también. Al salir de la ducha, ella ya estaba vestida, llevaba un vestido amarillo de tirantes que llegaba por encima de las rodillas.

—¿Qué tal?

—El vestido es genial, pero deberías llevar pantalón.

Entonces se levantó la falda y vi que era una falda-pantalón. A pesar de que se le levantara, no se veía ni insinuaba nada, pero como parecía una falda, quedaba igualmente sexy. Ese detalle me encantó. 

En el auto ella era un saco de nervios, no paraba de preguntarme a dónde la llevaba y de maldecirme por no decírselo. Y cuando llegamos a la entrada y se dio cuenta del plan, lanzó un grito de alegría y sorpresa y se me echó encima dándome un beso en los labios, cosa que también me dejó pasmado.

Pasamos un día fantástico, ella parecía una niña pequeña corriendo de una atracción a la otra y arrastrándome a mí detrás, comimos en uno de los restaurantes y vimos unas actuaciones increíbles hasta la hora de cerrar. 

Era casi la hora de cenar así que la llevé a un restaurante muy íntimo y agradable que conozco. Nos pasamos toda la cena comentando lo bien que nos lo habíamos pasado, las fuertes sensaciones de las montañas rusas y las cosas tan arriesgadas que hacían los actores de los espectáculos. La expresión de Claudia rebosaba felicidad y eso a mí me encantaba.

Ya estábamos de vuelta a casa cuando una pregunta de mi prima me hizo recordar mi cometido como maestro.

—¿Cuándo lleguemos me darás mi segunda lección?
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