Capítulo 12

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Entre los tres, rápidamente lograron tener todo montado y colocado.
Tom apenas podía mirar a otro lugar que no fuese ella, y de no ser por Brad, se habría hechado sobre Emma.

—Bueno, pues esto es todo por hoy. Muchas gracias por esto, Emma.
—Deja ya de agradecerme. Hice esto con mucho gusto. Me alegra haber contribuido a preparar la habitación de mi ahijado o ahijada. Además, ha quedado precioso. Brenda estará encantada, no solo con la habitación, sino con todo lo que has hecho aquí.
—¿Te lo prometí, recuerdas? Te prometí que daría lo mejor de mi para que ella fuese feliz todos los días.
Y si, había cumplido con esa promesa todos aquellos años.
Las lágrimas llegaron de la nada, pero no las podía retener.
Se encontró de pronto sollozando ante la mirada atónita de los dos hombres.

—¿Em, qué pasa?
—Lo siento, creo que estoy un poco hormonal. Necesito dos o tres litros de helado y se me pasará.
—¿No es eso un poco exagerado?—intervino Tom que se había mantenido en silencio observando la conversación entre su amigo y la mujer que ocupaba todos sus pensamientos.
—Nunca es suficiente helado cuando estoy entrando en mis días. Muerdo si no tengo mi dosis, así que será mejor que no lo olvides.
Levantó las manos en señal de arrepentimiento y mantuvo la boca cerrada solo por si ella realmente no bromeaba con lo de morder. Incluso si eso lo excitaba un poco.

*****************

Una vez en su casa, ya duchada y cambiada, abrió el congelador en busca de su tan ansiado helado, encontrando de pronto una nota en su interior.
"COMPRAR HELADO."
Tenía que ser una broma.
Ya tenía todo un plan en mente cuando regresó.
Ducha, pijama, helado, manta y maratón de The big bang theory. Y todo eso acababa de irse a la mierda por su gran idea de colocar la nota allí en vez de en un lugar más visible, como la pizarra magnética que tenía en la puerta del frigorífico.

Las ganas de llorar regresaron con más fuerza.
Odiaba esos días. Las hormonas se adueñaban completamente de ella y era peor cuando tenía que fingir delante de todo el mundo que sus ovarios no estaban retorciéndose en su interior.

Podría llamar a Brenda. Seguro que ella tenía un surtido de todos los sabores en su congelador.
Podría ir a su casa y saquear su botín y luego correr. Brenda jamás la atraparía.
Una enorme sonrisa estilo Grinch se formó en sus labios ante su maravilloso plan y ya iba dirección a su habitación para cambiarse cuando el sonido del teléfono llamó su atención.

—¿Mama?
—Hola cariño, ¿cómo estás?
—Muriendo lentamente mientras mis ovarios juegan a ver cual golpea más fuerte.
—Oh, cielo. ¿Necesitas algo?
—No tengo helado. Algún desalmado ha acabado con mis existencias.
—¿Y que tal si voy a verte y te traigo un poco de caldo y helado?
—No juegues conmigo, mamá. La última vez me dijiste lo mismo y trajiste caldo del supermercado. Nunca te perdonaré esa ofensa culinaria.
La hermosa risa de su madre sonó al otro lado. Adoraba hacer reír a su madre. No había habido muchos momentos así desde el divorcio.
Y eso la llevó a pensar de nuevo en la imagen de su padre saliendo de la habitación de su madre días atrás.
Contuvo las arcadas y el mal humor y escuchó la respuesta.
—Te prometo que esta vez es casero, cariño. Está recién hecho.
—Bien, me has convencido.
—Entonces prepararé las cosas y estaré allí en un rato. Y usa la esterilla eléctrica, Emma. No te la regalamos para que coja polvo en el armario.

Un poco de mejor humor, hizo caso a su madre y poco después se sentía algo mejor.
Estaba empezando a quedarse dormida en el sofá cuando tocaron al timbre.

—¡Maldita sea! —miró fijamente la puerta y gritó—¡Ábrete sésamo!
Por supuesto, nada sucedió.

—¿Dónde está el mayordomo cuando se le necesita?
No es que pudiese permitirse uno, pero soñar era gratis.

Arrastrando los pies enfundados en sus calcetines más calentitos y suaves, se dirigió a la puerta.
Su estómago rugió al pensar en un tazón del caldo casero de su madre mientras se refugiaba en el sofá.

Y allí estaba ella, hermosa como siempre. Había algunas canas repartidas aquí o allí en su larga melena rubia, pero eso no opacaba su belleza.
Se fundió en un abrazo con ella. La había extrañado y sabía que la culpa era suya por evitarla desde aquel día.
Y de nuevo, las lágrimas hicieron acto de presencia.
—Shhhh. No llores, cariño. Estoy aquí. Voy a calentarte esto y a poner el helado en el congelador. Ya verás como te sientes mejor después de un buen tazón.

Asintió sorbiendo por la nariz y dejó que su madre entrase.
La siguió hasta la cocina y observó como se movía por ella con fluidez.
Admiraba eso de ella.

El delicioso aroma del caldo penetró en sus sentidos y se encontró sonriendo.
Ese olor le traía muchos recuerdos de las tres en la cocina.
A Brenda y a ella les encantaba ver cocinar a su madre y esta se encargaba de mostrarles a sus hijas todo lo que hacia.

—Te quiero mucho, mamá.
Sus miradas se encontraron y una vez más se maravilló con lo bonita que era.
—Y yo te quiero muchísimo mi pequeña niña. Ahora come todo lo que hay en el tazón y después nos sentaremos en el sofá con el helado. Tenemos que hablar Emma.

Asintió, aunque sabía que esa conversación llegaría tarde o temprano. Y su madre ya le había dado suficiente espacio.
Por mucho que quiso alargar su comida, en cuanto la primera cucharada entró en su boca, ya no se detuvo. Estaba delicioso como siempre.

Terminó su tazón y lo alargó hacia su madre.
Esta enarcó una ceja y negó con la cabeza pero aun así le sirvió otro.
Al terminar, llevó su tazón al fregadero y lo lavó.
Luego arrastró de nuevo los pies hasta el sofá.
Era hora de hablar.

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