Capítulo 7

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Mientras la veía devorar la cena, me pregunté una y otra vez si sería de ahí de donde sacaba la energía y la desbordante alegría que desprendía su sonrisa. Después de todo lo que había sufrido, seguía manteniendo esa especie de brillo; como si la ilusión de un niño viviese en su interior. Rabiaba de ganas de saber qué pasó después, cómo se las apañó para salir adelante, para recuperar el ánimo y la confianza; quería saber qué la movía a no perder la fe en los demás. Pero no podía preguntar. La acababa de conocer y, clarísimamente, aquello no era asunto mío, pero, sobretodo, no quería hacerle recordar de nuevo algo que tanto le dolía.

Si lloró por rabia, por vergüenza, por la pérdida de sus padres, por sentirse abandonada por su hermana o por todo a la vez, era un enigma para mí, pero, saber que había sido capaz de borrar esas lágrimas de su rostro y devolverle la alegría, me hacía sentir más pleno y orgulloso que cualquier otra cosa que hubiese hecho en la vida.

—Puedes preguntar, ¿sabes? —dijo entonces como leyéndome la mente—. No me molesta.

—¿Qué esperas que te pregunte?

—Lo que tengas en mente. Ya te he dicho que se te leen los pensamientos en la cara.

—No hay nada que preguntar. Sólo disfruta de la cena a gusto.

—Vamos... me aburro estando tan callada.

—Vaaale, ¿cómo va el cuadro?

—¡Eso no es en lo que pensabas!

—Es en lo que pienso ahora.

—No. Ahora estás pensando en que esperas que esta distracción funcione para que no insista en que me preguntes que qué pasó cuando Hans me largó.

Me dejó helado.

—Y... ¿funciona? —contesté encogiéndome de hombros sin poder ocultar mi vergüenza.

—Ni un poquito, pero te puedo contestar a eso también.

Asentí esperando su respuesta.

—Me quedan unas horas todavía, pero, si te has cansado, creo que tengo bastante interiorizada la imagen. Igual no hace falta que estés ahí plantado mucho más. Normalmente me cuesta bastante captar la expresión de la gente, pero, por alguna misteriosa razón, la tuya no me está dando problemas...

—No me molesta seguir.

—Mejor para mí —contestó riendo.

—Mañana es Nochebuena —dije cambiando de tema drásticamente—. ¿Qué debería hacer para la cena? Creo que Elsa ya podrá comer, pero sería recomendable que fuese algo suave.

—No creerás de verdad que eso va a funcionar, ¿no?

—¿Qué interés tienes en que te haga llorar otra vez?

—Así que, ¿por eso no te atrevías? No tienes de qué preocuparte. Si quiero que me preguntes es porque me siento muy orgullosa de lo que sigue.

—Está bien —contesté riendo ante aquella inesperada confesión—, ¿qué hiciste cuando aquel impresentable te rechazó?

Anna hinchó en pecho y se cruzó de brazos.

—Le partí la nariz de un puñetazo.

—¿En serio?

—Sí. Me expulsaron durante dos semanas, pero mereció la pena.

—Bien hecho, fierecilla.

—Creía que me ibas a dar un sermón es pos de la no violencia.

RehénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora