Epílogo

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–¡Feliz Navidad! –los siete chicos se abrazaron a las doce en punto, después de un pequeño brindis se agradecieron mutuamente.

La cena, que era un gran banquete, al fin iniciaría.

–Vaya, quién lo diría... Jay y Jungwon. —canturreó burlón un pelinegro. Los nombrados se sonrojaron por completo.

–Callate, Sunoo. Sino te saco de mi casa. –sentenció sarcástico, en respuesta todos rieron.

–Calma, pequeño. –tranquilizó el, ahora, pelinegro, dejando un trozo de carne en el plato de su pareja, volteó a verlo y le regaló una sonrisa lineal.

–¡Míralos, qué tiernos! –Sunghoon se subió al tren de la burla. –Y decían que sólo amigos, ¡bah, tonterías!

–Diría lo mismo, pero en su caso, tú sólo le comiste la boca a Jake. –atacó mordaz el extranjero, por lo que Jake se sonrojó.

-Ya, basta... –Heesung ponían calma en la mesa. –Aunque ya se sabía que estos dos se deseaban con la mirada. –terminó con burla recibiendo miradas filosas por parte de los pelinegros.

La cena terminó entre chistes y burlas, sus estómagos se encontraban a reventar por aquella comida tan deliciosa.

–Yah~ me duelen las mejillas de tanto reír. –admitió el pelinegro, quien por mucho tiempo fue rubio al igual que Jay.

–Pues como no, Sunoo. Te la has pasado riendo toda la cena. –le recordó el japonés.

Pasaron un par de horas y los jóvenes ya se habían cansado de bailar, cantar en el karaoke y jugar juegos de mesa.

–Perdoname, Sunghoon-nie. No era mi intención, lo juro. –tomando las manos del pálido y formando un leve puchero en sus labios abultados, una imagen bastante tierna que su pareja no notó cegado por el enojo.

–¿¡Perdonarte, Jakey!? ¡Me hiciste comer doce cartas, DOCE! –el rubio, quien hace días se había despedido de su negro, seguía un poco molesto con su pareja, tal vez jugar UNO no fue buena opción.

–Era eso o comer catorce, no había opción Hoon... –musitó levantando de arriba a abajo sus hombros desinteresado.

Para los demás, les era divertido ver las pequeñas discusiones que tenían la pareja, las pocas veces que veían a estos dos "pelear" eran por cosas muy tenues, las cuales se arreglaban con varios mimos.

Mientras algunos estaban absorto en sus temas, Jungwon aprovechó para tomar de la mano a su amado y arrastrarlo al pequeño balcón qué tenía en su habitación.

–¿Qué haces, pequeño? –preguntó curioso, pero lo único que obtuvo fue una cajita azul marino aterciopelada, sin esperar instrucción del menor, la abrió –¿Un muérdago?

El menor asintió con sus ojitos brillosos, a paso lento, tomó el ramito qué sostenía su mayor y con sumo cuidado lo colocó arriba de ellos.

–Hace un par de años, un muérdago yacía en mi recámara... –el mayor lo observó sorprendido, si su suposición era cierta quería besarlo de una vez por todas. –Um, honestamente el Jungwon de ese tiempo no tenía muy en claro que era el concepto del amor y, siendo sincero, actualmente tampoco lo estoy. Pero el querer darle un significado tampoco se me hace justo, considero que no hago valer el verdadero fin de la palabra.

–Uhm, entonces... ¿Cuál es el verdadero fin de esa palabra, pequeño? –Jay, quien durante el discurso del menor lo había tomado dulcemente de la cintura y repartía suaves caricias en ella, le fue inevitable no besar la punta de su nariz rojita a causa del frío.

–Qué el amor así como no tiene ningún significado en específico, tampoco tiene una manera en particular para expresarla. –le sonrió presumiendo su hoyuelo. –Por lo que, mi amor por tí va más allá que un beso debajo de un muérdago. Me haces feliz de mil maneras y, a la vez, te amo por otras mil razones más, Jay. Y, si esto es lo que todo mundo conoce como amor, entonces no lo quiero dejar ir.

Sin más, acercó su rostro y besó delicadamente los labios del mayor: su más grande tesoro.

Lo amaba demasiado.

El pelinegro profundizó el beso en una exquisita y fascinante mezcla de emociones, cada una liberada y palpable en el intercambio de roces. No existía ningún momento en el que el pelinegro se arrepintiera de cruzar lazos con el de mirada gatuna, es más, si de la nada llegase un tipo que ofreciera viajes a través del tiempo, él sin duda elegiría el día en el que por primera vez conoció al menor, aquel momento en donde le preparó el desayuno y él se rió de sus chistes por más malos que fueran, nunca olvidaría las bonitas y electrizantes sensaciones que el menor le provocaba en su interior y mucho menos cuando compartieron su primer beso en un atardecer de otoño.

Al separarse por la inminente falta de oxígeno, le fue inexcusable rodear al bajito con sus fuertes brazos y protegerlo del fuerte frío.

–Pasemos cada navidad juntos, ¿si? –propuso el menor quien tenía todo su rostro teñido de carmín, una parte le correspondía al fuerte frío que los rodeaba y, la otra, por las fuertes emociones que azotaban su corazoncito bombeando sangre al mil.

-Por siempre, pequeño. –cerró la promesa besando todo su rostro.

Ambos emanaban una gran calidez, una muy fuerte que podía derretir hasta el corazón más helado en toda la faz de la tierra.

Y, siendo así, aquel muérdago qué colgaba encima suyo proclamó el amor más puro y duradero: uno que nunca antes se había visto y vivido para contarlo.

Pues, si el roble es sano lo soportará, así como el amor que crecía en ambos jóvenes y se fortalecía día con día. De lo contrario, si el roble no obtiene el amor suficiente y los mejores cuidados se verá afectado y morirá, así como varios amores qué desaparecieron y se marchitaron en el intento.

FIN

EDITADO.

Under the mistletoe [Jaywon/Sunki/Jakehoon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora