Capítulo 5

47 4 0
                                    

—Huele bien.

La ducha había sido agradable, pero eso no hacía que me sintiese menos fuera de lugar en aquella casa. Por lo que mi entrada a la cocina fue lenta y algo tentativa.

—He fundido turrón de chocolate sobre unas galletas para hacer una especie de... ¿tarta?

La pinta de aquella cosa salteada de arroz inflado era intimidante, pero, por alguna razón, estaba deseando probar la mezcla.

—Sabes que todavía no es Navidad, ¿no?

—¡Claro! El experimento de Navidad tiene que ser más arriesgado.

Apreté los labios en un esfuerzo por contener la risa. Algo de aquella chica hacía que pasar las fiestas en compañía no pareciese tan terrible.

—¿Sabes? —preguntó mientras servía la... ¿tarta? en platos y me indicaba con la cabeza que me sentase frente a uno de ellos—. Ayer me sorprendiste mucho.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Elsa habla mucho de ti, ¿sabes? Casi tanto como de su amada Antártida.

Arqueé una ceja. No esperaba que Elsa realmente se tomase la molestia de gastar saliva en hablar de alguien tan aburrido como yo.

—Siempre me ha dicho que eres muy tímido y retraído y, la verdad, te hacía más inseguro; pero ayer llegaste aquí y dirigiste todo el tiempo la situación como un mismísimo rey. Y no sólo eso, además, vi cómo le vacilabas a mi hermana. No creía que hubiese nadie en este mundo con el valor de desafiar su mirada de hielo más que yo.

—No es para tanto. Es todo fachada. En el fondo es un cacho de pan.

—Yo lo sé. Pero la gente no suele llegar tan al fondo. Sólo se fijan en el miedo que da y en lo guapa que es.

—Bueno, al menos tú y yo sabemos la verdad. Así no estará sola.

—¿Te gusta?

—Claro. Es una buena persona.

—Ya... No me refiero a eso. ¿Estás enamorado de ella?

—¿De Elsa? ¡Imposible!

—¿Por qué? Es prácticamente perfecta.

—Es demasiado parecida a mí. Si nos entendemos es porque somos como una fotocopia el uno del otro. Salvo por el asunto del físico, claro... Ella no aguantaría el equilibrio con mi nariz.

Anna rompió a reír con la boca llena y una inmensa sonrisa cruzó mi cara de una forma que no recordaba haber sentido nunca.

—Si nos enamorásemos, el mundo explotaría; no me queda ninguna duda.

—Bueno, tampoco es que ella fuese a estar interesada de todos modos...

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Ahá.

—Oh. No pensé que se lo hubiese contado a nadie.

—Y no lo ha hecho. Simplemente es muy obvia.

—Un chico observador, entonces.

Anna comenzó a relamer el chocolate de sus dedos y un nudo se colocó en mi garganta.

—No... no tanto.

—Bueno, igualmente me impresionó que alguien tan tímido como dice que eres demostrase tanta confianza en sí mismo.

—Tengo confianza en mí mismo. Es en los demás en quienes no confío.

—¡Uhh! ¡Qué feo eso que has dicho...!

RehénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora