CHAPTER. III

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Es bien sabido que el ser humano se vulnera así mismo ante los estados de inseguridad. Aquellos en los que se corre el peligro de una amenaza latente. El temor germina y se propaga con premura cuan veneno, nublando los sentidos tras una densa niebla de incertidumbre, en la que, esa mínima voz encarnada de la turbación se asienta y adquiere fuerza desviando la objetividad y abriendo paso a la irreflexión.

De los errores se aprende... — dicen algunos — pero existen errores que marcan de por vida, cuyas repercusiones son ineludibles. Dónde no hay marcha atrás y la única salida es aprender a vivir con la carga que conlleva, siendo el dolor y el sufrimiento un posible recordatorio de pudo ser diferente, pero no lo fue...

El agrio sabor de la angustia y la incertidumbre abrumaba su paladar. Su aversión hacia el rápido trascurso de las agujas del reloj — avisándole que el tiempo se le terminaba —, aumentaba, alimentando su vulnerabilidad. El amor no era suficiente para vencer, y sin poder hacer nada para evitarlo, ese fatídico día se empeñaba en ser cada vez más próximo.

Las lágrimas cristalizaban su mirada parda. Pero tomando sus precauciones, impedía el recorrido de aquellas gotas saladas, las cuales alertarían sin duda a sus dos pequeños quienes — ajenos al sufrimiento mudo de su madre — jugaban entre risas y brincos a medida que avanzaban por las aceras de la calle del Sector Este, rumbo a la escuela.

Los niños estaban sumidos en la burbuja de la inocencia, que implicaba la dulce ignorancia de la niñez, y de esta manera se limitaban a transitar sin ningún tipo de preocupación. Pero, por otro lado, su madre, no compartía su ilusión y se ahogaba a sí misma en una profunda angustia, añorando aquellos momentos que hoy por hoy se diluían en recuerdos lejanos, que no serían más que conjeturas ilustradas en el hilo de sus memorias.

Sutilmente ella buscaba mantenerse al margen de los juegos de sus retoños enfocando a su vez toda la atención en el entorno que los rodeaba: el que había sido su hogar desde hace muchos años, pero donde ya no se sentía segura...

En el instante que él hizo acto de presencia mediante una carta — en la cual informaba su regreso tal y como lo había prometido en el pasado —, la pobre mujer tristemente desarrolló un cuadro paranoico.

Sí. Ella era consciente de lo que sucedería con posterioridad — él claramente se lo había advertido — pero se negaba a aceptarlo. Simplemente no iba a permitir que le arrebataran a su hija y la llevaran lejos de su lado, la sola idea era inaceptable. Después de todo así es el amor de una madre, el cual no cuantifica el sacrificio si es lo necesario para el bien del hijo, no espera nada a cambio, sobreviviendo únicamente del bienestar de sus vástagos. Pero el tiempo pululaba en su contra, tarde o temprano sucedería... él cumpliría su promesa. Y así como la dejó a su cuidado tiempo atrás, volvería para llevársela.

Siendo aquello lo que más temía: perderla.

Sin bien no compartían sangre, era cierto. Aquella niña no provenía de su matriz. No obstante, gozaban de un lazo filial tan fuerte que podía conectar sus almas haciéndolas una sola, sus corazones palpitaban al mismo ritmo.

Por años no tuvo que cargar con aquella verdad que callaba, de hecho, pudo llegar a convencerse de que aquella niña era tan suya como si la fuese alumbrado... siendo testigo de sus primeras

risas y consuelo para sus lágrimas... Había aprendido a amarla, a cuidarla y protegerla...

«Diez años... Han sido Diez años...» pensó al tiempo que empuñaba sus manos en torno a la cartera que colgaba de su hombro bajo el brazo, mientras que se condensan en una sola sensación el miedo y la ira. «No permitiré que te la lleves» dictaminó, fijando la vista al interior de la bolsa...

Luna Oscura. Perdiéndome a mí mismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora