𝓔𝓵 𝓷𝓸𝓽𝓲𝓬𝓲𝓮𝓻𝓸

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Pasaron tres meses de aquello cuando desperté en un sitio oscuro, me sentía mareado y empapado por alguna sustancia que estaba seguro, por el peso, que no era agua. Recuerdo una bofetada de olor a óxido, sacar mi móvil del bolsillo y encender la linterna. Me percaté de la presencia de tres personas más en el lugar, un hombre de unos cincuenta años, una mujer de unos cuarenta y cinco y un chaval de unos diecisiete, los tres, sin vida. Había un cuchillo en el suelo, lleno de sangre, y tardé poco en darme cuenta de que estaba en un sótano, salí de allí subiendo las escaleras y luego caminé hasta la entrada de la casa, dándome cuenta que estaba en pleno bosque. Recuerdo mirar a ambos lados y que me empezara a faltar el aire, marqué al primer número de mi lista de contactos y esperé, respirando con rapidez.

— ¿Gustabo?

— Horacio, necesito que me ayudes.

— Son las cuatro de la mañana.

— No sé donde estoy.

— ¿No estás en casa?....Pásame tu ubicación y estaré allí lo antes posible.

— Gracias.

Le pasé mi ubicación a Horacio, con éxito, a pesar de la penosa cobertura del lugar. Entré de nuevo a la casa y busqué el baño, sorprendiéndome a mi mismo al no exaltarme por lo que vi en el espejo. Ahí estaba de nuevo, pintura de payaso, traje de colores lleno de sangre y una peluca.

— Te odio.

Le dije sin más al reflejo y decidí que Horacio no me podía ver así. Me dí una ducha rápida, tiré la ropa que llevaba puesta y me puse algo que saqué del armario de la habitación que probablemente pertenecía al menor de la familia. Era ropa disimulada, algo que tal vez con suerte Horacio se tragaría que era de mi armario. Este no tardó mucho en llegar, una media hora, supuse que tardó más por el terreno.

— Perdona por levantarte a esta hora.

— No pasa nada, todo bien, sube.

Horacio manejaba un coche negro que habíamos alquilado mientras estabamos en la ciudad, yo me subí al coche en silencio, pidiendo que no hiciera ninguna pregunta.

— ¿Y esa ropa?

— Es mía.

— He rebuscado en tu armario muchas veces y no he visto nada de eso.

— Lo compré nuevo.

— ¿Qué hacías en una casa a mitad del bosque?

— Una fiesta, pero ya todos se durmieron y me aburrí.

Horacio me miró con aire dudoso pero solo arrancó el coche y puso marcha hacia la ciudad. La mitad del camino nos mantuvimos en silencio, tenía la esperanza de poder hacerme el dormido para evitar hablar pero, a mi pesar, no se pudo.

— Pensaba que estabas en casa.

— Siempre te aviso cuando llego.

Hubo un silencio y Horacio miró algo nervioso hacia un lado. Entonces lo entendí.

— Ah, no estabas en casa.

— Me quedé a dormir en casa de Dex.

— Bueno, genial, es tu novio.

— Sí.

Horacio hizo un ritmo en el volante con ambas manos, algo que hacía cuando estaba nervioso. Yo me mantuve en silencio, intentando que no fuera tan evidente la incomodidad que aparecía en cuanto sacabamos el tema "Dex". Llegamos a casa poco después y me dejé caer en el sofá tan rápido como pude.

— Intenta descansar Gus, te dejo una pastilla por si te da resaca cuando te levantes.

— Gracias Horacio, buenas noches.

Recuerdo quedar dormido rápidamente, aunque también escuchar a Horacio dar vueltas por la casa, desesperado. Me desperté dos horas después por la alarma de mi teléfono, me sentía cansado y el cuerpo me pesaba, pero tenía que ir a trabajar. Me levanté y me preparé, asomandome a la habitación para comprobar que Horacio estaba dormido. Caminé hacia la salida y pegando algunos bostezos emprendí el camino a la cafetería. El día transcurrió con normalidad hasta el mediodía, cuando alguien entró en la cafetería con una furia que casi revienta la campanilla de la puerta.

— Eres un hijo de puta.

Se escuchó a base de gritos, los clientes presentes miraban con atención la escena y entonces levanté la cabeza, encontrándome con unos ojos encendidos en furia.

— ¿Dex? Estoy trabajando.

— ¿Te parece divertido?

— ¿De que hablas?

— Si, hazte el tonto ahora. Inventandote gilipolleces para que Horacio se vaya de mi casa.

— Yo no me inventé nada.

— Te veo como le miras.

— Dex, estoy trabajando.

— Hijo de...

No terminó la frase cuando atravesó la barra y me pegó un puñetazo, otro tras otro, hasta que sentí como unos compañeros me lo quitaban de encima. Lo sacaron de la cafetería amenazando con llamar a la policía si volvía a entrar en el establecimiento. Otro compañero se me acercó para asegurarse de que estaba bien y luego de tratar de curar mis heridas me dijeron que volviera a casa. Cuando llegué Horacio estaba en la cocina bailando con la música alta mientras fregaba los platos, bajó la música al escuchar la puerta y habló desde la cocina.

— ¿Gus? ¿Como es que llegaste tan temprano hoy?

Dijo mientras salía de la cocina secándose las manos, el trapo se le cayó al verme y se acercó rápidamente.

— Ay dios ¿Quien te hizo esto?

— No te preocupes estoy bien.

— Gus, tienes el labio roto.

— Siempre hay que darle la razón al cliente.

Me burlé queriendo evadir el tema, para tranquilizar a Horacio, que se veía cada vez más preocupado por mis heridas.

— Siéntate en el sofá, voy a por hielo.

Le hice caso y me senté en el sofá, cerrando los ojos y suspirando, controlando el impulso de decirle a Horacio la verdad de que fue su novio quien me había dado varios puñetazos, pero no lo hice, por que podría volverse en mi contra. Horacio volvió apenas unos segundos después y se sentó a mi lado, puso una placa de hielo envuelta en un paño sobre mi labio y me miró.

— ¿Me cuentas lo que ha pasado?

— Nada en especial, que un cliente quería un café con leche y le puse uno negro, no le sentó muy bien.

Horacio me miró unos segundos y luego suspiró, recostandose en mi hombro.

— Pues vale, si no me lo quieres contar.

— No te pongas así hombre, no es nada, mira la parte positiva así al menos podemos hacer algo juntos hoy.

La mirada de Horacio me decía que me libraba por los pelos y yo decidí también olvidar un poco el tema, pasamos una tarde tranquila, sin saber nada de Dex a mi suerte. Echaba de menos pasar tiempo con Horacio, asique lo agradecí. Por la noche, cuando Horacio estaba en la cocina, pasando canales me encontré el noticiero, la cabaña donde desperté estaba en primer plano y una mujer daba detalles sobre lo ocurrido, pasé rápido de canal tragando saliva, era la primera vez que necesitaba ayuda de Horacio para volver a casa y la idea de que él se diera cuenta de que me había vuelto a pasar aquello me daba ganas de vomitar, asique apagué la televisión al ver que volvía.

—¿Nada interesante en la tele?

— Películas que hemos visto millones de veces

×𝑈𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑣𝑒 𝑎 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒× 《Gustacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora