Capítulo 19

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—¿Cómo va la paternidad?
Brad y él estaban en ese momento tomando un café en la cocina del primero mientras Brenda aprovechaba que la pequeña Anya dormía, para recuperar un poco las horas de sueño perdidas por la noche.

—Es increíble—Brad se rascó la barba un poco antes de sonreír.— No importa cuantas veces lo imaginé. Lo supera con creces. Anya es hermosa y tranquila y te juro que no sé a quien ha salido porque ni Brenda ni yo lo somos.

Fue el turno de Tom para sonreír.
Seguro que a su tía tampoco se parecía.
Hacía más de un mes que Emma había vuelto al trabajo y si relación era sólida y perfecta.
Su abuela había quedado encantada con Emma, incluso aquellas veces en las que su chica iba a su casa y su abuela no les reconocía, se sentaba a su lado y la escuchaba hablar de su pasado.

Si ya no estuviese completamente enamorado de ella, verla con su abuela, le habría conquistado del todo.

En cuanto al trabajo, todavía llegaba cansada y a veces despotricaba sobre su día, pero nada que un masaje o una noche entre sus brazos no solucionase.

Por suerte no había habido otros viajes con su jefe y finalmente había regresado a su anterior puesto, lo que sin duda quitaba un gran peso sobre sus hombros.
Aunque a menudo mencionaba las visitas de Leo a la empresa, y ella le había comentado que no se sentía a gusto cerca de él, parecía que no había dado ningún paso malintencionado hacia ella. Aun así eso tampoco lo tranquilizaba.

Leo había generado una obsesión con el años atrás. No sabía como había empezado, pero de un día para el otro le encontraba allá a donde fuese, tratando de encajar con sus amistades.
Compartieron todas las clases y grupos de estudio.
Y luego estaba...

Su teléfono sonó interrumpiendo sus pensamientos.

—Hola, cariño.
Vio la sonrisa de Brad ensancharse de forma burlona.
Si, sabía perfectamente como le cambiaba la cara cuando se trataba de Emma. No podía evitarlo.

—Hola nene, voy a pasar por casa de mi madre antes de ir a la tuya, pero estaré allí a tiempo para la cena.

—¿No prefieres que vaya a buscarte?

—Que va. Cogeré un taxi.

—De acuerdo. Nos vemos más tarde entonces.

—Si. Dale un beso a los B&B y a mi pequeña sobrina.

—Estoy seguro de que Brad puede pasar sin que le bese, pero prometo que besaré a su mujer e hija de tu parte.

Una bonita risa se escuchó al otro lado antes de despedirse y colgar.

—Ni siquiera pienses acercar tu sucia boca a mis chicas.

Entre risas, compartieron un poco más antes de que se despidiese y se marchase a casa.

Quería darse una ducha antes de que Emma llegase.

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Tras una visita rápida a su madre para recoger unas cosas que había comprado para ella y de una charla con su padre quien casualmente estaba allí de visita, salió de nuevo a la calle para coger un taxi.

—¿Estás segura de que no quieres que te lleve, pequeña?
Ya suponía que su padre no se quedaría tranquilo.

—No va a pasarme nada. Voy a casa de Tom. Además, he olido lo que mamá está cocinando y es tu plato favorito. Entra y cenad tranquilos. Estaré bien.

—De acuerdo, cielo. Solo me preocupo.

Sin poder contenerse, abrazó con fuerza a su padre. Todavía la relación no era lo que debería, pero él estaba demostrando día a día que las quería, que se preocupaba por ellas y que amaba a su madre y para ser sincera, era adorables verles juntos. Sobre todo cuando ambos babeaban con su primera nieta.

—Buenas noches, papá.

—Buenas noches, pequeña.

Una vez en el taxi, le dio la dirección de la casa de Tom y se pasó el viaje intercambiando mensajes con su hermana.

Para Brenda tampoco había sido fácil retomar la relación con su padre, pero habían hablado largo y tendido cuando salió del hospital.

Dexter Reeves había cometido muchos errores, y el primero de todos fue rendirse.

Una mañana se había mirado en el espejo y vio algo que no quería. Y se asustó.

Había estado durante años con la misma mujer, tenía dos hijas ya crecidas y un trabajo que le aburría.

Lo pensó durante días y finalmente decidió que no podía seguir.
No podía culpar a Donna por no ser la mujer perfecta. O a sus hijas por ser hermosas y con la lengua afilada. Sin contar con su sentido del humor.
Él era el culpable porque pese a tener todo lo que podía desear, anhelaba retroceder y vivir una vida diferente.

Él mismo había confesado que se había portado como un cabrón, paseándose con sus ligues dejando que todos le viesen y comprando un apartamento más caro de lo que debería, hiriendo a su mujer y a sus hijas en el proceso.

Y de nuevo, un día despertó y supo que no podía seguir viviendo una mentira.
No tenía veinte años.
Y tampoco era feliz aparentando que los tenía.

Cuando llamó aquel día a la puerta de Donna, no esperaba que ella le enfrentase y que le acusara por romperle el corazón.
Ella nunca había sido así.
Y contra más la miraba, contra más la escuchaba hablar, supo que nunca había dejado de amarla.

Hubo reglas, por supuesto, pero poco a poco, ella fue abriéndose más a él, dejándole formar parte de su vida de nuevo.
Llevó algo de tiempo, y todavía quedaba mucho que reparar, pero iba a aprovechar esa segunda oportunidad y hacer las cosas bien.

El taxi finalmente se detuvo, y después de pagar, bajó y se acercó corriendo hasta la puerta.

Se moría de ganas por ver a su chico, incluso cuando había despertado aquella mañana junto a él después de dormir entre sus brazos toda la noche.

La puerta se abrió y allí estaba él.

—¡Por fin estás aquí!

—¡Y traigo manzanas!

Emma levantó la bolsa que llevaba con ella y que había recogido de casa de su madre.

—Mi abuela estará feliz.

Sabía eso. En su última conversación había mencionado lo mucho que le gustaban y ella le había pedido a su madre que fuese al mercado a por algunas.

Dejó que Tom le quitase la bolsa de las manos antes de fundirse en sus brazos en un demoledor beso que le dejó las piernas temblando.

—Vamos. Mi abuela tiene un buen día y está deseando verte.

Siguió a Tom hasta el salón, cuando su teléfono sonó.

Desconocido

Voy a ir a por ti. Espero que estés lista.

Levantó la vista cuando dejó de oír la voz de Tom y le encontró mirando fijamente su teléfono, leyendo el mensaje.

No habían hablado del desconocido aun, y para ser sincera, no pensaba en él desde antes del accidente.
Y no entendía el mensaje. No se conocían. Seguro que se había equivocado.

—¿Tom?

—Ese... Yo no he mandado ese mensaje, Emma.

Y como si de pronto se diese cuenta de lo que había dicho, la miró con miedo.

¿De qué estaba hablando?

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