Capítulo 13

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—Bienvenido de nuevo. Te hemos echado de menos.

—¿A mí o a mi comida?

—Yo a tu comida, pero Anna te ha echado de menos a ti.

Los dos últimos días habían sido los más lentos de la historia. La impaciencia se me comía vivo. Me había estado sintiendo inquieto, y emocionado; sin saber en qué matar el tiempo; sin lograr concentrarme en mis estudios y, sobretodo, sin dejar de imaginar una y mil posibles escenas que podrían darse cuando nos viésemos.

Por supuesto, en mi imaginación, era Anna y no Elsa la que abría la puerta y me recibía con uno de sus increíbles abrazos. Sin embargo, pese a que no fue así cómo sucedió, la realidad no perdió frente a la ficción. Nada más entrar por la puerta, una engalanada Anna alumbrada por una gruesa vela de color malva apareció ante mis ojos. Su mirada brillaba sin igual sobre la tintineante llama de la vela, su cabello suelto brillaba como si el fuego emanase de él mismo, sus mejillas sonrosadas se elevaban a causa de su sonrisa, sus labios, brillantes y carnosos, me sonreían con dulzura y, sus hombros... ahí estaban, cubiertos de una fina capa de pecas como única ropa, su cuerpo, oculto bajo la sugerente y escasa tela de un vestido negro, sus piernas, ligeramente superpuestas, regalándome la vista de un mundo nuevo y, sus pies, totalmente cubiertos por unos gruesos calcetines térmicos estampados con girasoles, dándole un toque hogareño y divertido.

—Me gustan tus zapatos... —bromeé cuando por fin logré devolver la mirada a su rostro.

—Eran los más elegantes que tenía —contestó enseñándome su brillante colección de dientes.

—He traído mosto tinto y blanco, para que ningún paladar convaleciente se quede sin el de su gusto.

—No tenías por qué. Gracias.

—Vale, vale, ya lo llevo yo a la nevera —dijo Elsa quitándome la bolsa de las manos y dejándonos solos.

—Estás preciosa.

—Tú tampoco estás mal, ¿sabes?

—Si he venido aún más informal que la primera vez.

—Y me gusta.

No eran imaginaciones mías, ¿verdad? El ambiente entre nosotros era algo diferente; más directo y a la vez más cargado. Como si estuviésemos dejando salir de nuestra boca todo lo que días atrás no osábamos decir en voz alta. Estábamos... ¿tonteando?

Sí. Definitivamente estábamos tonteando. Y mucho. A lo largo de la noche, la mano de Anna se posó sobre mi brazo, mi hombro o mi pierna tantas veces que fui incapaz de llevar la cuenta. Y, la sensación de la presión de sus manos sobre mi cuerpo, no me ayudó en nada a mantener la cordura. Por supuesto, las bromas y el colegueo no abandonaron la mesa, pero tampoco lo hicieron las miradas significativas, las sonrisas traviesas y los arqueos de ojos de Elsa probablemente harta de todo aquello.

—Creo que esta noche voy a necesitar insulina... —dejó caer Elsa mientras preparaba los cuencos con las uvas.

—¿Desde cuándo eres diabética? —preguntó Anna entre risas.

—Desde hace unas horas, por lo visto. Creo que también me voy a buscar unos tapones para los oídos para esta noche.

Demasiadas insinuaciones para mi temple.

—Esta noche... Procuraré no irme muy tarde. El exceso de alcohol en vena de la gente hace la carretera más peligrosa según avanza la madrugada.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Elsa sorprendida.

—¿Crees que te vas a ir a casa esta noche? —preguntó Anna más sorprendida aún.

—¿No lo voy a hacer? —pregunté yo, el más sorprendido de los tres.

—¡Por supuesto que no! —contestó Anna sin dudar—. ¿Qué te hace pensar que esta vez no eres nuestro rehén?

—Pero...

—Tu habitación está preparada también —añadió Elsa rellenando nuestras copas de mosto con su modo de anfitriona nuevamente activado.

—Bueno, supongo que puedo quedarme.

—No es que tengas elección —bromeó (probablemente) Anna mientras me recolocaba el cuello de la camiseta.

—De momento, levantaos, coged vuestras uvas y retiraros de la alfombra. No estoy dispuesta a limpiarla por segunda vez esta semana —ordenó Elsa a la vez que subía el volumen de la tele.

—¡¿Ya van a dar las campanadas?! —exclamó Anna levantándose cargada de entusiasmo—. ¡Se me ha pasado volando!

—No lo dudo —dejó caer Elsa con la misma falta de sutileza de siempre.

Las campanadas comenzaron y tras, como todos los años, escupir la uva que nos metimos en la boca por error durante los cuartos, nos comimos las doce uvas, nos abrazamos, nos felicitamos el año y descorchamos una nueva botella de triste mosto blanco.

Rellené nuestras copas una vez más, las alzamos en brindis y Anna comenzó a hablar.

—Por un año lleno de la gente a la que queremos, de experiencias nuevas, de ilusión y de cosas bonitas. ¡Feliz Año Nuevo!

Elsa y yo asentimos sonrientes a los buenos deseos de Anna; entonces, todos chocamos nuestras copas y pegamos un buen trago. El primer deseo del año.

En ese momento, Anna dejó su copa con cuidado en la mesa y se lanzó a los brazos de su hermana. Tras un eterno y tierno abrazo, ambas se dijeron que se querían y se dieron un breve abrazo más. Después, se acercó a mí con una mirada que me hizo temblar las piernas, cogió mi copa y la apoyó en la mesa también, se giró hacia mí de nuevo y, sin importarle en absoluto la presencia de su hermana, me disparó aquellas palabras.

—Te quiero.

Entonces, sin darme tiempo a procesarlo si quiera, se puso de puntillas y besó mis labios mientras sus brazos trepaban por mi pecho hasta colgarse de mi cuello.

Sus labios sobre los míos son lo más embriagador que he experimentado nunca. Sin acabar de creerme lo que estaba pasando y, a la vez, sin entender cómo no había pasado antes, abracé su espalda y su cabeza y la presioné ligeramente contra mí profundizando nuestro beso y respondiéndole con todo mi ser.

Aquello lo fue todo. Me sentía pleno, colmado, amado, ¡feliz!

Anna retiró su cuerpo lentamente del mío y clavó aquella mirada que me cautivó desde el primer segundo en mis ojos, sonriéndome y haciéndome sonreír. Dejándome sentir su calidez y su dulzura, su fuerza, su agarre, su maravillosa e imprescindible presencia. ¡No se podía ser más feliz que yo en aquel momento!

Y, como no se podía ser más feliz, entré en pánico y salí corriendo.

RehénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora