𝓝𝓸𝓼𝓸𝓽𝓻𝓸𝓼

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Horacio se llevó una semana sin salir con Dex, llegaba a casa se tumbaba y solo salía de su cuarto para comer, yo solo le hacía compañía, sin preguntas. Un día, él no llego como siempre a casa, tardó más de la cuenta y yo como paranoico que soy cuando se trata de él, me quedé en el sofá observando la puerta. Las nueve, las diez, las once, las doce y nada. Llegaron las una de la madrugada y no sabía nada de Horacio, lo que cada vez me ponía más nervioso, hasta que se escucho el cerrojo de la puerta. Lo vi entrar al principio con la cara escondida hasta que cerró la puerta, luego tiró el bolso que llevaba y caminó hacia mí con decisión, yo solo lo seguí con la mirada, noté que había llorado pues el maquillaje se había corrido por sus mejillas, pero apenas pude estudiar su rostro, sentí sus manos en mi cara y me plantó un beso. Un beso que en apenas cinco segundos se volvió intenso, con aires de añoranza. Al que no pude decir que no y del que no pude separarme hasta que ambos notamos la falta de aire, me miraba como si esperara algún tipo de rechazo por mi parte, cosa que no pasaría. El lo notó y volvió a besarme, esta vez haciendo que me levantara y conduciendome de espaldas a la habitación del apartamento. Yo sabía lo que iba a pasar pero no pude frenarle, mi cuerpo no podía aguantar las ganas de estar con él y mi mente tampoco. Subimos a la cama acelerados, con impaciencia el uno por el otro, Horacio me quitó la ropa con la misma ansia con la que yo lo hice después. Esa sensación, esa era la única a la que de verdad añoraba y de la que no me quería deshacer nunca, una sensación a la que yo mismo me prohibía, por el bien de Horacio. Aunque también por el mío, no quería quedarme solo, sin la única persona que me cuida y me quiere desde siempre.
Simplemente pasó de nuevo, volvimos a hacerlo con la naturalidad de siempre, como si nada hubiera pasado, como si no tuvieramos problemas, como si nada. Nos dormimos un rato pero alrededor de las cuatro de la madrugada nos despertamos de nuevo, Horacio y yo intercambiamos una mirada, una que pedía a gritos explicaciones por ambas partes.

— Esta últimas semanas Dex no ha querido responder a mis mensajes y no lo he visto por la ciudad.

— ¿Te está haciendo pared?

— No, bueno, no lo sé.

— Sigue.

— Me preocupé y como no sabía que hacer hoy decidí ir a su apartamento para buscarle, llegué al lugar y luego de llamar y esperar por varias horas el recepcionista se acercó a mí.

— Ajá.

— El me dijo que Dex dejó ese apartamento hace una semana, pagó el último mes de alquiler y luego se fue, le pregunté si sabía donde pero dijo que no.

— ¿Se ha largado?

Horacio asintió varias veces y luego me miró, nervioso.

— Yo no he estado saliendo de fiesta...

— Me lo suponía, tu solo sales de fiesta cuando es conmigo -dijo, soltando una risa nerviosa, a la que yo correspondí.

— Ha vuelto a pasar y no solo una vez, si no muchas.

— ¿Como?

— Me he despertado miles de veces perdido por la ciudad lleno de sangre y he tenido que volver yo solo a casa, salvo el otro día en la cabaña que no tenía ni idea donde estaba y te llamé por que no sabía que hacer.

Horacio me miró en silencio y durante unos segundos su cabeza estaba recopilando información, vi en su mirada que todo le encajaba y estaba apunto de decir algo cuando noté sus brazos rodearme.

— Gustabo, tranquilo.

— Horacio no se lo que pasa, de verdad yo no hago eso es como si alguien me controlara, te lo juro.

— Eh, vale, tranquilo.

— No quiero que estés en peligro por mi culpa, de verdad que no, me da miedo de perderte en todos los sentidos y siento que en cualquier momento va a pasar, no es justo que te pasen estas cosas a tí y que por mi culpa vivas huyendo.

Sentí como él acariciaba mi cabeza y yo solo traté de relajarme, con sus caricias, como siempre he hecho.

— Vámonos.

— ¿Que?

— Gustabo, vámonos a Los Santos.

Hubo un silencio, uno largo como si fuera un descanso mental antes de responder a la pregunta que, con seguridad cambiaría nuestras vidas.

— Si, vámonos, estoy hasta los cojones de esta ciudad.

— Si, yo también estoy harto. -Asintió Horacio luego de intercambiar una mirada rápida conmigo, luego soltó una risa.

A la mañana siguiente ambos recogimos todo, hicimos las maletas, tomamos el dinero que habiamos ahorrado durante ese tiempo y dejamos el piso. Compramos los primeros billetes de barco que pillamos y terminamos en el ferry.

Estuve pensando todo el camino, pensando en que hacer, en que si ir a la ciudad sería una buena decisión o no, todo mi mundo estaba patas arriba y yo solo "rizaba más el rizo". Si cada cierto tiempo tenemos que cambiar de ciudad no sé por que seguía junto a Horacio, pero en parte me alegraba. Ese mismo día llegamos a Los Santos, la ciudad era enorme y apenas llegamos a alquilar un departamento barato de la ciudad, al menos para comenzar. Cuando llegamos conocimos a mucha gente, pero decidimos pedirle ayuda a un señor para que nos ayudara a buscar trabajo, o al menos para nos dijera como funcionaba la ciudad.

— Me discriminan por ser gallego.

— ¿Como te llamas? -Preguntó Horacio.

— Segismundo ¿Quereis que os enseñe lo de los basureros?

— Sí, por favor, amigo, acompañanos.

×𝑈𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑣𝑒 𝑎 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒× 《Gustacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora