CHAPTER. IX

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Desde tiempos inmemoriales el ser humano se ha abastecido de armas y soldados para la defensa, o para el ataque. Ciudades se van unas contra otras, hermanos luchan contra sus hermanos, trayendo como consecuencia derramamientos de sangre innecesarios.

Líderes son cegados por el poder. A diestra y siniestra incitan a sus guerreros a la batalla y sin contemplaciones los sacrifican bajo su propio beneficio. Todo conflicto armado es, en su totalidad, alimentado por el egoísmo de un jerarca y difundido por el fanatismo de las masas que ignoran el real significado que oculta la supuesta causa a defender. Siendo aquello, cuento de nunca acabar.

A su espalda, el hombre no deja sino dolor y devastación. De forma inconsciente nos ata y asedia la destrucción.

La paz no es más que un ideal que nunca pasará a ser parte del campo de la realidad, debido a que nuestra especie es destructiva.

Él era un gran jerarca, cuya causa sólo parecía beneficiarlo, pero, aun así, contaba con adeptos que se ensuciaban las manos y hasta daban su vida para que efectivamente alcanzara los fines propuestos. Este hombre, libraba sus batallas en silencio, jugando a traición, moviendo a todos como piezas de ajedrez. Thomas Winchester sabía bien como hacer sus movimientos y sobre todo como regodearse en el dulce sabor de la victoria, sacrificando siempre lo que fuera necesario para que el final le favoreciera. Él pensaba que siempre obtenía lo que se proponía — tarde o temprano el resultado siempre era el deseado —.

Y después de tantos años buscando... tiempo donde solo podía ahogarse en la cólera, la cual le hacía degustar el amargo sabor de la pérdida. Después de noches de desvelo, sin cogerle la pista, sin que nadie profiriera las respuestas que deseaba escuchar... Años en los que el desconcierto y la ignorancia habían mutado su temple impasible...

Alguien se había llevado aquello que había resguardado y protegido con fervor: su más perfecta creación — siendo aquello un vil ultraje que no sería perdonado tan fácil. De eso se iba a encargar —. Y ahora que por fin tenía al culpable a su merced, tenía que hacerlo pagar con creces.

Solo pocas personas han llegado a alterar su frialdad, oportunamente — para su alivio — esos individuos terminaban ocupando su lugar, en los tres metros bajo tierra que se dedica exclusivamente a los difuntos. Él, no sería la excepción.

Por ello, vislumbrar el sometimiento de aquel desgraciado — que llegó a implicar una amenaza significativa para sus planes —, le nutría de un sentimiento agradable. Con sadismo, el líder corporativo permanecía expectante, contemplando a través de las pantallas del cuarto de vigilancia, como él — objeto de su profundo desprecio —, era brutalmente masacrado.

«Ahí va el destino de aquellos que buscan interferir en mi camino» pensó con una sonrisa sardónica, la cual dejó entrever el nivel de satisfacción que le profería la venganza que había anhelado desde hace tiempo...

Jeremy estaba tan humillado y derrotado, tal como él se había propuesto verlo.

Después de tantos años de haberse dado a la fuga, hoy se encontraba de nuevo bajo su dominio, tan inofensivo y frágil como cuando lo vio por primera vez. Si, lo recordaba bien. Entonces tan ingenuo e inocente — tanto, como cualquier niño puede llegar a ser —, pero se jactaba de una convicción que realzaba su fuerza y lo hacían destacar... Tenía tanto que ofrecer. Su agilidad y bien reconocidas habilidades le hubiesen servido de mucho, pero para su desgracia ya no podía confiar en él, por lo que la muerte sería la forma idónea para acabar con ese mal de raíz.

— Díganle que se detenga, ya he visto suficiente — ordenó, con tono sobrio y a la vez indiferente, a uno de sus hombres de más confianza. Este, tras asentimientos nerviosos, acató las órdenes de inmediato —. Deseo sostener una breve charla, con mi viejo sabueso...

Luna Oscura. Perdiéndome a mí mismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora