Bellatrix Lestrange.

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El mundo parecía haberse detenido, sin embargo el joven era muy consciente de la devastación que lo rodeaba. Las pilas de piedra que el pelinegro esperaba no hubieran sepultado a nadie. El humo que provenía del castillo, como un claro recuerdo de la horrible batalla que había sucedido durante la noche. Los rostros mortificados de la gente que había perdido un ser querido. Y la pila de cenizas que había quedado de Voldemort.

¿Todo había acabado? ¿Este era el gran final de su asombrosa aventura? ¿Este era el final de la Segunda Guerra Mágica? Todos los acontecimientos que había superado durante largos años lo habían llevado a esto. ¿Eso quería decir que al fin había terminado? Todo a su alrededor parecía decir que sí.

Cuando la quietud se fue y la gente comenzó a gritar, llorar y movilizarse; Harry había querido salir corriendo y esconderse. Pero ver a magos y brujas apoyando a todo aquel que necesitaba ayuda le había hecho darse cuenta que aún no terminaba la Guerra.

Las secuelas ya estaban presentes y él no podía quedarse sentado esperando. Así que se acercó al castillo, buscando cualquier forma de ayudar.

—¿En qué puedo ayudar?—

—Tenemos que llevar todos los cuerpos al gran comedor.— El auror ni siquiera lo había visto, seguramente estaba buscando a su superior o a algún ser querido.

Suspiro y se quedó quieto durante varios segundos, hasta que decidió comenzar a ayudar. Se acercó a un grupo que parecía tener problemas para decidir qué hacer con un cuerpo.

—No podemos ponerla con el resto, eso sería muy irrespetuoso.—

—Pero no podemos dejar el cuerpo aquí.— Harry había estado muy tentado a argumentar que todos los caídos merecían el mismo trato hasta que vio el cuerpo que estaba tendido en el suelo.

Bellatrix Lestrange. La bruja que le había arrebatado a su padrino. La mujer que había arruinado vidas enteras y que había sido un claro ejemplo de la famosa locura Black y también de lo que Azkaban era capaz de hacerle a una mente.

¿La mano derecha de Voldemort había caído? Al parecer no era lo mismo torturar y matar a muggles inocentes que tener un duelo con alguien mágico. Sin embargo, el ojiverde recordaba claramente como la loca había sido capaz de hacer que Sirius cayera a su muerte.

No queriendo volver a esos recuerdos que tantas noches de insomnio habían provocado había dado la vuelta esperando realmente poder ayudar a alguien más. Pero antes de poder dar más de dos pasos, dos pares de manos lo sujetaron por ambos brazos.

—¡Señor Potter!— Minerva se acercaba a él con clara preocupación seguida por Kingsley quien le hacía señas a sus hombres para que soltaran al pelinegro.

—Profesora McGonagall, Kingsley.—

—¿Qué pretendías hacer?— Había una leve indignación en la voz y rostro de la profesora que Harry trató de ignorar.

—Solo quería ayudar.— Trato de no dar ningún indicio de algo sospechoso. Pero ambos adultos lo vieron reprobatoriamente.

—Vas a ir a San Mungo inmediatamente.—

—¿Por qué? Estoy bien y no tengo ninguna lesión grave.—

—Eso no lo sabemos señor Potter. Estuvo corriendo por todos lados, tenemos que asegurarnos que no haya ningún daño.—

—Estoy seguro que hay gente que necesita ayuda de un sanador más que yo.— Harry enserio esperaba y rogaba a Merlin que no lo enviaran al hospital, él nunca había sido un aficionado de estar en la enfermería más de una hora.

Sin embargo Minerva McGonagall era una mujer difícil de cambiar de opinión, así que había sido escoltado hasta San Mungo por un par de aurores.

Donde después de que varios doctores lo hubieran revisado habían determinado que había sido golpeado por un par de maldiciones que eran necesarias revisar por algunas semanas.

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Severus había gritado con todas las fuerzas que sus cuerdas vocales habían tenido. ¿Por qué estaba vivo? Claro que no había estado totalmente alegre de solo poder haber dado algunas memorias al mocoso de Potter. ¿Pero por qué quitarle la paz que al fin había obtenido? Claro que los doctores le habían dicho que técnicamente no había muerto en ningún momento, pero él había sentido más paz que en toda su vida.

Había querido maldecir a aquel elfo ermitaño que lo había salvado. Claro que al ver a la pequeña criatura despotricar sobre los torpes elfos que habían tratado de dañar a los magos y no salvarlos lo había hecho cambiar de parecer.

Nilo había sido el único elfo doméstico que había aguantado su carácter. Aún recordaba como cada elfo que había aparecido en sus habitación durante su primer mes como profesor había terminado llorando o negándose totalmente a atenderlo.

Nilo había sido el único que había soportado sus comentarios mordaces y en ocasiones había respondido abiertamente algunos. A partir de ese momento el elfo había hecho las tareas que Snape le había permitido.

Así que gracias a esa extraña relación con el elfo, él había despertado una semana después de la Gran Batalla de Hogwarts en San Mungo. Teniendo que soportar al mocoso Harry Potter, quien para su mala suerte se encontraba en la habitación contigua a la suya.

—Que bueno es verlo despierto profesor.—

—Le he dicho interminables veces señor Potter, que ya no soy su profesor ni lo seré en el futuro.— Severus había llegado a esa decisión después de un par de días de estar en esa horrible cama.

Estaba vivo y sin cargos gracias a los esfuerzos de algunas personas de la orden. Así que ahora era capaz de controlar su vida y su primera decisión había sido no volver a soportar mocosos.

—Lo siento, es la costumbre. La enfermera me ha dicho que ambos podemos dar un paseo por el piso si eso deseamos.—

—Bien, ayúdeme a levantarme.— Snape había intentado durante tres días seguidos hacer que Potter se alejara de él, pero había sido inútil y el chico se había vuelto más fastidioso así que había optado por otra forma de sobrellevar al joven.

Potter iba a diario a su cuarto con alguna propuesta; comer juntos, caminar, jugar ajedrez o simplemente hablar por horas. Y aunque Severus había querido alejarse del mocoso, había comenzado a aceptar la presencia del ojiverde y ahora podía decir que lo soportaba.

—También la enfermera me ha dicho que te dan de alta en algunos días, exactamente el mismo día que a mi.— Severus iba a responder cuando Potter se contrajo de dolor. Era una secuela de una de las maldiciones por las cuales era tratado y aunque al principio había sufrido el dolor cada par de horas, ahora solo tenia dolor cada doce horas, lo que afirmaba que en pocos días iba a poder ser dado de alta.

—Así es, al parecer tendré que soportar a toda la horda de pelirrojos el día de mi salida de este infierno.—

—No lo creo. Usted sabe que a parte de la profesora McGonagall nadie me ha visitado.— Harry suspiró y le dio una sonrisa triste a Snape, quien a pesar de no querer admitirlo entendía el sentimiento. Nadie lo había visitado, ni siquiera Minerva.

Al parecer, que el Ministerio le haya dado el título de héroe y una orden de Merlin de primera clase no quería decir que de repente las personas lo vieran diferente al viejo murciélago de las mazmorras. Potter era la única persona quien estaba ahora con él y aunque era en ocasiones insoportable, muy dentro de Severus había una parte que estaba aliviado de no estar totalmente solo.

—Entonces creo que quedará en mis manos escoltarlo a su casa.—

—O yo puedo escoltarlo a usted.— Snape solo gruñó ante esa afirmación. Tal vez algunos Mortifagos habían visto su vivienda, pero él no iba a mostrarle al Salvador Mágico su vieja casa en la Hilandera. Recordaba los malos comentarios, que había atraído la vieja casa, de los niños de la escuela muggle y no estaba de humor para escuchar los comentarios del niño-que-vivió-y-venció.

Atrapando Mortifagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora