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Mientras en el reino mundano los reyes infernales mantenían su encrucijada de emociones, el falso rey infernal; Beliar, mantenía su mirada en el escalón a metros de los pies, desde su trono.

Haakon había sido un buen movimiento, lo admitía y le daba gusto, él solo había podido encontrar la manera de enviarle los pocos subordinados y ayudantes que poseía su hermano, aunque aún le faltaba Mammon; el demonio de la avaricia.

Se preguntó internamente porqué justo él no estaba, quizá le encontraba más sentido que Amon no esté, o quizá Baalberith, pero simplemente faltaba la avaricia.

De todas formas, mucho no se preocupaba; lo justo y necesario. Avaricia no estaba, pero a su vez Haakon había enviado a una mujer mundana a través del portal.

—Elizabeth.

Solo supo su nombre, fue lo único que Haakon había dicho tras enviarla. A simple apariencia no parecía ser una dama común, tenía el cuerpo marcado, brazos anchos y trabajados. Varios kilos de más a su gusto personal. Se la veía grotesca, con pocos modales refinados, no estaba elegante, de hecho, parecía estar preparada para lanzarse con el primer ser que se le ocurra tocarla.

Una parte de él se preguntaba si su hermano era tan idiota como para involucrarse con tal falta de feminismo, y otra le recordaba su nueva enemiga; la reina. «¿A lo mejor es una guardiana de la reina?» «Bah –pensó– si así es, solo estaré endureciendo a alguien al cual podría tenerla a mi lado por poder.» imaginó un matrimonio por vienes ideal.

Al final del día, se terminó abrumando. No tenía un reino legítimo, esa corona no era suya, el trono y sus subordinados tampoco. Primero debía vencer a la reina, ya había podido con el rey «No debería ser difícil.» además, seguía teniendo el poder del reino infernal dado que, pese a que no era nadie, seguía teniendo el título dado que como ningún rey estaba presente fácilmente podía tomar su lugar. Como cualquier ser necesitado toma una casa abandonada y la transforma en su hogar. El título lo tenía, por lo que también temporalmente también a sus demonios.

—¿Por cuánto tiempo?

Mascullando dudas para si mismo, avanzó hasta quedarse frente a la jaula donde Elizabeth se encontraba. La vio detalladamente. Tbnia cayos en los dedos producto del trabajo, su piel estaba seca, su rostro bronceado y poco higienizado. Tenía una postura defensiva, un pie por encima del otro, piernas abiertas al ancho de hombros y las manos hechas unos nudillos. Su mirada estaba llena de rabia e impotencia, la misma mirada que un león dedica a su cautivador anhelando salir de la jaula y comérselo.

Los salones del castillo eran extraordinariamente amplios con techos tan altos como era posible, sumamente espacioso aunque la jaula de Elizabeth era tan pequeña que apenas tenía la opción de estar de pie o arrodillarse.

—Creo que no es necesario una presentación. —Beliar se acercó. —Aquí, entre nosotros, sabemos que no serviría de nada.

—El falso rey. —Saludó sin gracia.

Beliar sonrió levemente.

—Oh, ¿Así me llaman en tu reino? ¿O… Así me llama la reina?

—Estoy segura que también habrán personas que lo llamen así aquí. ¿Me equivoco?

—Lo haces. Pero continúa hablando, por favor, admiro la osadía que posees. Me pregunto quién eres.

—¿Me ha capturado sin saber quién soy?

—Mi nuevo aliado ha visto algo en ti, por eso te ha enviado.

—¿Y qué ve usted? —Preguntó, mirándolo a través de los garrotes de su jaula.

La Reina de los Caídos [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora