11: un mar de partituras

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Había sido maravilloso ir a ese lugar a merendar, hacía tiempo que no probaba un batido, ni siquiera unas patatas fritas. Además, el lugar era acogedor, inspirado en aquellas películas de los años ochenta que tanto le gustaban a mí padre.

Cuando acabamos de comer Nayeon y yo salimos del local, las calles estaban llenas de gente y se respiraba un aire acogedor. La observé, parecía feliz, y aquel sombrero y aquellas gafas la hacían ver realmente adorable.

—¿Vas a llevarme a otro lugar?

—Claro, no te librarás de mí tan fácilmente — me sonrió.

Reí ante su respuesta, me gustaba su compañía. El resto del camino estuvimos hablando de algunos temas triviales, como nuestra comida favorita o que íbamos a hacer los próximos días.

Hablar de los próximos días sonaba lejano, pero en realidad sabía que Nayeon no iba a quedarse muchos días más en Japón.

—Ahora entiendo porqué te gusta... —

No pude seguir la frase al ver el precioso paisaje que se encontraba ante mis ojos.

Era una playa, una playa de agua cristalina y de arena como la seda. El cielo estaba de color anaranjado y la luna estaba saliendo, reflejándose en el agua salada de aquella inmensa playa, como si todo ese inmenso mar fuera un espejo.

—¿Te gusta? —

Ella me observó. La miré a los ojos, volviendo a mirar aquella playa. Hacía años que no iba a una playa, desde que era pequeña. Hacía tanto tiempo que no recordaba el tacto de la arena ni el sabor a
sal de las inmensas aguas.

—Es precioso. —

Aquello fue lo único que pude articular, estaba maravillada por aquel paisaje. Maravillada al ver como todos los colores se mezclaban entre sí creando una sinfonía única.

—Venía aquí cuando era niña — me explicó —Me gustaba componer mis propias canciones mientras me tumbaba en la arena y miraba al cielo. Me sentía como en un océano lleno de partituras.

La escuché atentamente, como si de sus labios estuviera saliendo poesía.

—Gracias por traerme. —

—No agradezcas Minari—me sonrió — Continuemos.

No había mucha gente en aquella playa, era algo tarde y el agua estaba fría, pero a nosotras no nos importaba en absoluto.

Nayeon me tendió su mano, la miré. Ella me dedicó una dulce sonrisa. Estiré mi mano

y entrelacé sus dedos con los suyos. Sus manos estaban frías, y eran pequeñas, pero para mí era como tocar el cielo, así lo sentí en aquel instante. Estaba realmente nerviosa, tenía miedo de que mi mano empezara a sudar en cualquier momento.

Tras aquello ambas caminamos por la playa, sentía como la arena se colaba entre los dedos de mis pies y como el olor a sal se infiltraba por mis fosas nasales. Me sentía libre, calmada y feliz. Quería grabarme aquellas sensaciones en mi cabeza para siempre.

—¿Quieres sentarte? Si quieres puedo ponerte la chaqueta debajo para que no te llenes de arena.

—Tranquila, no quiero que manches tu chaqueta.

Sonreí ante su propuesta y me senté en la arena, aun sin soltar su fría mano. Ella se sentó a mi lado observando el océano.

Agaché la mirada durante unos segundos, algo me preocupaba en todo aquello, algo me preocupaba desde que había empezado a sentir todas estas emociones en mi corazón. —¿Qué te preocupa?

Tu Partitura [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora