CHAPTER. XIII

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El sol de la tarde dejaba de arreciar sobre el complejo residencial de la alta nova. Por lo tanto, el cielo se teñía de una tonalidad entre naranja y carmín, reflejándose en todo lo que estuviera a su alance, nubes escasas se contagiaban de los vivos colores que brindaba la estrella agonizante, decorando, a su vez, el basto firmamento que se disponía a morir en los brazos de la noche.

Las calles sostenían un bajo tránsito de personas — quienes buscaban refugio en sus eminentes hogares —, hasta que eventualmente quedaron desiertas, dejando las enormes propiedades, que se ostentaban de magnas construcciones, sumidas bajo un silencio penitente, el cual atizaba la ausencia; mientras que las calles desiertas instaban al acontecimiento de situaciones sin ojos para ser avistada, sin oídos para ser escuchada.

Discurría todo bajo una temible pasividad.

La soledad es peligrosa, pues se presta para que cualquier circunstancia tenga lugar, sin el riesgo de ser registrada en la memoria de ningún oportuno.

— ¿Por qué? — Interrogó Mary, totalmente quebrada.

Expresando su pasotismo, dejando en claro que sus suplicas no le afectaban en nada, el hombre procuró acomodar el puño de su camisa, el cual se le había desabrochado al forcejear con su difunta mujer al momento que se disponía a asfixiarla con sus propias manos. Aquel ser desalmado delineó una leve sonrisa con solo recordar el sublime sonido de sus gritos ahogados.

— De ella tomé lo que quería, ya no me es de utilidad — resolvió —, tú en cambio, me eres de utilidad. Necesito que alguien se responsabilice por la muerte de mi esposa.

Aterrada, Mary no paraba de llorar, ahora se daba cuenta del grave error que había cometido. Sus lágrimas de impotencia, de dolor, de angustia y preocupación se escurrían empapando sus mejillas, ahora más que nunca entendía el significado tras las palabras de Jeremy «oh, pobre Jeremy» se abatió con solo pensar en que había sido ella quien lo entregó a sus verdugos, llevándolo a una muerte segura. Su pesar aumentaba, y ahora, sin nadie para venir en su socorro, derramando lágrimas nunca vistas, desgarrada por sollozos que nunca serian escuchados, se daba cuenta que su destino no sería muy diferente al de su señora... Moriría, era consciente de ello.

Pensó en lo que sería de sus hijos sin su madre, en el destino de su hija mayor, por quien había decidido luchar sin compartir ni una gota de sangre. Pensaba en la astucia de aquel monstruo para engañar, y manipular todo a su antojo... Aquellas conjeturas no eran nada consoladoras, sus bebes quedarían a su merced. ¿Podría permitirlo?

Había luchado antes, ¿se daría por vencida ahora? No, no se iría sin antes luchar.

Las piernas le temblaban, estaba asustada, pero su convicción comenzó a darle las fuerzas que necesitaba para dar todo por proteger a sus seres queridos, por ello intentó escapar.

Anticipando sus movimientos, él la obstaculizó y la cogió de los cabellos para llevarla arrastras. Desesperada, Mary se removió y forcejeó, clavando sus uñas en las manos del inhumano asesino. Pero siendo víctima de fuerzas que superaban las suyas, fue impactada contra pared, aquella contusión la hizo perder el dominio de su cuerpo, sucumbiendo en la desfachatez de la semiinconsciencia, debatiéndose entre la fuerza mental de querer actuar y la imposibilidad física de realizar movimiento alguno.

Como llevando peso muerto, él la llevó arrastras sin el menor de los esfuerzos, ya Mary no implicaba una amenaza. Salió de la habitación teniendo como destino el barandal que daba con las escaleras, maquinando todo en virtud de la simulación de un suicidio, en el momento que llegó a su destino obligó a la desorientada señora a que se pusiera de pie. Sumida en una fase inestable, Mary cedió. Thomas entornó sus negros ojos en su víctima detalló sus facciones lastimeras y mortecinas, deleitándose en sus últimos instantes de aliento. Mary lo miró, sintiendo como su vitalidad le abandonaba. Fue en ese instante que él, deseoso de darle a su historia un final, puso su mano en su cuello para acorralarla al borde del barandal siendo su mano el ancla que la mantenía estable en el primer piso.

Luna Oscura. Perdiéndome a mí mismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora