Capítulo 14

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Volvía a nevar. No exageradamente como la última vez, pero lo suficiente como para que el aire frío y cargado de copos helados me calase hasta los huesos.

—Si al menos me hubiese cogido la chaqueta antes de salir...

¿Por qué me había ido? ¿Qué me había llevado a huir del momento más feliz de mi vida? Lo sabía, pero era difícil de admitir.

—¡¡Kristoff!!

Me giré sorprendido al escuchar la entrecortada voz de Anna y, al girarme, la vi corriendo hacia mí por la nieve, con unas botas de agua y aquel minúsculo vestido.

—¡¿Estás loca?! ¡Te vas a coger una pneumonía!

—Kristoff... por favor, no te vayas. Vuelve dentro con nosotras.

Los ojos de Anna me imploraban al borde de las lágrimas mientras sus dientes castañeaban y sus manos hacían lo posible por cubrir su cuerpo.

—Vuelve a casa, Anna. Yo... Yo no...

—Lo siento.

—¿Qué? ¿El qué?

—Haberte besado. Lo siento. Me vuelves loca, en el buen sentido, entiéndeme, y creí que yo también te gustaba a ti, pero supongo que eran todo imaginaciones mías. Lo siento mucho.

—Anna, me gustas. Y mucho.

—¿De... de verdad? Y... ¿entonces?

Anna se acercó un par de pasos más y yo luché contra la necesidad de retrocederlos para mantener la distancia. No podía seguir huyendo. Ella merecía, al menos, entender lo que acababa de pasar.

—¿Me acompañas al coche? No quiero que mueras congelada ante mis ojos.

Anna asintió y me dejó guiarla hasta mi coche, que ya empezaba a tener los cristales cubiertos de nieve. Una vez dentro, puse el aire caliente a tope y ella se quitó las botas y se puso a frotarse los dedos de los pies en un esfuerzo por volverlos a sentir.

—Yo... —dije ofreciéndole la manta que siempre guardaba en el asiento trasero y tratando de huir de su escrutadora mirada—, tengo miedo.

—¿De qué? ¿Es de mí? Es de mí, ¿verdad?

Incluso en aquella situación, logró hacerme reír.

—No exactamente.

—O sea, que sí.

—¡No!

—Entonces, ¿de qué tienes miedo? —preguntó tentativamente mientras me miraba desde debajo de aquella increíblemente tupida capa de pestañas.

Tomé aire y me dejé desinflar. Desde el principio había logrado ver a través de mí y que lo dejase salir todo, y, esta vez, no iba a ser la excepción. No había armadura que funcionase contra sus artes mágicas.

—Eres... eres la primera persona en la que recuerdo haber confiado plenamente. De niño sufrí un desencanto tras otro, pero... de más mayor, decidí que eso no me volvería a pasar. No ha sido difícil mantenerme al margen de la gente desde entonces. Asumí que sólo podía creer en mí mismo y me sentía seguro así. Pero... de repente, llegas tú y lo rompes todo.

Los ojos de Anna se abrieron, pero su boca no dejó salir ni una palabra. Sólo me ofreció su mano como consuelo. Sin flirteo ni juego de seducción; sólo con la más pura intención de arroparme una vez más.

—Ahora... ya no sé en qué creer. Desde que te conocí, quiero cambiar, quiero abrirme, quiero darme la oportunidad de amar porque si no lo hago... te perderé.

RehénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora