08. el efecto charlie

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capítulo ocho
EL EFECTO CHARLIE
1989

Verán, cuando yo llegué al colegio una terrible guerra había acabado de tener fin. Claro, como hija de muggles no tenía ni la más remota idea de que el mundo mágico se había enfrentado a un puto loco y sus seguidores que amenazaban con ponerle fin a los de "mi clase". Antes de saber que era una bruja creía que la magia no era más que un cuento de los chiflados de mis padres y unos trucos baratos que realizaban los embusteros en la plaza central de nuestro pequeño pueblito.

El caso es que la magia sí que era bastante jodidamente real y que el apellido Sallinger todavía le ponía la piel de gallina a algunos cuantos cuando arribé en Hogwarts. Daba la casualidad que justo ese año se había condenado a prisión a Copernicus Sallinger XIII, mortífago declarado y con un larguísimo historial de crímenes que se remontaba ya a dos o tres generaciones atrás. Con la suerte que me cargo, obviamente que todos creyeron que yo era su nieta, y sin antes darme chance de explicarles que no provenía de una sombría mansión en Cardiff, sino que vivía en un pueblito de Gales y que lo más cerca que había estado de la magia antes era la frase "ábrete sésamo" y los inciensos limpia-auras de mis padres, ellos se cerraron por completo, decidiendo que yo era mala y que les caía mal porque sí. Punto.

La cosa se puso peor cuando en tercer año, una de mis compañeras de Adivinación se equivocó en la lectura de mis hojas de té y profesó que yo sería una hechicera oscura que arrasaría con multitudes y acabaría desatando el caos. Al enterarse, sus padres exigieron mi expulsión inmediata del colegio, aun cuando la profesora Trelawney les aseguró que lo único que llegaría a desatar eran mi agujetas. Cuando el director les dijo que no podía expulsarme por una confusión tan banal, los padres retiraron a la chica del colegio. Era mi compañera de cuarto y esa es la explicación del porqué solo somos Mona, Saki y yo en vez del cuarteto usual.

Ni siquiera ellas me hablaban en un principio. Claro, no era como si fuese su obligación hacerlo o nada por el estilo, pero supongo que una parte de mi esperaba que lo hiciesen aunque no había razón real para albergar esas esperanzas. Nadie se acercaba a mí y ninguna de las personas a las que trataba de acercarme me hacían caso a menos que estuviesen desesperadas, el cuál fue el caso de Saki, cuando estuvo a punto de reprobar Historia de la Magia. La encontré en su cama llorando sobre un montón de pergaminos mojados y cuando le pregunté si le había pasado algo me gritó que cuidase de mis propios asuntos y cerró las cortinas. Unos diez minutos después volvió a abrirlas, sorbiéndose la nariz.

Nunca se me dio mal la escritura creativa ni la lectura rápida. Sobraba decir que la biblioteca era lo único que me quedaba después de darme cuenta de que no haría amigos en ese lugar, así que me pasaba más tiempo ahí que en cualquier otro lado. Ayudé a Saki a hacer su ensayo de esa y otro par de materias en las que también le iba de carajo cuando Mona se apareció en la habitación de un portazo (probablemente pensó que estaba robándole la energía vital a Saki o algo) y, muy sorprendida por la escena, se unió a nosotras hasta que llegó la hora de la cena. Les compartí algunos trucos que había desarrollado para memorizar párrafos importantes con acrónimos y hechizos de memoria. Ambas me dieron las gracias y yo respondí con un amago de sonrisa. Entonces bajé al gran comedor, sola.

Sola. Porque esa era la verdad: haberme rodeado de un par de chicas durante algunas horas ese día no significaba que las cosas habían cambiado de alguna forma. De nuevo todo el mundo se aseguraba de no lanzarme ni el más mínimo vistazo, como si me hubiese vuelto invisible otra vez.

Entonces Saki se sentó a un lado mío y Mona al otro. Ambas me estaban pasando sus ensayos.

—¿Podrías revisarlo? Me gustaría saber si usé las palabras correctas —pidió Saki, dejándome sus papeles y tomando un par de piernas de pollo.

suck it and see || charlie weasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora