Capítulo 8

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Si hay algo bueno de que tu casa esté enterrada bajo la nieve, es que la luz no te despierta por las mañanas.

—¿Kristoff? Buenos días...

—¿Anna?

—Hermana equivocada.

Elsa rio suavemente y me pellizcó el moflete.

—¿Esperabas a otra persona, quizás?

Me revolví en la cama mientras mi cerebro se acababa de activar y me senté de golpe al darme cuenta de lo que acababa de pasar.

—¡Elsa! Eh... Buenos días. ¿Cómo te encuentras?

—Hambrienta.

—Eso es bueno. En seguida me levanto y te preparo algo.

—¿Tú? ¿Por qué?

—Porque yo me encargo de la cocina.

—¿Desde cuándo?

—Desde que tu hermana no me deja ni recoger ni limpiar.

—Así que, ¿has estado cocinando todo este tiempo tú?

—Sí. ¿Es eso un problema?

—Puede que lo sea para ti.

—No me importa cocinar.

—Ya, pero tu comida es buena.

—Sigo sin ver el problema.

—Anna no te va a dejar escapar.

En aquel momento, lo vi aún menos problemático, pero no estaba dispuesto a consentir que Elsa se diese cuenta.

—Deja de decir tonterías, anda. Ahora me levanto.

—Ya...

Elsa se sentó lentamente a mi lado en la cama y se puso a jugar con mi pelo.

—Sabes que no se te da bien mentir, ¿verdad?

—No necesito mentir.

—Entonces, ¿me vas a contar qué tal con Anna?

—Bien.

—¿Muy bien?

—Lo normal.

—¡Lo sabía! ¡Te has colado hasta las trancas!

—Te ha afectado la fiebre. Ve a comer a ver si recuperas el sentido común.

—Di lo que quieras, no soy ciega.

—¡Lárgate ya! —dije echándola a modo de juego de la cama.

Aquella rubia maliciosa se levantó riendo, se fue hasta la puerta de mi habitación, justo antes de cerrar, me guiñó un ojo saltándome aún más los colores y se fue dejando un reguero de risas.

—Mierda...

Sacudí la cabeza no atreviéndome a creer lo que a Elsa le había parecido tan obvio. Habían pasado poco más de veinticuatro horas desde que conocí a Anna; no podía estar enamorado. Sin embargo, había algo que no dudaba, si no estaba enamorado de ella, lo estaría pronto si no salía rápido de allí.

Miré hacia la ventana pensando en levantar la persiana para ver si iba bajando la nieve y me permitía huir de aquella casa antes de meterme en un amor no correspondido. Confiaba en mis posibilidades y habilidades a nivel práctico, pero era consciente de que a nivel emocional era un desastre. Aunque fuese cierto que le gustaba mi compañía, no tardaría en darse cuenta de que soy aburrido, excesivamente prudente, extremadamente casero y de que no me atrevo a creer que alguien me vaya a amar de verdad. Nadie querría estar con alguien así. Pero dio igual lo aconsejable que me pareciese huir, no tardé en darme cuenta de que ni siquiera me había acordado de bajar la persiana la noche anterior. La oscuridad era de origen totalmente natural.

RehénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora