𝓛𝓸 𝓺𝓾𝓮 𝓭𝓮 𝓿𝓮𝓻𝓭𝓪𝓭 𝓼𝓲𝓮𝓷𝓽𝓸

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Al principio tenía miedo, no quería disgustar a Horacio con nada, por las cosas que pensaba de mi me asustaba que perdiera esa imagen tan perfecta. Pero yo, como novato en relaciones y sentimientos que quiere fingir que sabe todo, literalmente no sabía nada. Nunca he sido una persona a la que le guste el contacto físico y estar pegado todo el día con alguien, pero era Horacio quien controlaba eso. Poco a poco me di cuenta que no había razón para preocuparse, nuestra relación era practicamente igual, pasábamos tiempo juntos y hacíamos las mismas cosas que antes, solo que esta vez había besos de por medio y más de un calentón en cualquier esquina de la casa, cosa que me pillaba por sorpresa la mayoría de veces pero sería un error decir que no me agradaba. Dejé de preocuparme en lo que siento por Horacio y me dejé llevar por las sensaciones calidas que tenía a su lado, que para mi eran suficiente para mantener aquello.

Era viernes alrededor de las dos de la mañana, el último día de la semana que trabajaba, y precisamente ese día me tocó cerrar a mí. Solo quedaba yo en el local, el cartel estaba en la posición de cerrado y yo estaba en el fondo de la barra terminando de secar algunos vasos recién fregados. Los fin de semanas cerrabamos más tarde por que serviamos alcohol apartir de las doce de la noche y la mayoría de clientes se emocionaban con los chupitos. Derrepente escuché la campana de la puerta y sin levantar la vista avisé.

— Disculpe, ya estamos cerrando, hay un bar abierto en la esquina por si quiere ir a beber.

— No es alcohol lo que estoy buscando.

Levanté la vista al reconocer aquella voz y cuando vi a Horacio le sonreí.

— Eh, ¿Que haces aquí?

— Pensé en pasar por aquí para ir juntos a casa.

Dijo el menor mientras entraba a la barra y me abrazaba. Me dió un beso corto y se apoyó sobre la barra mientras que me miraba.

— ¿Te queda mucho?

— No, estaba apunto de terminar de secar unos vasos, apago las luces y nos vamos.

— Vale, ¿Que tal el día?

— Bien, ha venido un señor a pedir un café hace cinco minutos, que ganas de cafeína.

Horacio soltó una suave risa ante aquello y yo me límite a asentir mientras terminaba. No tardé en terminar de organizar los vasos y luego fuí a un panel que había detrás de un cuadro, allí apagué toda la corriente del lugar y con la linterna del móvil caminé hasta Horacio. Junto a este salí del lugar y tras asegurarme de que estaba bien cerrado volví la vista a mi acompañante.

— Vamonos a casa y así descansas por fin.

Tras escuchar el comentario asentí y empecé a caminar, teniendo a Horacio a penas unos segundos después enganchado a mi mano, yo se la sujeté con fuerza y profundizamos por las calles. No tardamos mucho en llegar a nuestro departamento y cuando ya llegamos me desplomé en el sofá. Horacio se quedó mirándome de pie al principio y se fue acercando, se subió encima mismo con la excusa de abrazarme y cuando ya estaba allí nos quedamos mirándonos. Nos dimos algunos besos y para cuando fuí consciente de ellos los besos eran más intensos, enterrados en un día de trabajo duro. Mis manos se aferraban a la piel de Horacio y él pareció entender aquello y agarrarme de la cara. Nuestras propias respiraciones calentaron el ambiente y fue entonces cuando sentí el mismo impulso que presencié en la playa de empezar a quitarle la ropa a Horacio, me sentía torpe e inexperto ante aquello mientras que Horacio ya se sabía cada técnica conocida y por conocer. Mis propios latidos resonaban en mi oído y mis ojos se perdían en la misma imagen de su cuerpo una y otra vez. Me faltan palabras para describir el conjunto de sensaciones que inundaban mi cuerpo aquella noche, dándome cuenta poco a poco de que lo anhelaba. Anhelaba su tacto y su forma de envolverme con aquel calor que solo el me transmitía, anhelaba sus besos y el tacto de sus dedos, anhelaba el sentir sin los sentidos de nuestras respiraciones, anhelaba sus susurros y entonces me di cuenta de que lo anhelaba a él. A la mañana siguiente desperté con la imagen de Horacio a mi lado, la luz entraba torpemente entre las cortinas de la ventana de nuestra habitación y el día estaba brilmante, el cielo azul sin una sola nube y con un sol que se agradece. Me levanté no mucho después, en silencio, dejando a Horacio dormir tranquilamente la mañana o lo que quedaba de ella.
Pero este no tardó mucho en despertarse, lo escuché entrar al baño mientras me duchaba y lo vi lavarse la cara.

— Buenos días.

— Buenos días, Gus. ¿Hoy no has salido a correr?

— No me apetecía, termino de ducharme y desayunamos.

— Vale, yo también tengo que ducharme.

Asentí con tranquilidad y terminé para dejarle paso. Mientras Horacio se duchaba yo me encargaba de buscar algo que desayunar, pero no había nada asique pensé en pasar el día fuera. Cuando él se asomó a la sala yo ya le estaba esperando.

— No me apetece cocinar, ¿Pasamos el día por ahí?

— Me encantaría.

Horacio se cambió rápido y salimos del apartamento algunos minutos después, desayunamos en un local especializado en donuts, me acuerdo por que Horacio pidió cinco sabores diferentes. Pasamos la mañana paseando por la ciudad y investigando rincones, incluso por un momento me recordó a casa, a nuestra verdadera casa, con tantos callejones y calles laberínticas. Añadiendo algunos gatos y perros callejeros que Horacio insistía en llevar a casa con tono casi convincente. Comimos en un mexicano que encontramos por allí, riéndonos al intentar imitar penosamente acentos latinoamericanos recibiendo alguna que otra mirada de otro cliente que nos miraba con "miedo". Pensé en llevar a Horacio a dar una vuelta por el puerto, era una zona tranquila y por la que no pasaban muchas personas, solo señoras mayores que hiban en grupo a caminar.

— Ya tengo ganas de ir a Los Santos.

— Yo también Horacio, tengo las expectativas muy altas, pero ya casi nos vamos, queda poco.

Nos sentamos en lo alto de una superficie que separaba la playa del puerto y nos quedamos allí mirando nuestro alrededor dejando el tiempo pasar entre bromas y miradas, hasta que el atardecer pintó el cielo de tonos rosas y naranjas. Horacio estaba echado sobre mí, mirando hacia el mar tranquilamente en un silencio cómodo. Mi mirada se perdía en aquella escena, que se grabó en mi cabeza fijamente. Un triángulo perfecto entre el mar, el sol y él. Es entonces que mi cabeza y mis pensamientos volvieron a acelerarse, mi atención se centraba en él y me mordí el interior del labio con algo de nerviosismo. Por primera vez en todo ese tiempo de verdad mis pensamientos me confirmaban que yo sí sentía algo por Horacio y algo que no era amistad. Hasta el momento no me había pasado nada parecido, nunca me gustó ni atrajo nadie y yo tampoco sabía como se sentía.
Lo único claro que tenía es que mi forma de ver a Horacio había cambiado, me gustaban sus besos, su tacto y aquella cercanía. Me sentía bien así y deseaba con fuerza que aquel momento fuera eterno, pero lamentablemente lo bueno dura poco y yo nunca fuí una persona con mucha suerte.

×𝑈𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑣𝑒 𝑎 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒× 《Gustacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora