Capítulo 12

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—¿Y si me paso para asegurarme de que ninguna ha tenido una recaída?

"Qué estupidez, Kristoff. Las dos lo han superado y, aunque no fuese así, no te necesitan para nada; saben apañárselas solitas. ¿Por qué no admites que sólo estás buscando excusas para ver a Anna?"

Podía admitirlo, pero no podía hacer nada al respecto. No tenía una invitación expresa hasta Nochevieja y, para ser honesto, no tenía claro si debía aceptarla. ¿No preferirían hacer sus planes por su cuenta? ¿Qué sería el regalo de Anna? ¿Habría un regalo o sería la forma que encontró para salir del paso en Navidad? Con lo detallista que era, seguro que se aseguraba de conseguir uno, y yo no quería que se viese ni obligada ni en un apuro... Seguramente lo correcto era avisar de que no iba a ir.

Vagaba por las navideñas calles de la ciudad sin rumbo fijo como esperando que algo mágico ocurriese y me regalase la inspiración y la determinación que necesitaba para decidir qué hacer. Quería acercarme a Anna, seriamente, pero meterme en su vida privada de esa forma, me seguía pareciendo una invasión por mi parte. Sin embargo... ¿qué otra oportunidad podía encontrar para ir allí? No había pisado aquella casa en cuatro años de relación con Elsa. ¿Cómo iba a presentarme de nuevo al poco de marcharme sin una excusa realmente imperiosa?

—Dichosos los ojos.

Aquella voz cargada de sorna que salió del interior de una tienda de materiales para manualidades me puso los pelos de punta.

—¿Seguro? Porque yo estoy pensando en arrancarme los míos.

No podía ser. Aquella segunda voz me hizo estremecer también, pero de una forma totalmente diferente.

"¿Anna?"

Me giré hacia ella y la vi allí, con el desprecio pintado en toda la cara, la espalda erguida y la frente bien alta desafiando con la mirada a un estirado pelirrojo con las patillas más ridículas que jamás había visto.

—Así que, ¿aún me guardas rencor?

—Es más una cuestión de asco.

—Venga, Anna, ya estamos creciditos... seguro que podemos retomar las cosas por donde las dejamos.

Anna apretó los puños casi tanto como yo.

Era él, ¿verdad? El tal Hans. El tipo al que no me importaría utilizar como cadena antideslizante en las ruedas de mi coche.

—¿Te refieres al momento en el que me llamaste patética, ridícula y manipulable?

—Lo siento, Anna. Me comporté como un niño estúpido, pero... quiero hacerlo bien esta vez. No volverás a estar sola.

Creía que había superado el virus, pero mi estómago se cerró fuertemente ante el prospecto de Anna aceptando su proposición.

—¿Te das cuenta de que me estás diciendo todo eso con el suspenso en un examen de dibujo asomando de esa carpeta marrón?

—Eso no es nada más que una desafortunada casualidad —dijo Hans con una sonrisa la mar de natural mientras se apresuraba a ocultar aquel papel en lo más recóndito de su carpeta.

—¡¿De verdad crees que soy tan tonta como para picar dos veces?!

—Venga, no hace falta ponerse así. Los dos obtuvimos lo que queríamos: tú dejaste de ser la patética niña deprimida y yo saqué un diez en mi proyecto.

—ELLA sacó un diez en tu proyecto.

No era mi batalla, pero tampoco estaba dispuesto a quedarme mirando cómo aquel desgraciado continuaba intentando hacerle daño.

—¡¿Kristoff?!

—Y tú, ¿quién eres?

—El que se la va a llevar de aquí antes de que o ella o yo acabemos saciando nuestros deseos criminales.

—¿Te has echado un novio? Tienes que ser aún mejor en la cama que dibujando para conseguir que alguien te aguante durante más de un par de días...

"Le crujo."

Mi mente se nubló repentinamente y mis pies se acercaron hacia él con decisión. No sé cómo habría resultado aquello si no hubiese sido por la tranquilizadora mano de Anna sobre mi pecho.

—No te molestes, Kristoff. No merece la pena. Suficiente tiene con tener que convivir con semejante cerdo cada segundo de su vida.

Miré a Anna, vi su mirada calmada y su sonrisa y el aire volvió a llenar mis pulmones. Entonces, haciendo aún más amplia la sonrisa, me ofreció su brazo.

—¿Nos vamos?

—¿No tenías que comprar nada?

—Ya he terminado aquí.

Sin decir nada más, entrelacé cuidadosa pero firmemente su brazo con el mío y salimos de allí bajo la incrédula mirada del tipo de las patillas.

—¿Estás bien? —pregunté a los pocos metros de la salida sintiendo cómo sus hombros se relajaban.

—Sí. Y, ¿tú? Con ese tamaño, deberías controlar tu genio.

—Lo siento... Es la primera vez en toda la vida que pierdo los nervios... Nunca había sentido tanta rabia junta. No pretendía...

—Gracias por preocuparte por mí.

Le sostuve la mirada un segundo y sentí cómo mis mejillas se acaloraban.

—Eh... ¿Ibas hacia casa? ¿Quieres que te lleve?

—No... Iba a casa, pero he venido con el coche de Elsa.

—Oh... está bien.

—Y, ¿tú? ¿Tenías planes?

—No. Sólo estaba despejándome un poco.

—Sí... Ha sido mucho tiempo sin salir de casa, ¿no?

No era eso de lo que necesitaba despejarme.

—Bueno, pues... ¿te acompaño al coche?

—Me gustaría.

Asentí y Anna me guió hacia el coche que, desafortunadamente, estaba a sólo un par de calles de allí.

—¿Te veo en Nochevieja? —preguntó antes de subirse al coche.

—Eh...

—Tengo que darte tu regalo.

—Yo... No sé, Anna... Seguro que Elsa y tú preferís...

—Preferimos que vengas. No nos hemos reído nunca tanto en unas Navidades como en éstas. Y eso estando todos medio podridos... Ven, por favor. Si quieres, claro. No tienes que obligarte, es sólo que... bueno... si te parece bien...

Su barboteo siempre lograba sacarme una sonrisa.

—Iré. Gracias por la invitación.

—¡¿De verdad?!

La ilusión en su mirada y los casi imperceptibles brincos que dio en el sitio me hicieron pensar que me iba a abrazar de nuevo, pero no fue el caso. En su lugar, recurrió a su manía de morderse el labio, se colocó un mechón tras la oreja y, con una sonrisa de aventurera, me regaló otro de sus besos en la mejilla.

—Te veo en dos días, entonces.

—Sí. Nos vemos.

Anna subió al coche y se marchó de allí conduciendo de la forma más peligrosa posible. Estaba loca. Era valiente y temeraria, errática, impredecible, alegre, optimista, confiada, cálida, dulce, llena de vida y luz, sincera y fuerte, y lo daba todo siempre; y yo, una montaña a su lado, una roca en medio del mar viendo cómo todo se mueve a mi alrededor sin dejar que me afecte más que por puro desgaste, completamente enamorado de ella. Quizás era el momento de dejar que me convirtiese e arena y dejarme llevar.

RehénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora