—¿Cómo te sientes hoy, cuñado?
El día anterior lo pasé por fin vestido, pero aún enfuchicado en la cama. Siempre había odiado ponerme malo: te sientes mal, impotente y solo. Te recuerda lo débil que puedes llegar a ser y que no hay nadie ahí que pueda hacerte sentir mejor. Pero, entonces, llegó ella y se pegó a mi lado; y me cuidó con devoción, y sonrió para mí, y me hizo reír una y mil veces, e iluminó mi existencia con su sonrisa, y me hizo sentir que ya no estaba solo, que, por primera vez, ya no quería estarlo.
—Elsa... Buenos días.
—Buenos días.
—Me siento... mejor, creo. Y no soy tu cuñado, para con la bromita. Si Anna te oye, le hará sentir incómoda.
Elsa sonrió mientras se mordía el interior del carrillo y levantó lentamente la persiana.
—Quédate un par de días más. Aún pareces flojito.
—No quiero seguir molestando.
—Me estoy cansando de escuchar tonterías. A mí me gusta tenerte aquí, y Anna está como loca contigo y lo sabes.
—Dicen que lo poco gusta y lo mucho cansa.
—Algo me dice que no se va a cansar de ti.
—Nop, porque me voy a ir.
—Eso no será hoy.
—Así que, ¿de verdad soy un rehén aquí?
—¿Tú sabes lo que está pintando Anna?
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque lleva unos días sin dejarme entrar a su estudio de arte.
—Ah... No lo sé.
No era del todo mentira. Quizás había cambiado de proyecto al no poder tenerme posando...
—Como sea. ¿Vas a levantarte hoy?
—Supongo que sí.
—No te fuerces, ¿vale?
—Gracias, Elsa.
—¡Ah! He conseguido una serie de documentales sobre volcanes en la biblioteca de la facultad que te podría gustar. Si te apetece verlos, están en la sala de estar.
—¿Desde cuando te atraen los volcanes?
—No me atraen en absoluto. He ido a por documentación y Anna me ha pedido que te traiga algo para que no te aburras.
—¿De verdad?
—Ahá...
—¿Por qué se preocupa tanto por mí?
—Le gustas.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué quieres que quiera decir?
—Corta el rollo, ¿vale?
—Lo siento, Kristoff, pero... de verdad me pregunto si tú no ves lo que veo yo.
Elsa se sentó a los pies de la cama y posó su mano sobre mi pierna.
—No sé qué es lo que ves tú, pero creo que te estás imaginando cosas.
—¿Me vas a decir que no te gusta?
—La acabo de conocer.
—Y, sin embargo, te gusta. ¿O no?
—¿Qué importa eso? Estos días pasarán y ella seguirá con su vida como si yo no existiera.
—Eso es sólo una suposición tuya.
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Rehén
FanfictionLa cena de Navidad de la facultad no acaba como Kristoff esperaba. Descarga de responsabilidad: No poseo más que mi propia vida.