𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓮𝓵𝓵𝓮

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El gallego nos ayudó a comenzar en la ciudad, Horacio y yo nos instalamos en un piso en las afueras, algo barato, para comenzar. Empezamos trabajando de basureros, era el trabajo más rápido que podíamos conseguir y necesitabamos dinero. Un día Horacio me dijo que había hablado con nuestro jefe para salir más temprano y que tenía algo planeado. Fuimos a casa y tras una ducha y un cambio de ropa salimos a la calle. Horacio me llevó a el muelle, desde donde el atardecer era un digno descanso, nos sentamos en un banco de cara al mar y el fue a por dos hamburguesas a uno de los puestos de arriba.

—Que puto asco tío— el primer bocado y ya me daban arcadas la cantidad de grasa que tenían.

— ¿A que sí? — Dijo el entre risas.

— Es perfecto — Seguí comiendo.

— Sabía que te iba a encantar, por eso te traje aquí.

— Luego un café y para casa.

— ¿Café? Y yo que quería ir a tomarme una copa, hace meses que no salgo de fiesta.

— Sí claro, dramático.

Los dos pasamos la cena entre risas y bromas, que se desvanecian en el aire en menos de lo que lo hacían otras veces. Recuerdo estar allí hasta tarde, Horacio y yo nunca necesitamos alcohol para divertirnos entre nosotros, las luces de las atracciones a lo lejos se apagaron y los restaurantes de la zona llevaban cerrados un buen rato. La oscuridad nos dió una calma que no recibíamos desde hace ya casi un año, o tal vez más, a esas alturas había perdido la cuenta del tiempo que llevabamos fuera de nuestra ciudad. Horacio estaba aparentemente nervioso y yo lo sabía, lo notaba, pero no dije nada al respecto. La madrugada en Los Santos era diferente, todo era diferente, y solo empecé a ser consciente de la verdad en aquellos minutos de calma frente al mar, al principio el ruido de las olas y derrepente una sirena de policía a lo lejos. Nos resultaba incluso gracioso en ese momento, burlándonos de los posibles delincuentes segun nosotros "tristes" que delinquian en las calles de aquella isla.

— No sé que decir. — irrumpió Horacio.

— Ni yo tío, está todo demasiado tranquilo.

Y de nuevo, silencio, me regañé a mi mismo mentalmente, era obvio a lo que Horacio se refería, pero mi primer impulso fue hacer el que no lo había pillado.

— Gus, ¿Crees que nos irá bien aquí?

— No lo sé, el tiempo lo dirá, aunque espero que nos de tiempo conocer la ciudad antes de que nos de el impulso de irnos.

No hacía gracia, pero Horacio soltó una leve risa, más de pena y comprensión que de que le hubiera hecho gracia la broma. Y de nuevo, silencio, un silencio que se vió interrumpido por el movimiento brusco que hizo mi acompañante al no aguantarse las ganas de estar cerca de mí, yo solo ignoraba las mías. Horacio, en un movimiento rápido se giró y me plantó un beso, uno que yo no rechacé. Se sentó en mis piernas y a pesar de que pensaba que volvería a besarme se dejó caer sobre mi hombro en un medio abrazo que yo completé. Su calor se sintió agradable a aquellas alturas y mentalmente quería quedarme así el periodo de tiempo más prolongado posible.

— ¿Y que hacemos ahora?

— No lo sé...

Unos segundos en silencio y luego se volvió a incorporar para mirarme.

— Me gustas Gus...

— Horacio, no quiero amarrarte a mí teniendo en cuenta todos los pequeños problemas que tenemos ahora.

— ¿Por qué no te gusto?

— Yo no he dicho eso.

— Lo has insinuado.

Su tono fue frío, uno al que nunca me quería acostumbrar por que su tono alegre era lo único que necesitaba para seguir adelante. Pude ver sus intenciones de apartarse de encima pero yo no quería,  joder, claro que me gustaba pero no entendía ese sentimiento y no conseguía que las palabras salieran de mi boca. Lo único que mis manos pudieron hacer es evitar de que se apartara y el ante el gesto me miró confundido, lo notaba en sus ojos.

— Yo no he dicho eso, Horacio.

Él no se apartó de encima, pero sí huyó de mi mirada y entonces por una vez le hice caso a mis impulsos. Tomé su barbilla con cuidado y el me miró a los ojos, una mirada que no supe interpretar en el momento pero que no me detuvo para acercarme. Pegué mis labios a los suyos y al parecer eso fue lo único que Horacio necesitó por que el también empezó a besarme, sacando toda la tensión que tenía retenida de ese momento. Ambos sentíamos como el ansia era cada vez un poco más fuerte y cuando nos separamos pude ver como la respiración de Horacio estaba agitada.

— ¿Nos vamos a casa?

— Vale, yo pensaba que eso hacerlo delante del mar era un fetiche tuyo o algo así.

Me burlé para restarle presión al asunto y el me miró y se levantó con rapidez.

— Eres un perro.

— Vámonos, venga.

Dimos un paseo de vuelta a casa tranquilamente con la tensión en los hombros. Lo notabamos pero no aceleramos el paso, es como una tregua, un periodo entre guerras donde aumenta la tensión y el ambiente está por reventar en cualquier momento.
Esa sensación familiar de tranquilidad que Horacio me transmitía me inundó de serenidad y sonreír no se dificultaba en absoluto. Hicimos un par de chistes cómodos con los que nos descojonabamos a mitad del camino hasta que nos encontramos en la puerta de lo que ahora era nuestra casa. Abrimos la puerta despacio y lo que estaba esperando por pasar simplemente pasó. Apenas tuve tiempo de cerrar la puerta que ya tenía a Horacio pegado a mí, pero yo no puse impedimento. En parte fue mi culpa todo lo que pasó en esa ciudad y en parte fue culpa de él, esa "persona" cuyo nombre yo sabía pero no me atrevía a decirlo en voz alta, Pogo. Pero sobre todo mía.


Quería disculparme por la inactividad, he tenido un bloqueo de escritor más los estudios y no tenía manera de terminar el capítulo. Me disculpo y espero que os guste este capítulo, intentaré actualizar más seguido, gracias por leer❤

×𝑈𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑣𝑒 𝑎 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒× 《Gustacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora