Las lágrimas del cielo estropearon nuestra velada,
rompieron nuestros sueños
y mojaron nuestra ropa,
haciendo pesados nuestros movimientos.
Los suelos se inhundaron,
consiguiendo así
que muriese todo aquel
que no quisiese nadar.
La gran vía,
con su eterno caudal humano
que mueve un molinillo
fue abandonado y sustituido
por un río de agua.
Por suerte, o por desgracia,
las corrientes comenzaron a llevar con vida
a millones de moribundos
que se negaban a nadar.
Y condujeron a todos los hombres
al sitio
en el que los inocentes se lamentan,
en el que los culpables celebran
y en el que los dementes se deleitan.