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Cualquier ser se aferra a su vida con toda su voluntad, pero para el ser humano la mortalidad pesa tan fuerte como una tonelada de plumas y aún más cuando se convive entre seres inmortales.

Para Beth, una hija de esclava, la vida era cuestión de ganárselo. El pan del día a día, el agua, respeto y confianza. Todo era para lograr sobrevivir.

Desde que había aceptado el trabajo junto a Emmeline, todos a su alrededor la felicitaban y alagaban, incluso su madre felicitó contándole la grandiosa y perfecta vida que tendrá junto a la dama al cual nunca se alteraba. Sin embargo, tras llegar, noto que era todo distinto a lo que el mundo conocía.

La dama tranquila no era más que una víbora en reposo esperando envenenar.

Y justo llegó en el momento equivocado, en el momento donde su reposo finaliza y su poder fortalece. Y lamentablemente, ahora su vida había terminado.

—Estoy muerta…

Cayó de rodillas al suelo tocándose el pecho, anhelando un corazón latente.

Beliar la observó en el suelo con una sonrisa de orgullo. Quiso decir algo, pero rápidamente ve como por la puerta entran demonios corriendo. Sin permiso alguno entraron al salón, eran demasiados.

Frunció el ceño ante la interrupción, pero los demonios se mueven abriendo paso, donde entran detrás; nadie más y nadie menos que Lucifer, Aren y Markus.

El corazón le latió con fuerza al ver a su hermano derrotado siendo traído por sus demonios, la sangre se heló en su cuerpo mientras que su mirada temblando examinaba cara expresión burlesca de su parte.

—¿No te cansas de ser derrotado?

Lucifer sonrió abiertamente alzando un dedo.

—Prometo ganar esta vez.

—Me haces reír.

—No vine aquí a hablar.

Beliar observó su aspecto. Lucifer carecía de infelicidad para la desgracia de Beliar. Su respiración estaba agitada, tenía el cuerpo tenso y los hombros comprimidos. Su rostro tallado estaba reflejando una felicidad inigualable, una mirada que indicaba haber vuelto a casa.

—Tú… —Beliar balbuceó. —¿¡Cómo osas de retarme!? ¡Soy tu rey!

—Hermanito. —Lucifer sonrió mostrando toda su dentadura, su rostro seguía oscuro y con un aura imponente y verlo sonreír solo causó escalofríos. —Para ser rey debes vencer a los reyes, y solo me has vencido a mi. Te falta una.

Los demonios comenzaron a murmurar entre ellos, haciendo que Beliar mire a todos lados paranoico. Aren vio por el rabillo de su ojo que, el demonio que lo sujetaba, liberó levemente la presión de su agarre dado que se distrajo hablando.

Lucifer usó aquello a su favor.

—¿O por qué creen que “vuestro rey» no se sienta en su trono? —Alzó la voz para ser escuchado, apuntando el trono infernal detrás de él. —Porque solo el legítimo rey podría y si se sienta, arderá.

—¡Suficiente! —Beliar gritó. —¡Deténgalo!

Pero, nadie se movió.

—¡Obedezcan! —Insistió.

Los demonios intercambiaron miradas entre ellos.

Lucifer se soltó del agarre del demonio que lo llevaba, haciendo que Beliar gruña de la ira.

—¡Dije que obedezcan! —Su grito hizo eco en el salón, y tras eso los demonios finalmente obedecen.

Subordinados demonios se interpusieron en el camino, volviendo a querer sujetarlo, pero velozmente de las sombras fluyeron las siluetas de los pecados, al cual no tardaron en lanzarse sobre ellos para que nadie interfiera en el camino del rey.

La Reina de los Caídos [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora