Hoodie

3 1 0
                                    

Sentada bajo un árbol, con un libro en las manos mientras tu sudadera roja te cubría del frío, justo así te conocí, no creo que supieras que justo en una rama de ese viejo árbol me sentaba yo buscando comer con tranquilidad y en soledad, no creo que supieras que justo ese día entraste en mi vida. Pero que más da justo ahora, supongo que nunca lo sabrás, porque ese día te vi y me fui corriendo directo a encerrarme en los baños como antes, me calme intentando pensar que el día siguiente el árbol estaría vacío de nuevo y tú sólo te irías con tus amigos por ahí. Al día siguiente yo me senté en el árbol suspirando de alivio al verlo solo y tú llegaste, me viste, dijiste "hola" y te sentaste a los pies de este con el mismo libro y la misma sudadera roja, yo me quería ir de ahí pero no reuní el valor suficiente como para moverme de mi lugar antes de que tú lo hicieras por temor a que me volvieras a dirigir la palabra, tal vez ese miedo a moverme es lo mejor que me pudo pasar en la vida porque diariamente se repetía aquella escena: yo sentándome en el árbol con la esperanza de que no llegaras y tú, llegando con un libro, una sudadera de algún color diferente y un "hola" que nunca respondía.

No sé decir cuanto tiempo pasó hasta que me di cuenta de que comenzaba a esperar tu llegada, que comenzaba a agradarme tu silenciosa presencia a los pies del viejo árbol, que comenzaba a querer decirte "hola" también, aunque el pánico lo frenara en medio de mi garganta.

Las vacaciones de invierno de ese año se me hicieron eternas, tal vez comenzaba a extrañarte, tal vez me acostumbre a tu presencia, tal vez extrañaba el cómo silencio que se formaba en ese árbol.

Cuando regresamos habías pintado tu cabello y ahora lo tenías de color rojo como una cereza, cuando llegaste al árbol me quedé mirándote un largo rato por la impresión, te veías hermosa, tu cabello rizado y alborotado te hacía resaltar más con ese color; yo quería decirte lo hermosa que te veías, pero se me ocurrió que no era la mejor forma de comenzar una conversación "hola, te vez hermosa" tal vez ahora no suene tan mal, pero en ese momento sólo desvié la vista a un libro que comenzaba a leer para sentirme más cerca de ti.

El tiempo siguió pasando y el árbol volvía a estar frondoso y lleno de vida, en pasto se veía de un verde intenso y tú resaltabas sentada en él. Recuerdo que fue un día de abril que por fin tomé coraje suficiente para responderte "hola" salió muy atropellado y de inmediato me arrepentí de decírtelo, mi mente maquinaba mil y una ideas de cómo desparecer de la tierra o volver el tiempo hasta que me regalaste una sonrisa, todo se detuvo en tu sonrisa, tus mejillas movieron un poco tus lentes y tus ojos se entrecerraron y te sentaste. Ni que decir que mi interior comenzó un concierto de rock y mi corazón se autoproclamó baterista después de ese sencillo gesto; desde entonces sacrificaba mis nervios diciéndote "hola" con tal de ver tu hermosa sonrisa.

Recuerdo que me preguntaba cómo eras capaz de llevar una sudadera diario cuando había días en los que sentía que la sombra del árbol era una bendición comparado con el horrendo calor que sentía a penas ponía un pie fuera de su sombra, bueno tal vez exagere con el calor, pero siempre llevaba una sudadera sin importar las inclemencias del clima y yo las amaba, todas y cada una de ellas, pero sobre todo, la roja.

Creo que fue a mediados de mayo cuando por fin cruzamos más de dos palabras; aun me produce una gran vergüenza lo que pasó, pero aun así agradezco demasiado que pasara. Estabas sentada a los pies del árbol y yo en una rama, el timbre para la siguiente hora comenzaba a sonar y mi pie se deslizo al momento de intentar bajar, termine en el suelo con un tobillo torcido y una vergüenza del tamaño de júpiter, tu me tomaste de la mano ayudándome a pararme preguntando con tu voz suave "¿Estas bien?", no, no estaba bien, tu mano estaba en mi brazo, todo tu ser demasiado cerca de mi persona, mis lentes junto a mi libro en alguna parte del suelo que no me interesaba averiguar y mi tobillo me ardía a penas lo intentaba apoyar en el suelo; me acompañaste con la enfermera de la escuela después de que me ayudaste a recoger mis cosas. Mientras la señorita Rubí revisaba mi tobillo yo mantenía la cabeza gacha intentando evitar que vieras mi sonrojo; ella dijo que sólo lo había torcido pero que estaría bien, sólo no tenía que hacer mucho esfuerzo con mi pie por un par de semanas hasta que la hinchazón se bajará, cuando salimos de ahí, me ayudaste a caminar a la salida de la escuela donde mi madre me esperaba, me sonreíste y me dijiste "con cuidado", supongo que mi cerebro no procesaba nada bien porque te respondí "igualmente", te reíste suave y te despediste de mí.

Tarde 2 días en poder apoyar bien mi pie y regresar a la escuela, cuando llegue al árbol tú ya estabas ahí, en cuanto me viste, te levantaste y me ayudaste a sentarme, a sentarme al lado de ti, me tendiste mi libro y comenzaste a explicarme que con las prisas habías olvidado dármelo y seguiste hablando de lo bueno que te parecía el libro, y hablaste y hablaste, tu forma de hablar era tan hermosa, no sólo hablabas, en verdad decías algo, te expresabas, no sólo con las palabras, con tus manos, tus gestos, tu tono de voz era un poema entero, y yo te escuchaba; no hablaba mucho, pero aun así me hacías sentir parte de la conversación.

Así paso lo que restó del año, así pasó lo que restó de la preparatoria, tu hablabas y yo escuchaba, sin importar donde fuese, en el árbol, en el camino a casa de la escuela, en la banqueta de mi casa, frente al negocio de tu abuelo, fuera de un cine, en una fiesta donde me obligaste a ir, en todos aquellos lugares donde estuvimos, tu hablabas y a veces llorabas, a veces lloraba yo, y a veces sólo existíamos en el mismo lugar, en la armonía de nuestra compañía.

A veces extraño lo sencillo que eran los días bajo el árbol a tu lado, a veces sólo extraño tu voz; pero no importa, ya no importa.

Hace un par de días fui con tu mamá a recoger tu cuarto y vi tus sudaderas, no supe que estaba llorando hasta que tu mamá me abrazó, le pedí quedarme con ellas, le pedí aunque sea quedarme con la roja, ahora voy a la universidad con una sudadera diario, con tus sudaderas; muchas cosas se las quedó tu mamá, como tus libros, me prometió que podía ir cuando quisiera y tomar uno para leerlo, algunos de ellos los tengo en mi casa y a veces solo los abro para ver tus dibujitos en la esquina de alguno de ellos.

No sé que más decir, te extraño, esta siendo difícil porque ya no hay nadie que me anime con un par de palabras, pero lo intentaré, por ti.

Te amo.

Historias de un bolilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora