CHAPTER. XIV

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La escena era simplemente desoladora.

Whyatt solo podía mantenerse sentado en la parte de atrás de una ambulancia, donde — minutos atrás —, un detective buscó hacer una serie de preguntas que no respondió pues, aún estaba perdido en su mente, reviviendo la pesadilla que vivió. Conservaba la vista en un sitio distante, el shock se hacía de él sin la menor contemplación.

Todo pasaba como en cámara lenta, el fulgor de las luces intermitentes de las patrullas, a lo lejos el sonido de las sirenas, las voces de algunas personas en medio de discusiones, dictaminando reportes...; funcionarios del equipo forense desplazando las camillas que cargaban tanto el cuerpo de su madre, como el de Mary...; su padre siendo llevado en ambulancia al centro clínico más cercano para ser intervenido...

Todo su ser se debatía en el caos que le causaba saber que ambas, su madre y Mary, habían sido asesinadas a sangre fría...

...

— ¿Hijo, que esperas? mátalo... — le había gritado su padre —. El asesinó a tu madre, ¡hazlo!

Sus manos empuñaban el arma siguiendo la postura correcta, había montado el martillo, incluso lo tenía apuntado justo en la cabeza, pero su pulso temblaba y las lágrimas nublaban su visión. Tenía muchas razones para jalar el gatillo, pero, no pudo hacerlo. Whyatt no era un asesino...

...

Toda acción tiene una reacción y por ende una consecuencia, son las leyes de la causalidad.

Se dice que son nuestras decisiones las que forjan quienes somos, no obstante, nunca estamos preparados para las consecuencias. Éstas, a veces, son imposibles de aceptar y con ellas viene el arrepentimiento, el cual consiste en desear haber actuado de otra forma en el pasado trayendo culpa.

No hay sentimiento más inútil y doloroso que la culpa, se adhiere al alma y nos acompaña por siempre. Queda tatuada en la piel, hostigando la conciencia, es un cáncer del cual no se puede deshacer...

...

— Hijo. Oye. Muchacho —. La voz del detective que había intentado mediar conversación con él, en vano, lo sacó de sus tormentosos recuerdos.

Whyatt puso sus ojos en su dirección, pero no veía en realidad, su mente estaba dispersa.

— ¿Dónde está tu hermano? — preguntó una vez más, aspirando poder conseguir alguna respuesta.

Pero el muchacho solo disintió de forma imperceptible y bajó la mirada, para sumirse una vez más en el infierno que significaba el hilo de sus memorias.

...

El auto se detuvo en el estacionamiento.

La simple imagen del local logró estremecerla en su lugar. Tenía mucho miedo.

Kate no estaba de acuerdo con la forma en la que ambos iban a proceder, pensaba que sería imprudente e infructuoso. Temía que su jefe reaccionara violentamente, tenía miedo de que algo malo pasara...

El viento mecía las copas de los arboles con agresividad, en el estacionamiento no había más que dos autos aparcados, la soledad y fría pasividad era perturbadora. A través del ventanal de vidrio de la moderna fachada que ostentaba el negocio, pudo ver en el interior a dos meseras que se disponían a atender la escasa clientela.

Tragó en seco. Los nervios la desestabilizaban. Repentinamente pudo sentir como su acompañante se atrevió a tomar su mano, en un vano intento de infundirle seguridad. Kate volteó a verlo de inmediato, y como acto reflejo retiró su mano del cálido tacto. En respuesta, él rodó los ojos con fastidio, después le dio la espalda para luego salir del auto. Su puerta se abrió de igual forma, agradeció internamente ser libre una vez más, allí imitó su acción y lo siguió hasta afuera.

Luna Oscura. Perdiéndome a mí mismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora