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Mientras el auto se mantenía en movimiento y desde la ventana se podía ver la ciudad quedando a lo lejos, Emmeline acariciaba la cabeza de Sabre, quien dormía plácidamente sobre su regazo.

En sus piernas, dormía Espiga y Furia usando sus zapatos como almohadas. Mientras ellos cuatro disfrutaban cómodamente del camino, Cadie estaba del otro lado, sentada lo más lejos posible intentando casi ni moverse para no ser detectada por los perros.

La estación de servicio le es visible haciendo que Emmeline bostece cansada. Se supone que aquí debía encontrarse con Aren, por lo que cuando el chofer detuvo el auto en el estacionamiento, ella movió su cabeza en círculos con cansancio. No había podido dormir mucho.

El chofer baja del auto primero y le abre la puerta, Emmeline baja del vehículo aceptando la mano como ayuda. Una vez en el suelo, sus perros bajan detrás y, por último, Cadie.

 —Mientras busca a Aren, puedo pasear a sus perros así hacen sus necesidades. —Le propuso.

Dejarlos con ella era un peligro, sabía que sus tres bestias hechas perros no obedecían a absolutamente nadie que no sea ella. Por lo que, cuando Cadie habló, los tres se giraron a gruñirle mientras su espesa baba le cae por los colmillos.

—Busca a mi lacayo tú, por favor.

—Por supuesto.

Ocultó la alegría que le causaba esa orden.

Emmeline caminó lentamente por el estacionamiento mientras sus perros la seguían, pudo notar perfectamente como a lo lejos casualmente había un cementerio.

Se acercó a la baranda que limitaba el espacio entre la estación de servicio y el cementerio y se quedó mirando como a poco metros, había un entierro.

Un predicador hablaba en nombre de Dios mientras familiares vestidos de negro sollozaban escuchándolo y el ataúd estaba apunto de ser enterrado.

Emmeline se quedó muy quieta viendo la escena y escuchando las palabras del predicador. Ese sentimiento de pérdida jamás lo había experimentado, su familia era inmortal desde antes de su nacimiento, y amigos mundanos no tenía. Aren era un licántropo tanto como Markus y su mayordomo Hobson magos. Ellos estarían eternamente a su lado.

¿Qué se sentía perder?

No parecía algo bonito, es el momento donde todo creyente pierde un poco de fé y donde todo ateo comienza a rezar. Pero para alguien que sabe que Dios y Lucifer existían, eso la hacía pensar únicamente «¿Irán al infierno o al cielo?»

Estuvo mirando el funeral a lo lejos, pensativa, hasta que alguien se acercó.

—¿También tienes curiosidad?

Emmeline giró su cuerpo levemente hacia la persona recién llegada, no era su lacayo, al contrario, era Lucifer. Él vestía muy elegante como siempre mientras mantenía un expresión divertida ante ella.

—Lucifer. —Saludó. —¿Qué hace aquí?

—Vengo en nombre de su lacayo. —Imitó una reverencia, que hizo que Emmeline se pusiese nerviosa.

—¿Dónde está Aren?

—En mi casino, disfrutando.

Los perros comenzaron a gruñirle. Lucifer los observó unos segundos hasta que ellos lo reconocieron y fueron a saludarlo, frotando sus cuerpos con sus piernas.

—Lamento poner en duda eso. —Emmeline lo siguió mirando con cautela.

—Puede llamar a Markus, su buen amigo, él le confirmará el estado de su lacayo.

La Reina de los Caídos [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora