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Estaba acostada mirando la pared, jugueteaba con un pedazo de estambre, estaba aburrida, no había mucho que hacer en un orfanato, en especial cuando solo te dejaban salir para las comidas o a tu hora asignada.

Mi cuarto era mediano pero tenía un baño, una cama, un espejo y un ropero pero este último solo tiene un par de prendas, el uniforme era un vestido gris que te cubría hasta las rodillas, si eres igual de pequeña que yo, el uniforme casi te llegaba hasta las pantorrillas, el orfanato era exclusivamente de mujeres (no por nada se llamaba "Orfanato de señoritas victorianas"), cuando una se iba se le pasaba el uniforme a otra, para mi desgracia mido 1.53, tenía 13 años pero mis esperanzas de crecer eran pocas.

Me senté y me vi en el espejo, este estaba enfrente de la cama, ¿La razón? Fácil: durante las noches y algunas tardes siento que alguien me vigila, incluso hay veces que escucho que dicen mi nombre, "Deneb", "Deneb, búscame", "Encuéntrame" o incluso aveces son solo risas, siempre es un hombre. Siempre me levanto pensando que lo veré pero nunca hay nada y en vez de ver mis ojos azul violeta se ven como grandes llamas color verde, parpadeo y desaparecen, siempre creo que me vuelvo loca, los ojos no cambian. Y las personas no se convierten en animales.

Realmente pensaba que era un sueño, soñaba en que podía convertirme en una leona, caminaba por la habitación hasta que parecía que me dormía.

Solté un suspiro y desate mi cabello del moño, calló como una cascada, era hondulado y negro azabache, me llegaba un poco debajo de la clavícula.

Sin nada que hacer me deje caer en mi cama de nuevo, solté un bufido y me dispuse a jugar de nuevo con mi estambre pero escuché que unos pasos se acercaban a mi puerta, me volví a sentar y cuanto más se acercaban podía escuchar su conversación.

-¿Está seguro? - pregunto Melissa, la encargada del lugar - ella es una de las chicas más problemáticas del orfanato.

Puse los ojos en blanco, lo sabía, no era de las mejores portadas, pero no era tanto como para ser llamada chica problemática.

- Si, estoy seguro - dijo la voz era de un anciano, sonaba amable - le vendrá bien a la familia algo de juventud.

- Si esa es su desición...- abrieron mi puerta y mire al anciano.

Tenía una larga barba igual de blanca que su cabello, tenía una expresión tranquila, se podía notar a leguas que la edad ya le había pasado factura. Melissa me veía como si fuera un chicle en su zapato, una sonrisa se expandió por mi rostro.

- Hola Marissa, ¿Qué te trae por aquí? - dije con una sonrisa falsa sabiendo cuanto le molestaba que cambiara su nombre.

Melissa sonrió viéndome con odio, pero aún así sonrió.- Es Melissa, querida - corrigió, alcé amabas cejas, parecía que sus ganas por deshacerse de mi era más fuerte que sus ganas por reprenderme de verdad.

- ¡Hay, que torpe soy! - dije e hice como si me diera un pequeño golpe en la cabeza y luego deje caer mi mano.

- Él es el señor Albus Dumbledore y viene por ti - presentó y señaló al viejo.

- Un placer - saludó y asintió con la cabeza, imité su acción.

- Bien si eso es todo, los dejo solos, iré por el papeleo y es toda suya - Melissa empezó a caminar pero la llamé.

- Melissa - dije y ella volteó sorprendida de que la llamara por su nombre - según recuerdo cada vez que alguien sale el orfanato nos da un regalo de despedida.

- Bien - dijo y se quedó parada esperando a que pidiera, me mordí un labio pensando.

- Un quit de pintura, ya sabes, con pinceles, óleos, pinturas, cuaderno y lápices - pedí pensando que me diría que no.

Harry, Deneb Y El Prisionero De AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora