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Las cosas en el reino habían cambiado tras el reinado de Emmeline. El castillo estaba abierto para que cualquier demonio se acerque a la reina, y ella disfrutaba de conocer a sus hijos. Solía sentarse en su trono y admirar la monstruosidad en su piel, acariciar la piel seca y con protuberancias, decirles mirándoles a los ojos que ellos eran sus reales hijos.

Mientras que a su lado, Dantalian observaba a su madre perder la cabeza por el reino. Con miradas cargadas de pena, obedecía sus órdenes sin chistar y mediante el tiempo pasaba más lejana le parecía su madre.

Markus había gastado demasiado magia por lo que perteneció dormido una semana, al cual en esa semana los demonios mas confiables –según el ojo de Emmeline –, lo resguardaban.

Aren ayudó a Emmeline en todo lo que podía, obedeciendo y moviéndose, haciendo su total papel de lacayo mientras que Beth aún seguía sin moverse ni hablar en una cama junto a Markus continuando con su shock traumático.

Aren sintió que las cosas estaban empezando a ponerse peores cuando Emmeline cada vez se comportaba más fría con ellos y más cariñosa con las bestias que deambulaban por el castillo.

También, no le gustaba el hecho de que Haakon estaba suelto, a su lado, pegado como una garrapata al cual quiere siempre darle los lujos a su ama. Era egoísta odiarlo, porque él estaba siendo tan servicial como él, pero, seguía amando a Emmeline por más fría que se pusiera.

Emmeline se encontraba en su trono cuando repentinamente se puso de pie. Sable, Furia y Espiga se pusieron de pie y la siguieron en silencio.

Emmeline caminó por el pasillo con un radiante y llamativo vestido color rojo que se ajustaba a sus atributos y mantenía una cola que se arrastraba detrás de sus pasos.

Cuando avanzó por el castillo los demonios que se cruzaban se achicaban en sus lugares temerosos de la Reina que perdía la cordura. Ella les sonría a su miedo y seguía avanzando con cara de póquer.

Cuando llegó a la habitación, los demonios salieron y dejaron a la reina solitaria junto a su amigo, quien seguía dormido.

Se sentó a su lado y acarició su cabello lentamente hacia atrás.

—Dicen que dormirás dos semanas más para recuperar toda la energía mágica que gastaste. Eres un mago respetable, después de todo, Markus.

Examinó sus fracciones con curiosidad. Había visto a su amigo por décadas, pero jamás con tanto detenimiento como ahora. Examinó su rostro pálido, sus ojos cerrados, sus cejas desprolijas y su cabello largo.

—Siempre has sido un buen amigo. Estuviste para mí, a tu manera y a tu condición, pero estuviste. Te agradezco que hayas venido conmigo a recuperar mi reino, y te comento que he ganado, hemos ganado. Lucifer se pudrirá junto a Beliar, quienes jamás podrán salir. Los seis pecados estarán encerrados también, sé que priorizan a Lucifer antes que a mi, y no necesito traidores. ¿Verdad? Aún así, amigo, lo tengo todo controlado. Soy respetada y temida, puedo estar en mi reino con mis hijos… Son míos.

Apoyó su uña del índice en su cuello y la arrastró hacia abajo, bajando por su garganta hasta su pecho.

—Es una lástima que no estés para verlo, pero mantengo la esperanza de que me escuchas.

Dejó de arrastrar su uña hasta cuando llegó a su pecho y una vez ahí, sintió debajo de su dedo los latidos calmados.

—Obtendré los cuatro reinos, empezando con el infernal y siguiendo con el espiritual. Pero, para eso, necesito un alma al cual ofrecer.

Hizo fuerza contra su pecho, tanta que su piel comenzó a desgarrarse mientras Emmeline seguía hundiendo su puño, a tal punto de que con sus dedos escarbaba con su piel, intentando llegar más profundo.

Cuando sus dedos tocaron y envolvieron el corazón, jaló con fuerza hacia atrás haciendo su mano un puño. El cuerpo de Markus se sacudió, pero finalmente Emmeline le arrancó con la mano su corazón.

—No hay un alma más pura y brillante como la tuya, Markus. Es por eso, que siempre te he mantenido a mi lado. Los reyes espirituales estarán gustosos de este regalo.

Sonriendo examinó el corazón latente en su mano mientras la sangre caía por su brazo. Dejó caer el corazón en un pequeño cofre que se encontraba en la mesa de luz, tras cerrarle la tapa, cogió un pañuelo y limpió la sangre en su mano.

—Llevo planeando toda mi vida el momento donde vaya reino por reino, haciendo arrodillar ante mi a cada uno de ellos. —Se puso de pie, y luego se inclinó para besar su frente. —Siempre supe que tú serías el alma perfecta que me permitiría acceder a ellos.

Tras coger el cofre y mantenerlo en sus manos, miró una última vez el difunto cuerpo de su amigo.

—Me preguntó… ¿Les agradaré a los reyes espirituales?

Al girarse, se encuentra con Aren. Él mantenía los ojos bien abiertos viendo el cuerpo sin alma, ni corazón, de Markus, para luego seguir el rastro de sangre hacia Emmeline quien sostenía el cofre con su corazón.

Emmeline no mostró ningún tipo de reacción, como si supiese que él la estuvo mirando en todo momento. Al hacer contacto visual, Aren sintió que su respiración se agitaba y la bilis llegaba a su garganta.

«Asesinó a Markus.»

La persona que tenía delante no era la misma dama que solía sentarse en el jardín a tomar té, alejada de las personas y el caos, solitariamente en su hogar. Tampoco era la dama que sonreía y era permisible, ni mucho menos la dama protegida que ayudaba y apoyaba a sus amigos.

No era la mujer de la que se había enamorado.

Emmeline avanzó con el cofre y se lo extendió a Aren, cubierto de sangre.

—Guárdalo. Lo necesitaré más tarde.

Él miró el cofre tragando en seco.

Emmeline alzó lentamente una ceja cuando él seguía sin moverse y no aceptaba el cofre, quien ella seguía sosteniendo en el aire.

Ante esa mirada muerta de su parte, Aren reacciona finalmente. ¿Por qué estaba tardando tanto? Se sintió estúpido. Si dejaba de ser utilidad el próximo que le arrancara el corazón sería a él. La mujer que tenía al frente no era su amada, lo sabía, pero tampoco era alguien al cual simplemente podías decirle que lo que hacía está mal y darle la espalda.

Tragando su bilis y aguantando la respiración para evitar verse tan asustado, aceptó el cofre.

—Larga vida a la reina.

Emmeline sonrió bajando sus brazos y cruzándolos por sobre su vestido.

Sin decir nada más, se retiró de la habitación dejándolo atrás. Cuando Aren se quedó solo en la habitación soltó el aire acumulado y empezó a agitarse, el aire no le llegaba a los pulmones de una forma continua, sentía que se ahogaba en su mismo lugar. Que moría.

Intentó relajarse, respirar profundo, cantar mentalmente, imaginarse cosas hermosas, pero nada podía quitar la escena de su cabeza. Los minutos pasaban y el miedo se filtraba por cada poro de su ser.

Cuando se giró a toda prisa para salir de allí y no volver a ver el cadáver de su colega, Dantalian estaba de pie en el umbral de la puerta.

Ninguno dijo nada, pero ambos tenían esa misma expresión de miedo.

La Reina de los Caídos [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora