La sala se encontraba en completo silencio, tal cual estuviese vacía, sin embargo, si observas por el cristal verías a un solitario hombre rodeando los 50 sentado frente a una lúgubre mesa de metal, con la mirada perdida en algún punto de esta como si deseara sentir que todo a su alrededor era una ilusión, que era otra ilusión, y nada de lo que había pasado en las últimas 12 horas había pasado, que en algún momento el repetitivo sonido de su alarma lo regresaría a la seguridad de su hogar a la seguridad de los brazos de su madre; pero nada de eso sucedería, porque era real, esta vez era real.
En una sala contigua una muchacha de ojos llorosos y maquillaje corrido envuelta por una toalla se aferraba con ambas manos a una taza blanca de café, tal cual su cordura pendiese de esta, y tal vez lo hacía; todo su cuerpo tiritaba de frío y de sus ojos corrían algunas lágrimas silenciosas de vez en cuando. La puerta de su sala es abierta por un hombre de unos 40 años con una barba bien cortada y grandes ojeras bajo sus oscuros ojos, su cabello negro caoba se veía algo desordenado, probablemente de todas las veces que paso sus manos por este en señal de frustración; a penas entrar, su mirada se suaviza al ver a la joven en tal estado, se acerca con calma hasta la silla frente a ella y se sienta dejando un folder amarillo con un par de papeles en la mesa que los separa.
-Alicia Ramírez Vargas, ¿Verdad?- menciona con voz calma, intentando no sobresaltar a la joven frente a él.
-Alicia Vargas solamente- menciona ella con un tono de voz quebrado, como si se obligase a decir las palabras.
-Entiendo- responde mientras comienza a abrir el folder, dejando a la vista una hoja de datos sobre la persona frente a él- Verás, Alicia, yo soy el detective Gómez, pero puedes decirme Jaime, y yo estoy a cargo de tomar tu declaración; así que, si te sietes lista para hablar de ello, me gustaría que empieces contándome qué fue lo que pasó-.
-Yo...- su voz se corta y las lágrimas vuelven a salir desenfrenadas de sus ojos- Yo solo quería visitar a mis padres y... y decirles que por fin me gradué y... y yo... y yo... yo no quería que nada de esto pasará- Ella comienza a farfullar mientras su llanto entre corta las palabras, todo su pánico comienza a volver y la taza de café ahora frío no sirve de auxiliar para sostenerla en la cordura.
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Alicia tocaba la puerta color caoba del tercer piso de un edificio algo desgastado por el paso de los años, los nervios le revolvían el estómago a pesar de haber hablado con los habitantes de aquel hogar el día anterior; después de un tortuoso minuto de secarse el sudor de las manos en el pantalón una mujer de vista cansada abre la puerta y forma una sonrisa nerviosa en sus labios.
-Pero, Dios mío, pasa, pasa- Se hace a un lado dejando a la joven pasar, sin poder creer que fuese real- ¿Por qué no nos avisaste que venías? Te hubiera preparado algo de comer, ¿Te vas a quedar?, ¿Te puedes quedar?- la mujer comenzó a vaciar toda la sarta de preguntas que se formulaban en su cabeza en dirección a la recién llegada quien, con una sonrisa, le contestó
-Bueno, bueno, muchas preguntas, creo que primero tienes que ver esto- Le entrega un sobre tamaño carta con el logo de su universidad en él.
La mujer rápidamente lo abre con un signo de interrogación pintado en su rostro; al observar su contenido sus ojos se abren de par en par mientras se llenan de lágrimas y sus manos tiemblan.
-¿Cuándo?-.
-Hace una semana, quería sorprenderlos con una cena de mi primer sueldo oficial, así que tomé un autobús y vine acá en mi día libre-.
-¿Por qué no nos invitaste?, yo quería estar ahí; digo, fue la graduación de mi única hija, no me lo quería perder- su tono se vuelve algo osco mientras su interior se debatía entre la felicidad y la indignación de ser omitida de aquel evento.
-Pensaba invitarlos, pero de todos modos fue algo pequeño, mi grupo no era tan grande y no se hizo celebración grupal, cada quién fue a disfrutar con su familia, hubo un par que se juntaron, pero yo no encajaba ahí, así que decidí pasarla con mi tía, a parte, al día siguiente tenía trabajo y no me podía desmañanar; pero aquí me tienes-.
La mujer no pierde más el tiempo y le da un abrazo a su hija entre lágrimas, se había decidido que estaba indignada, pero su emoción le ganó, al final estaba viendo a su hija luego de medio año de llamadas ocasionales. A penas se separó de su hija gritó en nombre de su esposo, pidiéndole que bajara rápido, dirigiendo a su hija a sentarse en el mullido sillón internándose en la cocina a preparar una taza de café y planear su salida a comer juntos, de nuevo juntos.
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El silencio de la sala se vio interrumpido por la entrada del detective quien, al contrario de la sala contigua, entro sin suavidad alguna y dejó mismo folder en la mesa mientras se sentaba en medio de suspiros frustrados.
-¿Aun se niega a hablar?- Su tono, antes pacífico, ahora se presentaba arisco.
El hombre frente a él no separaba la vista del metal de la mesa, mientras parpadeaba con parsimonia.
-Tenemos pruebas ¿sabe?, que yo esté aquí sólo es una especie de indulgencia para usted, le estamos permitiendo que nos explique SU versión de los hechos-.
-¿Que puedo decir yo?, no hay palabra que valga ante lo que he hecho, así intente defenderme, ¿Qué puede cambiar?, soy culpable, de eso usted no tiene duda, no hay qué decir, a este punto las palabras sobran- Su voz sonaba murmurante, a penas audible para su compañero.
-¿Así que admite abiertamente que lo hizo?- A pesar de ser una pregunta, su tono era imperativo- ¿Entiende tan siquiera lo grave de los hechos?, ¿Entiende que irá a la cárcel por lo que le queda de su vida?-.
-¿Cree que la cárcel es peor que la culpa que he llevado por 40 años?- Por fin levanta la vista, clavándola ahora en los ojos del hombre frente a él- ¿Qué sabe usted realmente de la cárcel?, ¿Qué sabe usted realmente del sufrir?, ¿Qué sabe usted realmente de mi vida?-.
-Sé más de lo que usted cree- con su mano toma una hoja de entre las demás dentro de su folder- Roberto Ramírez López, hijo de Marina López Lomelí y Florencio Ramírez Zepeda, realmente se crio con sus tíos desde los 10 años- Los ojos del hombre demuestran pánico y sus oídos dejan de procesar todo aquello que el detective sigue narrando con voz firme.
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Un niño se acerca al cuarto de su madre con la intención de despertarla para que le haga el desayuno, pues ya habían pasado varias horas de que este se despertó y se sentó en el viejo comedor esperando la salida de su madre se su cuarto; abrió la puerta observando el cuerpo de su madre recostado en la cama, duda un momento al verla tan tranquila, pero se decide entrar a despertarla. La llama un par de veces y decide zarandear un poco su hombro, todo sin ningún efecto, derrotado decide subirse a la cama y acostarse al lado de su progenitora; cierra los ojos ignorando los botes de pastillas en el buró, ignorando el frio tacto de las manos de su madre.
Abre por fin los ojos y decide ir a pedir comida a su vecina sin entender por qué llamó a la policía, por qué esos hombres se llevaban a su mamá, por qué estaba viviendo en la casa de sus tíos; por qué tenía que ir a la escuela de sus primos; por qué le dijeron que ese pedazo de tierra era su mamá; por qué su tía hablaba con desprecio hacia su madre; por qué comenzó a oír a otra persona en su cabeza; por qué le hizo caso cuando le dijo que golpeará a ese niño en la escuela; por qué le gritaba cada que se acercaba a esa joven en la facultad; por qué dejó de escucharla cuando comenzó a tomar las pastillas; por qué no dijo nada cuando se acabaron las pastillas una mañana; por qué bajó las escaleras esa noche; por qué tomó ese cuchillo; por qué le volvió a hacer caso y se deshizo de aquella mujer de ojos felices que le dio una hija, que lo acompañó en su vida; por qué...
Ya no escuchaba al detective, ya no escuchaba nada en su cabeza más que ¿Por qué?.
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Historias de un bolillo
Short StoryNo sé, sólo tengo tiempo libre y mucha imaginación